14 de agosto de 2015

De algunos perros (I)


Palabras clave (key words): Snoopy, Uggie, Argos, Homero, Zeus, Laelaps, Saur

Dos noticias, alegre una y luctuosa la otra, me llevan hoy a hablar de perros. Por un lado, Snoopy, el simpático perro de Carlitos —personajes ambos del genial dibujante Charles M. Schulz— ha cumplido 65 años. Por otro, Uggie, el famoso can del filme El artista, de Michel Hazanavicius, ha muerto de cáncer de próstata y hubo de ser sacrificado en Los Ángeles. Dejó autobiografía: Uggie, my story, de 2012.

Lector, hay infinidad de perros famosos, cuyos nombres se hallan a menudo en la prensa, porque han aparecido en películas, han viajado en naves espaciales, pertenecen a dueños de gran notoriedad pública, etc. Yo voy a referirme a los que pasaron a la historia en tiempos pretéritos y por ello no son tan conocidos en la actualidad.

Algunos están presentes en las leyendas y mitologías griegas. Uno de los más célebres es el perro Argos, cuyo dueño fue Ulises. Cuando este vuelve de la guerra de Troya, tras veinte años de ausencia, disfrazado de mendigo, el fiel Argos, que ha sido descuidado y maltratado durante todo este tiempo y está lleno de pulgas, como refiere Homero en Odisea, libro XVII, reconoce a su dueño, que lo había criado de pequeño, y muere en el acto, víctima de una emoción fatal, al no poder acercarse hasta él, que está al otro lado de una cerca. Emaeus, sirviente de Ulises, no supo identificar al recién llegado, al que trató bien, pese a su condición de indigente, de “sin papeles”.

Zeus, el padre de los dioses griegos, fue puesto de niño bajo la protección de un perro, de nombre Laelaps, que tuvo una agitada vida con diferentes masters, según leo. Porque parece que fue el mismo animal que Zeus entregó a la bella Europa, después de raptarla y llevarla a la isla de Creta. Zeus aquí fue un raptor educado y hasta exquisito, que trató de seducir a su prisionera no de manera violenta, sino con presentes y mimos. Le regaló el gigante Talos, hecho totalmente de bronce, también una jabalina con la que se acertaba siempre y este perro Laelaps, que tenía la virtud de capturar cualquier presa. Europa, como pasa a veces con los regalos, se lo dio luego al rey Minos, quien a su vez lo ofreció a Procris, como hacen a veces ciertos pacientes, que le había curado de una enfermedad grave. Al final, este perro, capaz de cazar a todos los animales, fue enviado a capturar a la zorra teumesia, que aterrorizaba a la ciudad de Tebas y que no podía ser apresada por nadie. O sea, el perro lo cazaba todo, pero a esta zorra no la cogía nadie. Las cosas pueden ser así de complicadas en la mitología y en el mundo. Zeus se hartó de estas inconsecuencias, no vio cómo resolver la situación y convirtió a los dos animales en piedra, en trance de perseguirse perpetuamente. Más tarde los transformó en estrellas y los envió al firmamento como constelaciones, Canis Major (perro) y Canis Minor (zorra), un recurso no infrecuente en la mitología griega. Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno, es la Alfa de Canis Major.

Otro perro, de nombre Saur, incluso reinó. En las sagas islandesas se cuenta que un rey, Eystein el Malo, conquistó el reino de Dromtheim y puso en el trono a su hijo Onund, que fue luego depuesto por los naturales del país. Eystein volvió a Dromtheim, arrasó sus campos y para humillar a sus habitantes prometió un nuevo rey, pidiéndoles que escogieran entre un esclavo suyo o un perro. Los consultados escogieron al perro, que resultó un perro muy particular ya que las mismas sagas afirman que tenía la sabiduría de tres hombres y pronunciaba una palabra por cada dos ladridos.

El perro fue tratado como un verdadero rey y estampaba su zarpa en los documentos de la Corte. Para librarse de él —¿por qué, me pregunto, si era tan sabio?— sus súbditos recurrieron a una estratagema. Cuando se presentó una manada de lobos, de las que a veces asolaban el país, le pidieron que, como rey, defendiera sus ganados. Saur pasó al ataque y fue devorado por los lobos, con lo que terminó su reinado. Debería haber sido más prudente, lo que es siempre recomendable en los políticos. Y en los demás.

(continuará)