18 de octubre de 2016

Lope Félix de Vega Carpio, un gran seductor (2 de 3)


En 1599 Lope vuelve a Valencia, acompañando al marqués de Sarriá, que va en el séquito del rey Felipe III. Lope es ya el Fénix de los Ingenios y es conocido y alabado en todas partes. En su obra Las fiestas de Denia, de ese mismo año, hay una alusión a Micaela de Luján; su relación se hace más estrecha en los primeros años del siglo XVII, hasta 1608. Micaela era comedianta, casada con Diego Díaz, residente en el Perú desde 1596, donde murió en 1603. En 1604 Micaela reclama la tutela de siete hijos, los dos más jóvenes del difunto Diego Díaz y los otros cinco de Lope. Al año siguiente tuvieron otra hija, Marcela, la preferida de Lope, y en 1607 un niño, Lope Félix de Vega Carpio, Lope el Mozo. Lope tiene dos hogares simultáneamente, el de Juana de Guardo (ella no muere hasta 1613) y el de Micaela, radicados por algún tiempo en Toledo, Sevilla o Madrid. A partir de 1608, Micaela y Lope se separan y ella no aparece más en la vida del dramaturgo. De sus hijos en común, sólo Marcela y Lope Félix llegaron a adultos.
Lope se reintegra al hogar legítimo y es ya Familiar del Santo Oficio. En 1610 compra una casa en la calle de Francos (hoy calle de Cervantes), con un pequeño huerto; en el dintel de la puerta hay grabada una leyenda: Parva propria, magna; magna aliena, parva. Lo pequeño propio es grande; lo grande ajeno, pequeño. Aquí vivió ya siempre y aquí murió. Tiene ahora cuarenta y ocho años, los amoríos y devaneos quedan, quizá, sólo para la literatura. Trabaja sin descanso y aquí nacieron obras tan destacadas como La dama boba, El perro del hortelano, El acero de Madrid, El Caballero de Olmedo, El castigo sin venganza, Fuenteovejuna; en esa casa surgieron en pocos años los radicales cambios que dan lugar al teatro del Renacimiento español. La paz, el sosiego llegan, parece que para quedarse. Lope está en su madurez, en el principio tal vez de su declinar.
1613 viene cargado de malaventuras. En el verano, su hijo Carlos Félix, de siete años, enferma de calenturas y muere. Su madre, Juana de Guardo, muere pocos meses después de consecuencias de un parto, el de una niña, Feliciana, que sobrevive. Lope se siente solo y se trae a la casa los hijos vivos habidos con Micaela: Marcela, que vivió con él hasta profesar en las Trinitarias en 1622 y Lope Félix, que en 1621 se alistó en el ejército que mandaba el marqués de Santa Cruz. Mucho más tarde marchó a Isla Margarita, en Venezuela, en busca de perlas. El barco naufragó y Lope Félix murió poco antes de la muerte de su padre.
Verdaderamente, 1613 fue un annus horribilis. Pero hay que seguir, y esto, en Lope, significa volver a los galanteos, a las seducciones. Tiene una relación fugaz con Jerónima Burgos, una comedianta antigua amiga. Sin embargo, un año más tarde decide acogerse al siempre seguro puerto de la Iglesia y ordenarse. Tiene ya cincuenta y cuatro años y empiezan a germinar en él las primeras sombras del desencanto, la sutil e imparable melancolía de los años, la insidiosa fatiga del vivir. Tras ingresar antes en algunas congregaciones piadosas, marcha a Toledo para recibir las sagradas órdenes, lo que ocurre el 24 de mayo de 1614, oficiando su primera misa en el Convento de Carmelitas Descalzos. Es ahora secretario del duque de Sessa, para quien escribe cartas de amor, lo que le prohíbe más tarde su confesor, fray Martín.
Y otra vez, pese a su condición eclesiástica, la pasión irrefrenable, el gran amor, con Marta de Nevares, refinada y culta, que tiene sólo veintiséis años, casada contra su voluntad cuando tenía trece con un hombre de negocios, Roque Hernández de Ayala. Nadie sabe lo que puede suponer un amor así en el corazón de un ‘viejo’, casi treinta años mayor. Un cura de 54 años, muy capaz de tener un último hijo: una niña, Antonia Clara, en agosto de 1617. El marido de Marta sospechó, hubo pleito y ella quiso divorciarse. Roque quiso quedarse con la niña y sólo su inesperada muerte vino a resolver la situación.
Lope sabe que es su último amor y está más enamorado que nunca. En la égloga Amarilis cuenta con detalle su pasión y se encuentra rejuvenecido y animoso. A veces, desgraciadamente, esa persona hecha para comprendernos y completarnos, la mujer ideal de cada uno, no llega en toda la vida o, como aquí, llega muy tarde. Lope sigue publicando y en la edición sexta de El peregrino, la de 1618 , añade 114 títulos a las 230 comedias de la edición de Sevilla, de 1604. En 1621 Marcela ingresa en el convento de las Trinitarias, en donde profesa al año siguiente. Lope tiene ya casi sesenta años y vive feliz en su casa de la calle de Francos, en la que reúne los hijos habidos con tres de las mujeres de su vida: Micaela de Luján, Juana de Guardo y Marta de Nevares.