29 de marzo de 2014

A little bit of English (un poquito de Inglés)


Desde el mismísimo comienzo de este blog, escribí que “todo tiene que ser como un juego, suave y alígero. Pretendo poner de vez en cuando alguna palabrilla un poco menos corriente, para recordársela al lector. Se trata también, claro, de enseñar, lo poco que uno pueda enseñar”. En estas sigo, demorándome en temas bastante variados, buscando siempre algo que pueda ser útil o llamativo para quien me lea. Hoy querría comentar alguna cosilla del idioma inglés. De un cierto nivel, ya que en la actualidad mucha gente tiene un conocimiento básico, y más, de esta lengua.

Recurro a mi reciente correspondencia con amigos angloparlantes. Uno de ellos me escribe que se ha descargado un libro de Antonio Muñoz Molina, cuyo título inglés es In the Night of Time: “And, lo and behold!, reading more about the author, I see that he was born in Ubeda. There must be something magic about the soil of Ubeda, conducive to the blooming of literary talent among its natives”. Mi amigo usa la expresión ‘lo and behold’, al darse cuenta de que Muñoz nació en Úbeda, y dice que “debe de haber algo en la tierra de Úbeda que hace florecer el talento literario entre los nativos”. Lector compasivo, parece que me incluye también a mí; es que se trata de un amigo. La expresión inglesa quizá sea nueva para algunos; tiene carácter de interjección y significa, en tono imperativo, ‘mira aquí’, ‘mira esto’. Pero denota además en el que habla, una cierta sorpresa, un hecho inesperado.

Y como siempre, si te pones a indagar, te puedes perder enseguida; pero todo tiene su gracia. En alguna versión inglesa, en San Lucas 2,6, se lee que el ángel, al presentarse a los pastores tras el nacimiento de Jesús, les dice: Lo, I bring you tidings of joy, con el término ‘Lo’, aislado, reclamando atención. En otras versiones inglesas, leo, sin embargo: Fear not; for, behold, I bring you good tidings of great joy. Aquí se pide atención sólo con la palabra ‘Behold’.

El Oxford English Diccionary (resumo) dice que ‘Lo’ viene del Inglés antiguo O! (¡Oh!), y también es abreviación de ‘loke’, imperativo de ‘loken’ (mirar). En definitiva, tiene un sentido algo vago: como ¡Oh!, y como ‘Mira’. La expresión se registra por primera vez en una carta de 1808 de Lady Sarah Spencer Lyttelton, camarera de dormitorio de la Reina Victoria, que decía: “Hartington... had just told us how hard he had worked all the morning... when, lo and behold! M. Deshayes himself appeared”. Resumiendo, para mí, la expresión ‘lo and behold’ es repetitiva, excepto si se traduce como “¡Oh, mira!”, amparándose en el sentido de ¡Oh! para el vocablo ‘Lo’. Se juntan entonces la sorpresa y la petición algo imperiosa de atender a algo.

Quería haber hablado de otra expresión, en otra carta reciente. Hablando de mi esposa, alguien que nos ha conocido recientemente, me escribe que “she seems kind of laid-back person” (parece persona relajada y tranquila), lo que, gracias a Dios, es cierto. Esto me llevaría a charlar un poco sobre unos de los pocos verbos ingleses que confunden a los extranjeros (to lie, en su doble acepción, to lay, y sus conjugaciones), lo que es un caso relativamente singular, ya que los verbos, y en general la gramática inglesa, es, afortunadamente, muy sencilla. Habrá que dejarlo para otra ocasión.

Esta entrada no hará feliz a muchos. Yo trato de dirigirme a todos, también a los que gustan de estas cuestiones lingüísticas, que son complicadas y nos hacen ver la infinita complejidad de cualquier idioma. En realidad, si lo piensas bien, cada persona tiene su propia lengua y no hay dos iguales en todo el ancho mundo.

