7 de marzo de 2016

De las bibliotecas: la de Babel (I)

Hay algo que deslumbra al ser humano en las bibliotecas. De algunas, como la de Alejandría, sólo perdura el asombro, el tremor del nombre; su destrucción fue tan repetida y total que ni puede ubicarse con certeza su emplazamiento. Otras tienen una antigüedad de unos pocos siglos y almacenan sus tesoros, los incunables y manuscritos, en salas innumerables, verdaderas joyas arquitectónicas. Las más recientes ocupan altos, enormes y audaces edificios, llenos de luz. Parece como si el hombre tuviera una clara conciencia de la gran importancia de los libros y buscara sedes monumentales para albergarlos y protegerlos. Entre tantas, me referiré sólo a tres, en varias entradas.
La primera de la que quiero hablar es insólita, harto conocida entre los interesados por la literatura y cierta clase de metafísica. Nació en 1941, en un rincón oscuro y pensante; me refiero a esa área indefinida del cerebro, sepultada en la cripta craneal y espléndidamente capaz de crear. La elaboró un poderoso escritor argentino, Jorge Luis Borges, y la llamó Biblioteca de Babel. Tiene la particularidad de que se corresponde con el Universo, de ser el Universo; se la puede nombrar de las dos maneras.
Se compone de un número indefinido —tal vez infinito, aclara su creador— “de galerías hexagonales con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas”. No escribe cámaras o recintos, sino galerías, porque los hexágonos están conectados entre sí y son, sólo en cierto sentido, subterráneos. No aclara si los hexágonos son regulares, los pozos de ventilación están “en el medio”. No escribe centro, lo que implicaría la regularidad del hexágono, o centroide, que supondría la irregularidad. Quizá deliberadamente, no da pistas. Seguramente se trata de hexágonos regulares ya que esta figura geométrica, junto al triángulo y el cuadrado, tiene la ventajosa propiedad de cubrir, teselar, el espacio, sin superposiciones y sin vacíos.
Debo simplificar, porque si no, no acabaría nunca. En cuatro de los seis lados del hexágono, se dice que hay anaqueles llenos de libros, cinco en cada lado. Un quinto lado del hexágono comunica con otro hexágono, exactamente igual al primero y a todos. Hay un “angosto zaguán” entre ambos —la racionalidad y la geometría demandan que su área provenga, sea sustraída, de ambos— con dos gabinetes minúsculos en los extremos; uno permite dormir de pie y el otro satisface las necesidades fecales.
Una lectura poco atenta podría suscitar la pregunta que un día me asaltó a mí: ¿Qué hay o se guarda en el último lado del hexágono, el que se silencia? No podía concebir que Borges olvidara ese lado libre y pensé que el escritor buscó una cierta inconcreción en su descripción para despistar al lector, para que no reparara en este olvido, que no puede ser casual. Intrigado por el misterio de ese lado estéril, y lo que pudiera ocultar, me fijé en algún detalle más. Unos párrafos más adelante, Borges escribe: “a cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles”. Y ya no dice que sólo cuatro muros están cubiertos de libros; prescinde de esa exactitud minuciosa, tan querida por el argentino.
Leyendo después con más cuidado, se desvanece este misterio, aunque persistan otros arcanos y dudas. El lado de cada hexágono, que comunica con otro, reclama otro igual en el segundo para la conexión. Hay, pues, un lado de salida y otro de entrada, porque todos los hexágonos, sin excepción, están conectados entre sí; no hay ninguno con una conexión sola, que pudiera considerarse inicial. Todos son iguales y tal vez eternos; pueden crecer indefinidamente, multiplicarse sin tregua. Su número debe de ser infinito, aunque esto no se afirma decididamente.

Cada anaquel, prosigue Borges, encierra 32 libros de 410 páginas, de 40 renglones y unas ochenta letras de color negro. Esa es la descripción de un libro moderno, no se trata de rollos de papiro, ‘becerros’, etc. Miro en mi biblioteca un libro de esas páginas, con tapa dura, y no llega a una anchura de 4 cm. Así, los 32 libros ocuparían 128 cm (1.28 m). Un hexágono de ese lado, aplicando la fórmula A= l^2* 3*SQR(3)/2, [SQR quiere decir square root, raíz cuadrada], tendría un área de 4.26 metros cuadrados, a los que habría que restar el vacío del pozo de ventilación, que no puede ser pequeño, ya que un hombre de la biblioteca afirma: “Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable”. Para un tamaño del pozo de al menos 80 cm de diámetro, el espacio habitable del hexágono sería escaso, un pasillo circular de 88 cm de anchura en los vértices y 71 cm en el centro de los lados (apotema); eso, sin contar la profundidad de los anaqueles. La claustrofobia resultaría intolerable, alienante.
(continuará)

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