15 de noviembre de 2013

Cuentos y Sueños


En una entrada anterior de este blog, escribía yo sobre El sueño del aposento rojo, un delicioso relato incluido en la exquisita Antología de la literatura fantástica, que compilaron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo. El tema de los sueños y la literatura no dejó de llamar mi atención hace tiempo y en una novela mía, Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos, ya encontré la ocasión de insertar un resumen de un cuento bellísimo, Historia de los dos que soñaron, al que me referiré ahora, y que también está recogido en la antología mencionada.

 Todas las literaturas están llenas de sueños, desde los del babilonio Gilgamesh, en el segundo milenio antes de Cristo —o las alucinaciones y visiones descritas en los textos bíblicos, de Nabucodonosor, Abimelec, Jacob y Salomón—, hasta la actualidad. Sería imposible señalar con alguna probabilidad de certeza cuáles han sido los cuentos más brillantes en relación con este tema. Uno de los que más me gustan a mí es el que menciono más arriba, Historia de los dos que soñaron. Es un cuento oriental, conocido en Occidente gracias a Gustav Weil (1808-1889), un orientalista alemán que fue el primero en hacer una traducción completa a esa lengua de las Mil y una noches, en 1837. También trabajó sobre fuentes originales árabes para publicar Mahoma, el Profeta, pero su obra más importante es Geschichte der Chalifen, en cinco volúmenes, y ahí está nuestro cuento, según Borges et al. Lo ofrezco muy resumido; en él se puede ver cómo el sueño de un hombre ha de enlazarse con el de otro hombre, para revelar finalmente el lugar en que está enterrado un tesoro:

A un hombre de El Cairo, Yakub el Magrebí, se le apareció un genio en sueños y le dijo: “Tu fortuna está en Persia, en Ispahan; vete a buscarla”. El hombre afrontó los peligros de los desiertos, de los mares, de los piratas, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó finalmente a Ispahan y allí fue tomado por ladrón, azotado casi hasta la muerte y llevado a prisión. A los dos días recobró el sentido y el capitán de los soldados que lo habían apresado lo interrogó. “Un sueño me ordenó venir a Ispahan, porque aquí estaba mi fortuna. Seguramente se refería a los azotes que tan generosamente me habéis dado”, contestó irónicamente Yakub. El capitán se rió y le dijo: “Hombre desatinado, tres veces he soñado yo con una casa en El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol, y detrás una higuera y luego una fuente y debajo de la fuente un tesoro. Nunca he creído estas mentiras. Sin embargo, tú has ido errando de ciudad en ciudad con sólo la fe de tu sueño. Que no te vea más por aquí. Toma estas monedas y vete”. El hombre regresó a su patria, cavó debajo de la fuente del jardín de su casa (era la del sueño del capitán) y desenterró el tesoro.

Para mí, esta es la enseñanza de la parábola: los sueños de los hombres están relacionados y se confieren mutuamente la verdad. Mi sueño se torna verdadero cuando lo comparto, cuando lo completo con el de otros. Y eso es lo que busco y persigo cuando escribo: mezclar, completar mis sueños con los de mis lectores. Sólo así le veo sentido a mi empeño. Estoy convencido de que, si a alguien le gustan mis historias, es porque las tenía ya en su mente o en su corazón, que esto es difícil de precisar. Lector, el relato es muy corto, pero si quieres leerlo más completo, la antología de Borges de la que hablo está en la red.

13 de noviembre de 2013

Artistas no profesionales


En una entrada de este blog, en la que opinaba sobre un reciente discurso de Antonio Muñoz Molina, postulaba yo que algunas personas, sin tener una formación específica y reglada en literatura, sin haber hecho de ella su oficio, podían tener facilidad para escribir bien. Por una aptitud natural, por un aprendizaje insensible e intuitivo. Se habla a veces de la Universidad de la calle, para designar esos conocimientos que se adquieren en el normal vivir de las gentes, sin necesidad de asistir a ninguna Facultad. Esto se podría aplicar perfectamente en estos casos, sustituyendo quizá calle por lectura, por la lectura de los buenos autores.

Sigo dándole vueltas a esa idea, que ya avisé que no me gusta dejar cabos sueltos y puedo ser detallista en ocasiones: hay gente con ciertas gracias y talentos innatos. Ocurre además que las modernas posibilidades tecnológicas hacen relativamente fácil el desarrollo y manifestación de esas habilidades: en las letras, en la pintura, en la música, en todo. Aquello que dijo Andy Warhol de que en el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos tal vez se ha cumplido ya, ya estamos en ese futuro. Pero no sólo por estas facilidades que nos ofrece la técnica, sino, y este es el núcleo de mi mensaje, porque realmente hay mucha gente que está bien dotada para muchas tareas.

Pensar que sólo aquellos de renombre en los diversos quehaceres, por haberse dedicado especialmente a ellos, son los únicos capaces de crear, me parece pretencioso. En Internet, leo un comentario al discurso citado: “Para quienes escribimos, la parte más hermosa de este discurso es en la que habla de nuestro oficio”. Es una opinión, hasta inocente y tierna, de autoafirmación ilusionada, de los que han escogido la literatura como dedicación privilegiada, siendo fieles a una vocación difícil y no sin riesgos. Pero que no puede excluir la realidad de que otras personas, que no son del oficio, puedan escribir cosas muy atinadas y valiosas. Tras todo esto está la vieja cuestión de si el artista nace o se hace, que siempre me pareció un falso dilema.