28 de marzo de 2014

Cantar de la mora Zaida


Prometí indagar algo sobre el perdido Cantar de la mora Zaida, del que podrían quedar vestigios, quizá en prosificaciones cronísticas, como ocurre otras veces. Se piensa que fue escrito en la misma época que el Cantar del mío Cid, lo que nos lleva a muy finales del siglo XII. En la obra Leyendas épicas españolas, de Rosa Castillo, se da una descripción completa del poema, pero sin datos sobre su hallazgo o la historia de su transmisión y conservación. Parece deducirse que está recogido en la primera Crónica General de Alfonso X y, por ciertos detalles —la inconcreción del lugar en que se vieron por primera vez Alfonso VI y la bella Zaida—, se apunta la posibilidad de que ya en el siglo XIII hubiera distintas versiones del mismo. Resumiré el argumento, sin discutir ahora la historicidad de los hechos narrados. Algunos de ellos ya sabe el lector, si leyó la entrada correspondiente de este blog, que son rigurosamente falsos.

Zaida, hija del rey de Sevilla Al-mútamid, estaba desde muy joven ‘enamorada de oídas’ —una clase de amor, muy presente en la poesía trovadoresca y también en el  Collar de la paloma, de Ibn Hazam— del rey Alfonso VI, por las hazañas que se contaban de él y por su prestancia física, tan encomiada. Estaba este rey entonces, siempre según el relato, viudo de su quinta mujer; o sea, libre y sin compromiso. “Como las mujeres saben siempre ingeniarse para conseguir aquello que quieren” —se dice en la transcripción que manejo, no lo digo yo— Zaida, al saber que Alfonso VI guerreaba por tierras de Toledo próximas a las suyas, le rogó que viniera a verla. Vamos, como una especie de cita a ciegas. Al rey le pareció bien el asunto y preguntó que dónde habrían de verse.

Para esta primera cita se dan varios lugares, y de ahí la sospecha de diferentes versiones del poema: Consuegra, Ocaña, Cuenca. Al verse, Zaida le confesó con la conveniente candidez que ‘por oír cosas de él’ se le había aficionado. Este término me parece sabio y muy oportuno, porque tampoco quiere decir demasiado, si bien se mira, y es lógico pensar que el rey quiso saber cuánto se había aficionado y hasta dónde estaba la mora dispuesta a llegar con esa afición suya. Zaida le dio una lista de las ciudades, villas y lugares que su padre le había dado y que serían para él tras el casorio. Como además la mora era bella en demasía, el rey se enamoró casi al instante. Lógico.

 El rey había tomado ya Toledo y vio que con estas tierras “quedaba la conquista más redondeada”. Lo único que pidió a Zaida fue que se cristianara, a lo que esta respondió que faltaría más. Tras la boda, se hizo el rey muy amigo de su suegro, quien aconsejó a Alfonso que llamara a los almorávides, para someter a los reyes de Zaragoza y Tortosa. En Marruecos, el rey almorávide era Yusuf ben Tachufin, al que le llamaban Miramamolín, quien, ante la petición, envió tropas con uno de sus generales, de nombre Alí. Al llegar a España, Alí se proclamó rey y se hizo llamar Miramamolín, talmente como el otro. Le salió entonces al encuentro Al-mútamid, que fue muerto en la batalla. El del poema no es el conocido caudillo almohade Muhámmad al-Násir, Miramamolín —corrupción del título árabe amir al-mu'minin o “príncipe de los creyentes”—, que tomó parte en la batalla de las Navas de Tolosa, mucho más tarde.

Ante estos hechos, Alfonso VI sitió Córdoba, donde estaba este Alí, que no se atrevió a pelear  y estaba presto a pagar tributo. Pero un noble moro, Abd Allah, atacó por la noche el campamento de Alfonso. Los cristianos se rehicieron, mataron a la mayor parte de su gente y tomaron prisionero a Abd Allah, que era justamente el que había matado a Al-mútamid, el suegro. Alfonso mandó que lo despedazaran en lugar que pudiera ser bien visto desde Córdoba. Juntó luego los pedazos y los quemó. A la vista de lo cual, los moros se sometieron y dieron grandes cantidades de oro, plata, piedras preciosas, paños de seda, etc. Alfonso se volvió a su tierra con mucha gloria y Miramamolín se volvió a Marruecos y nunca se atrevió a regresar a España, mientras vivió Alfonso.

