6 de enero de 2014

Borges, Cunqueiro, Márquez, Crescenzo


Por lo que escribí en mi entrada anterior, y por mis citas de Valle, alguien podría pensar que sólo me gusta esa prosa alambicada, decadente, no exclusiva pero típica del período modernista. Y llevaría razón en parte, porque amo esa prosa preciosista y exquisita. Pero hay infinitos estilos literarios, como es obvio, y lo que cuenta es la belleza lograda y hasta, si se me apura, la belleza perseguida. Lo que no entiendo es la escritura que se ampara sólo en lo que se narra, por muy abracadabrante que sea el tema o la peripecia. De todo eso se encargan ya los periódicos, los cronistas y reporteros e innumerables programas televisivos.
El azar —o su otra cara, el destino— con sus inquietantes juegos. Resulta que hoy es la fiesta de los Reyes Magos y hay sorteo extraordinario de lotería. Y yo, buscando textos escogidos para traer a este blog, caigo casualmente sobre ese libro portentoso de Borges, Ficciones, y encuentro allí la afirmación: “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad”. Se refiere al antiguo reino de Babilonia, a aquella lotería secreta y constante que hace decir a un personaje: “Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren, a mi mano derecha le falta el índice. Miren, por este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo: es el segundo símbolo, Beth…”. El relato se titula La lotería en Babilonia. De otro relato del libro, Pierre Menard, autor del Quijote, tomo estas ideas: “No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del Universo; giran los años y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria”.
¿Qué clase de lotería hace posible lo que cuenta ese hombre de Babilonia, su vida a través de tan diversas circunstancias? Parecería tratarse de algún oscuro mecanismo que distribuyera por igual premios e infortunios. ¿No resulta todo extraordinariamente misterioso y arcano? Bueno, es como la vida, pienso yo. Y todo adobado con una prosa distinta a la de Valle, pero impecable. Lector, hazme caso: Deja este blog, deja todo lo que no sea urgente, y vete a una librería o biblioteca y sumérgete en estas páginas de Borges. Si eres el lector que yo creo, me lo agradecerás.
Dije antes: El azar, o su otra cara, el destino. Azar es todo lo que ocurre de manera absolutamente imprevisible; el destino está marcado desde la eternidad. Sin embargo, Dios sabe qué número será el primer premio hoy, dentro de unas horas, en esa lotería de la que hablaba al principio. Para Dios no existe el azar, todo es presente, y sabe lo que va a ocurrir en el futuro o lo que ocurrió en el pasado. Me gusta imaginármelo —aunque soy poco dado a imaginar dioses— como conocedor, desde el principio, de las posiciones de todas las bolas en los bombos, de sus movimientos e interacciones al girar estos, de sus contactos, choques y trayectorias a lo largo de la extracción. Por ello conoce las bolas que obtendrán los premios y cumplirán así su destino. Esa sabiduría minuciosa es inimaginable para el hombre y nos refugiamos en el estudio del azar, de sus leyes, renunciando, sabia y humildemente, a las certezas de la predeterminación.
Lector, me perdí un poco y te perdí a ti. No lo puedo evitar. Pero te mostré textos de bella prosa, muy distintos de los de Valle. He escogido algún autor más y espero cumplir mi objetivo. Te traigo ahora algo de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), un escritor gallego: “¿De qué se hace la nave más ligera para ir a los feacios? De  palabras,  Ulises. Te  sientas,  apoyas el  codo en la  rodilla y el  mentón en la palma de la mano, sueñas y comienzas a hablar”. O también este, un claro ejemplo de hipotiposis: “Oyó voces misteriosas en la tierra y en el mar, y le fueron ofrecidas sidras perfumadas que daban al que las bebiera eterna juventud, perpetua vida. Enamoradas bocas femeninas florecían junto a sus rodillas, y los días eran todos de sol, y el mundo un gran palacio, que se le ofrecía con todas las puertas abiertas, y en los jardines el dulce verano”.
Unos breves fragmentos de García Márquez, que esto se va haciendo muy largo. “La sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada” [...] “el terror de no encontrar a Dios en la oscuridad de la muerte”. [...] “estaba convencido, en la soledad de su alma, de haber amado en silencio mucho más que nadie jamás en este mundo”. [...] “lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir”. [...] “la lucidez perversa de la nostalgia”. Son de El amor en los tiempos del cólera. Por cierto, espigando en Márquez me encuentro con esa tremenda afirmación, que debería desalentar a cualquiera que, como yo ahora, pretenda orientar o sugerir lo que puede ser la buena literatura: “No le alcanzaron todos sus años de lecturas para saber qué era bueno y qué no lo era, en lo mucho que había leído”.
Y un último texto, del italiano Luciano de Crescenzo, de su obra Helena, Helena, amor mío: “Hermanos, os lo suplico, ¡no le creáis! Si Ulises os dice que estáis vivos…, no le creáis. Si Ulises os dice que tenéis dos brazos y dos piernas, no le creáis. Si Ulises os dice que el sol brilla en lo alto del cielo…, no le creáis; acaso en ese mismo momento empezará a llover”. […] “¡Mientras tengas uso de razón no creas a los maestros, e igualmente no creas a los aedos, ni a todos aquellos que van por ahí cantando las gestas de los héroes, sólo para procurarse una bandeja de higos gratis! Cuando adviertas la necesidad de saber la verdad, búscala en tu propia cabeza y jamás en el corazón. Los que tú llamas héroes son simples malhechores de nombres célebres, que invaden las tierras ajenas con la única finalidad de saquearlas y violar a sus mujeres. No saben lo que es el amor al prójimo, ni el respeto hacia el débil.”
¡Cuánta belleza, cuánto anhelo de verdadera justicia, cuánta compasión en unas pocas líneas! Párrafos así son suficientes para adivinar una obra entera y en ellos me amparo para intentar recabar la atención de los lectores sobre escritores que merecen la pena. Porque todo va unido: el que sabe usar las palabras, seguro que sabe construir la acción, desarrollarla y resolverla. Es así de sencillo.