30 de junio de 2016

Política y racionalidad

Ya dije que no me entiendo bien con mi blog. Me propone temas constantemente y puede llegar a ser importuno. No quería hablar de política por algún tiempo, pero me trae a la cabeza hechos e ideas que me obligan a hacerlo; se trata de una parcela en la que la racionalidad y el sentido común están a menudo ausentes. Tras las recientes elecciones, el Partido Popular está contento con sus resultados y todos los demás esgrimen su justificación, banal casi siempre. Uno de los líderes explica que habían salido “para ganar”, aclaración seguramente innecesaria. Y todos afirman que han venido para quedarse —siempre que lo dicten las urnas, se supone—, que el futuro es suyo, que lo mejor está por venir y que pronto traerán la felicidad a la Tierra, ‘la delicada flor que la produce’.
Tenía la esperanza de que, pasadas las elecciones, los temas, los argumentos y los eslóganes cesarían. Pues, no, todo sigue igual, como si la campaña no hubiera terminado. Alguien protesta por el sistema electoral, que le ha restado votos —se escogió así, como en otros países, para evitar una excesiva fragmentación del Congreso—. Muchos no saben perder, les falta la elegancia de aceptar la derrota. Hablaron a veces del “sabio pueblo español”, pero ahora no repiten el piropo los perdedores; precisamente en una ocasión en la que los votantes han actuado con sensatez, huyendo de extremismos, de novedades viejas, de líderes engreídos y tenaces hasta aburrir. El español corriente —el que, por definición, gana las elecciones—, no se dejó seducir por ciertos populismos simples, para que nadie pueda reprocharle después: “Sabías que soy populista. Si te has equivocado con tu voto, la culpa es tuya, por creerme”. Alguien, de un partido casi nacido en un plató de TV, ha criticado, no obstante, su desmedida presencia en los medios. Estamos llegando a un punto en que la democracia podría ser sustituida por la ‘telecracia’. Otro habla de “extirpar las malas hierbas”, en el partido, con lenguaje beligerante que recuerda viejas ideologías y purgas. En cuanto se descuidan, se les nota de donde vienen.
Yo no sé si los españoles son sabios o no, pero lo son más que estos políticos profesionales. Propongo una explicación demasiado simple para ser del todo verdadera, pero que encierra algo de verdad: en los círculos de la política activa, el ambiente es pasional y acrítico. Cuando los líderes, recién derrotados ahora en las elecciones, acudían ante sus seguidores, se oían voces de “presidente”, “sí se puede”, etc., negando la realidad. En momentos así, la racionalidad y el buen sentido individual son reemplazados por la emoción colectiva de pertenecer a un grupo, a un clan, lo que no deja de ser una primigenia pretensión de ciertos seres humanos. El reverbero continuo de las propias ideas, la dedicación total a hacerlas triunfar, el abandono de la objetividad al juzgar los complejos entramados sociales, llevan a la pérdida de la perspectiva y a un aislamiento intelectual empobrecedor y letal.
No ha llegado el merecido descanso. Los perdedores inician sesudos estudios para analizar los resultados, cuando una evaluación imparcial de sus programas, sus estrategias y sus líderes, los explicaría fácilmente. Las soluciones que encandilan a las inocentes víctimas de una crisis, no se implantan con el mismo vigor en el conjunto del cuerpo social. Cuando un determinado líder, por su aspecto, por su conducta, por su agresividad, no es visto como deseable Presidente de Gobierno por un alto porcentaje de españoles, no hacen falta más indagaciones para explicar el fracaso.
Mis reflexiones se dan en el marco de un país, y hasta de un mundo, en situación crítica, que demanda una óptica nueva para resolver sus problemas. No es momento de indagar si son galgos o podencos. Tampoco para las recriminaciones interminables, la exposición de agravios, la venganza por conductas anteriores. Hace falta altura de miras para llegar a la formación de un gobierno. Todo el mundo lo dice, pero son palabras escritas en el agua. Hay que embridar los egos. Se tiene la desfachatez de vetar a quien ha sido preferido por ocho millones de españoles, invocando errores y políticas que sólo juzgándolas intencionadas e intrínsecamente malvadas justificarían un rechazo tan frontal, que más bien revela una incompatibilidad personal por la que se castiga a una nación entera. Kurt Schneider, psiquiatra alemán anti-nazi, autor de Klinische Psychopathologie, escribió que la psicopatía es una anomalía de la personalidad por la que se hace sufrir a los demás o sufre uno mismo.
He andado por algunos países y sus políticos eran algo distintos a estos nuestros. No creo que haya que buscar las causas de las derrotas en la ley de D’Hondt, o en la irrupción del Bréxit en la campaña. Recomendaría a nuestros jóvenes políticos que se estudien, que no se sitúen au-dessus de la mêlée, que sean humildes y observadores, que no les ciegue su autosuficiencia. Leo que Mónica Oltra pregunta, ¿por qué todavía los ciudadanos votan a presuntos delincuentes? ¡Y yo que la quería, que estaba embrujado por su sonrisa levantina y eterna, mucho más vital y feliz que la de la Gioconda!