25 de marzo de 2014

De guerras y héroes


Sólo para atar cabos: era imposible mencionar, en tres cortas entradas de un blog, las infinitas formas de la violencia. Tampoco era mi propósito, la violencia ha sido un Leitmotiv, un hilo conductor, para mostrar historias o textos que me parecieron curiosos. Ni mencioné la llamada, con más o menos fortuna, violencia de género. Ni hablé tampoco de la guerra, su forma más intensa y obvia, aunque no la más vesánica, porque la propia estructura y disciplina de los ejércitos impone quizá una cierta disciplina en el desarrollo de las acciones bélicas. Sin llegar siempre a lo que se cuenta de la batalla de Fontenoy, del once de mayo del año 1745. Lo escribió Voltaire, en su Précis du siècle de Louis XV y algún documento parece corroborarlo; otros no. Daré su versión:

Cuando las tropas francesas se encontraron con las inglesas, sus respectivos capitanes, el conde de Anteroche y Milord Charles Hay, se saludaron educadamente, quitándose sus sombreros. El inglés invitó a los franceses a disparar primero, Messieurs des Gardes Françaises, tirez, a lo que estos respondieron, Messieurs, nous ne tirons jamais les premiers: tirez vous-mêmes. Los ingleses abrieron fuego y masacraron las primeras líneas francesas, aunque luego perdieron la batalla. ¡Qué cortesías, cuánta fineza! Existe, sin embargo, una carta anónima que refiere el hecho al revés: los ingleses invitan y los franceses disparan primero. Por cierto, el mariscal de Saxe, en notas tomadas en 1732, antes de Fontenoy, para sus Rêveries, afirma que quizá no sea una buena cosa disparar primero: un bataillon qui s’est amusé à tirer sera désavantagé par rapport à celui qui a conservé son feu. Le temps pris pour recharger les armes et pour laisser se dissiper la fumée peut en effet être mis à profit (un batallón que empieza a disparar, estará en desventaja frente al que retiene su fuego, que puede aprovecharse más tarde del tiempo necesario para que recarguen las armas y se disipe el humo).

O sea, que tal vez sea mejor esperar. Lector, aquí no sabría qué aconsejarte. Trata de no ir a ninguna guerra, si está en tu mano. En caso de duelo —esa maravillosa creación de la inteligencia humana, fruto de su confianza en la justicia divina; esa auténtica ordalía, ese canto al honor y la bravura, desgraciadamente en desuso— la situación es distinta: dispara lo antes que puedas.

Violencia por doquier: en la guerra, en la paz, en las grandes ciudades, en los pueblos pequeños, de los jóvenes, de los viejos, de los locos, de los cuerdos, terrorista… Violencia de hoy y de siempre, eterna. No quiero olvidar una violencia heroica, igualmente condenable, porque conviene saber que hay héroes que pueden arruinar a los pueblos. Leí recientemente algo de la vida de Rafael Casanova. Al final del sitio de Barcelona era Conseller en Cap y en un último bando “amonesta y manda a todos generalmente, a partir de los 14 años, sin ningún pretexto, ni excepción de persona alguna, tome las armas, y asista a la defensa de esta Excelentísima Ciudad”. En este episodio bélico hubo unos veinte mil muertos y heridos, entre los dos oponentes.

Poco más tarde Casanova fue herido de bala en un muslo, rescatado y puesto a salvo. En el libro de entradas del Hospital General de la Santa Creu, figura como muerto el día once de septiembre de 1714. Afortunadamente no fue así y vivió hasta los ochenta y tres años. En algunos de estos documentos encuentro la expresión “tots els bons catalans”. Cuando veo cosas así, en cualquier contexto, me echo a temblar. Alguien se arroga el derecho de distinguir los buenos de los malos. Pésima materia siempre.

