3 de marzo de 2014

Margarita Gil Roësset (Marga)


No se suele uno emocionar al redactar una entrada de un blog, como es lógico. Y hoy, sin embargo, escribo atenazado por cierta emoción, temeroso de adentrarme en un territorio íntimo y secreto que quizá debiera estarme vedado. Lo hago por lo que escribo todo en este blog, y espero que me valga de justificación: revelar algo a algún lector. Algo interesante, algo digno de ser conocido; en este caso, algo también tristísimo y trágico. Que permaneció oculto casi setenta años. Que se publicó hace ya diecisiete.

Me refiero al suicidio por amor de una mujer muy joven, de veinticuatro años. Se llamaba Margarita Gil Roësset, Marga, y se había enamorado un par de años antes, sin remedio, sin esperanza, del poeta Juan Ramón Jiménez. Ya hay mucha gente que lo sabe. Lo supieron muy pocos hasta el siete de febrero de 1997, cuando Blanca Berasátegui publicó la historia, una real scoop, en el ‘cultural’ de ABC.

Se da también la circunstancia —no sé por qué, turbadora— de que hoy es el día de nacimiento de Marga. Nació en Madrid, el 3 de marzo de 1908. Murió el 28 de julio de 1932, en un pequeño chalet de Las Rozas, de un tiro en la cabeza. No escribiré mucho más; quiero que sea ella la que hable: en la carta que dejó a Zenobia, en algún fragmento de su diario. No se trataba de una joven enamorada sin más. Era una artista, escultora y dibujante, relativamente granada, a pesar de su juventud. Había empezado de niña. Con doce años ilustró un cuento de su hermana Consuelo, El niño de oro, y un año después otro, también de Consuelo, en francés, Rose des bois. Por entonces había comenzado ya a esculpir. Lector, estas informaciones están en donde está todo, en la red. Copio parte de la carta a Zenobia, tal como la veo escrita:

Zenobita… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! Y aunque querer… y enamorarte es algo que te ocurre porque sí, sin tener tú la culpa […] le he dicho … que le quiero… y le he pedido que se case conmigo…¡estaré loca!... pero como él… te quiere… ¡te quiere!... pues me ha dicho.., que no… que nunca… perdóname… porque si me hubiera dicho que sí… ay… a pesar de que la idea de amistad es para mí sagrada…y tú eres mi amiga… y de verdad te quiero mucho… […] habría pasado por todo […] Creo mucho mejor matarme ya… que sin él no puedo… y con él no puedo.

En su diario, que dejó en la casa del poeta el mismo día del suicidio —este no lo leyó hasta después—, Marga había escrito dos días antes: Qué dulce es el amanecer del día último… se te adentra en el alma por los ojos… manos … boca… parece que soy yo la que amanezco, azul y nueva. Y la víspera del luctuoso día: Noche última… que querría… tanto a tu lado… y estoy sola… sola!... no… estoy contigo.

Hoy, hace más de cien años, nacía en Madrid un criatura destinada a sufrir; como tantas otras, más que otras. La Muerte no sólo pone huevos en las heridas terribles, los pone a veces en la misma cuna de los recién nacidos. Me conmueve esta historia como si hubiera ocurrido ayer; por eso la traigo aquí. También tengo que decir que, con mis años, con lo que uno ha vivido y visto, si me encontrara alguna joven Marga, le diría, con la más absoluta convicción, que es insensato matarse por amor; que el amor es infinitamente más breve que la muerte. Que me hiciera caso, es otra historia.

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