Un viejo amigo me manda el vínculo para un vídeo de charlestón de una sobrina nieta, traductora en la Unión Europea, poseedora de varios idiomas, entre ellos el chino. Aparte de las virguerías tecnológicas —es un montaje hecho con ella desde Gante y el músico desde Bruselas—, yo creo que los dos lo hacen muy bien. Cosas así estoy viendo constantemente en las más variadas artes o actividades, realizadas por gente que no son artistas profesionales, pero que muchas veces hacen lo que sea muy bien; tan bien como otras gentes dedicadas a esos menesteres. El vínculo para ver el charlestón es http://youtu.be/bvG3StkXs54.

No es un canto al adanismo cultural, es una simple constatación de la realidad, que no debiera suscitar celos o recelos en nadie. Pasa con todo y es hasta explicable. No siempre es posible garantizar que los escogidos en cualquier arte o actividad sean exactamente los mejores. Pensar que Miss España, por poner un ejemplo, sea la joven más guapa del país en un determinado año, no deja de ser francamente arriesgado. Pensar que será una mujer bien linda y llena de atractivos está absolutamente garantizado.

 

11 de noviembre de 2013

Cuento de Pao Yu


En el excelente blog Espíritu y Cuerpo, seleccionado en mi lista (a la derecha de estas páginas), leo unas muy interesantes reflexiones sobre los sueños; no sólo las aportadas por el autor del blog, sino las sugeridas en muchos de los comentaristas. En torno a este tema, querría mencionar un cuento famoso, el de Pao Yu, publicado en 1754 por Tsao Hsue–King (1719-1764), un novelista chino nacido en la provincia de Kiangsu. Es un capítulo de su novela El sueño del aposento rojo y ha sido llamado por algunos el ‘cuento del sueño infinito’. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares and Victoria Ocampo lo incluyeron en su exquisita Antología de la literatura fantástica.

En el cuento Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible —se dijo— que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, a Pin-Erh y a todas las de la casa? Una de las doncellas exclamó: Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo: Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos juntos un poco. Las doncellas se rieron. ¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él. Eran doncellas de otro Pao Yu. Queridas hermanas —les dijo—, yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?  Es Pao Yu —contestaron—, sus padres le dieron ese nombre, compuesto por los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar su nombre? Y se fueron, riéndose.

Pao Yu quedó abatido. Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo. Trabajado por estos pensamientos, llegó a un patio que le resultó familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo: ¿Qué sueñas, Pao Yu? ¿Estás afligido? Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocían y me dejaban solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama. Al oír el diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: Vine en busca de un Pao Yu; eres tú. El joven se levantó y lo abrazó, gritando: No era un sueño: tú eres Pao Yu. Una voz llamó desde el jardín: ¡Pao Yu! Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro decía: ¡Vuelve pronto, Pao Yu! Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó: ¿Qué soñabas, Pao Yu? ¿Estás afligido? Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocían...

Hay miles de cuentos en la literatura y sería muy difícil señalar cuáles son los más brillantes. Cuando leí este por primera vez, recordé los fractales, esas estructuras que se repiten, invariables, en secuencias infinitas. Un fractal es un objeto matemático, con una forma geométrica fragmentada (de ahí el nombre) que, según la definición de Ermel Stepp, es repetible e independiente de cualquier escala. Se puede dividir en partes más pequeñas y cada una de ellas es una imagen del todo original. La mayoría de estos fractales se genera mediante ecuaciones matemáticas en procesos de iteración, de repetición, que producen copias idénticas e inextinguibles. En el cuento de Pao Yu, los sueños no están incardinados unos en otros, sólo se suceden. Y no hay un artificio narrativo que los produzca por algún mecanismo establecido de iteración forzosa. Está, en fin, menos estructurado que un fractal; no en balde la Matemática es la más bella de las artes. Muestro dos imágenes fractales para que quizá se me comprenda mejor.
 


En el cuento, Pao Yu sueña y luego despierta y cuenta su sueño a sus doncellas. Y luego vuelve a soñar otra vez. Pero no hay un algoritmo que obligue a la repetición del sueño. A estos efectos, no tiene relevancia el que Pau Yu cuente sus sueños sucesivos con las mismas palabras, que se trate del mismo sueño.

Naturalmente, la trama del relato es un poco más complicada y en algún momento hay dos Pao Yu y uno de ellos desaparece. Hay algo de confuso, de inquietante en esta situación, en la que se mezclan realidad y sueño, sin fácil separación, lo que produce en el lector una sensación de ambigüedad, extrañeza y pérdida, de distorsión de la lógica normal, que sustenta la rareza y belleza de la composición. Esto es tan interesante y bien trabado como la ideación de un desarrollo repetitivo y ciego que imponga el que los sueños se multipliquen sin pausa. Estamos ante un muy delicado y sutil cuento de hace más de doscientos cincuenta años, edad no excesiva en este tipo de literatura.