No sé por qué he escrito sobre la violencia: la repudio con toda mi alma. Buscando en Internet casos de crueldad extrema, aparecerán probablemente muchas referencias. No ha sido ese mi método; mis citas provienen de mis lecturas, aunque luego haya tratado en ocasiones de sustanciarlas. El texto de la maldición papal, en el caso del alumbre, por ejemplo, viene de un excelente libro, un clásico de la literatura médica, The diseases of Occupations, de Donald Hunter. 

24 de marzo de 2014

Inagotable violencia de los seres humanos (y III)


Quiero terminar ya con este triste tema de la violencia, señalando alguna de sus innegables relaciones con las más variadas religiones, las mismas que se empeñaron otras veces en la defensa sincera y comprometida de sus víctimas.

 Desde la caída de Constantinopla, a mediados del XV, el papado monopolizó la obtención y comercio del alumbre, utilizado como mordiente en la industria de los tintes y en otros muchos usos: lacas, preservación de pieles, fabricación de velas, medicina, etc. El Papa Pío II, peculiar en más de un sentido, declaró que cualquier interferencia en este comercio era pecado castigable con la excomunión. Esta industria empleaba a ocho mil hombres y producía al papado ingresos anuales de cien mil florines de oro.

Sin embargo, más tarde, hacia 1600, empezó a producirse en Inglaterra, gracias al empeño de Sir Thomas Chaloner, quien, para aprender los secretos de la industria, tuvo que sobornar a varios empleados papales, a los que sacó de Italia en un barco, escondidos en barriles. Fue excomulgado solemnemente por el Papa Clemente VIII,  in the name of God the Father, the Son, and the Holy Spirit, in the name of the Virgin Mary, in the name of angels and archangels, of cherubim and seraphim, of patriarchs, prophets, apostles, evangelists and saints”.

La maldición señala muy pormenorizadamente dónde y cuándo era aplicable: “in the house, in the church, in the field, in the highway, in the path, in the wood, in the water; in living, in dying; in eating, in drinking, in hunger, in thirst, in fasting, in sleep, in walking, in standing, in sitting, in lying, in working, in resting; in the hair of his head, in his brains, in his temples, in his ears, in his eyebrows, in his eyes, in his cheeks, in his jaws, in his teeth, in his lips, in his throat, in his breast, in his heart, in his fingers, in his hips, in his knees, in his legs, in his feet and in his toe-nails. Aquí la violencia es verbal, aunque implacable. Pero no olvidemos que se trata del mismo Papa, Clemente VIII —no el antipapa homónimo, nuestro aragonés, el de Peñíscola, casi dos siglos anterior— que excomulgó a Giordano Bruno, condenado finalmente a ser quemado vivo en la hoguera.

Como contrapunto, citaré aquí el bellísimo y valentísimo sermón de un dominico español, Fray Antón de Montesinos, conocido como Sermón de Adviento, porque fue pronunciado el cuarto domingo de Adviento del año 1511, en la isla La Española, en presencia de los propios conquistadores responsables de las tropelías denunciadas, encarándose a ellos, en una defensa encendida de los derechos de los indígenas. Lo tomo tal como aparece en mis Apuntes de Literatura:

“Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír. Esta voz [os dice] que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren o, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.

El complejo mundo de las relaciones entre violencia y creencias es absolutamente inabarcable aquí. Querría señalar las acerbas reflexiones que puede provocar en algunas almas. Escojo un personaje de ficción, nombrado Mendel, de la obra Job, de Joseph Roth: “Yo lo sé, Dios es cruel. Y cuanto más le obedece uno, tanto más severamente lo trata. Es más poderoso que los poderosos. Con la uña de su dedo meñique puede darles el golpe de gracia, pero no lo hace. Sólo le gusta aniquilar a los débiles. La debilidad de un hombre excita su fuerza y la obediencia despierta su ira. […] Más indulgente es el demonio. Como no es tan poderoso, no puede ser tan cruel”. Terrible alegato, ¿no?

23 de marzo de 2014

Inagotable crueldad de los seres humanos (II)


Ni sé muy bien cómo se coló en este blog el tema de la crueldad: no la hay en ninguno de mis escritos. No obstante, lo continuaré, para exponer algunos casos de extrema inhumanidad en el castigo. Seguro que habrá lectores que ni sospechen hasta dónde puede llegar la ferocidad y brutalidad del ser humano.

El caso del francés  Robert François Damiens, antiguo soldado, es aterrador. En un cierto momento pudo acercarse al rey Luis XV, cuando iba a tomar su carroza, y le atacó con un cuchillo. El arma tenía una hoja de unos ocho centímetros y apenas le hirió en el pecho. El rey, al acercarse los cortesanos, le señaló y dijo educadamente: Este ‘señor’ es quien me ha herido. También declaró después que le perdonaba.

La justicia siguió, sin embargo, su curso inexorable, por tratarse de un regicidio, y se ejecutó al reo el 28 de marzo de 1757, en la plaza Grève de París. La sentencia ordenaba verter sobre su cuerpo una mezcla de plomo derretido, aceite hirviendo y resina de pez y luego desmembrarlo y arrojarlo al fuego. En la realidad, todo fue incluso más macabro, porque los cuatro caballos que, atados a sus brazos y piernas, habrían de desmembrarlo, no fueron capaz de hacerlo y hubo que añadir otros dos, sin conseguirlo tampoco. Los guardias tuvieron que romperle los músculos y tendones con cuchillos hasta llegar al hueso, para facilitar la labor de los caballos. Uno de los oficiales contó que cuando cogieron el tronco del desgraciado para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Después, sus restos fueron prendidos con paja y madera hasta que sólo quedaron cenizas. El suplicio duró unas cuatro horas. Giacomo Casanova fue testigo de la ejecución y escribió en sus memorias: En varias ocasiones me vi obligado a apartar la vista y taparme los oídos al oír sus desgarradores alaridos, tras amputarle la mitad de su cuerpo.

Otra ejecución terrible fue decretada para los regicidas de Carlos I de Inglaterra. A pesar del Acta de Indemnidad y Olvido de 1660, que buscaba la reconciliación, los que intervinieron directamente en la muerte del rey fueron juzgados y condenados a ser ajusticiados en Londres. La sentencia decía: “You shall go from hence to the place from whence you came, and from that place shall be drawn upon a hurdle to the place of execution, and there shall hang by the neck till you are half dead, and shall be cut down alive, and your privy members cut off before your face and thrown into the fire, your belly ripped up and your bowels burnt, your head to be severed from your body, your body shall be divided into four quarters, and disposed as His Majesty shall think fit.” (Abrevio: Irá desde aquí hasta el sitio de donde vino y de allí será conducido al lugar de ejecución y colgado por el cuello hasta que esté medio muerto, y se le descolgará vivo, y se arrojarán al fuego sus partes íntimas, y se le destripará y se quemarán los intestinos, se le cortará la cabeza y su cuerpo se dividirá en cuatro partes, para hacer con ellas lo que su majestad disponga). El rey era Carlos II.

A principios del siglo XIV, cerca del lugar en que nací, dos hermanos, de apellido Carvajal, fueron despeñados en la Peña de Martos (un pueblo de Jaén), “en sendas jaulas de hierro guarnecidas interiormente de clavos y cuchillas”, por orden del rey Fernando IV de Castilla. En este caso, la leyenda puede haber suplantado a la realidad. Como lo del peculiar y único color rojo escarlata de ciertos tapices gobelinos, atribuido a que el colorante se mezclaba con la orina de prisioneros, a los que se obligaba a ingerir dosis mortales de sal. También leo en alguna parte que Marco Atilio Régulo fue obligado a mirar al sol con los párpados arrancados hasta que se le secaron los ojos.

No sigo más. Violencia por todas partes, en todas las épocas. Dejo un tipo de violencia algo especial para una última entrada sobre el tema.