Por lo que escribí en mi entrada
anterior, y por mis citas de Valle, alguien podría pensar que sólo me gusta esa
prosa alambicada, decadente, no exclusiva pero típica del período modernista. Y
llevaría razón en parte, porque amo esa prosa preciosista y exquisita. Pero hay
infinitos estilos literarios, como es obvio, y lo que cuenta es la belleza
lograda y hasta, si se me apura, la belleza perseguida. Lo que no entiendo es
la escritura que se ampara sólo en lo que se narra, por muy abracadabrante que
sea el tema o la peripecia. De todo eso se encargan ya los periódicos, los
cronistas y reporteros e innumerables programas televisivos.
El azar —o su otra cara, el
destino— con sus inquietantes juegos. Resulta que hoy es la fiesta de los Reyes
Magos y hay sorteo extraordinario de lotería. Y yo, buscando textos escogidos
para traer a este blog, caigo casualmente sobre ese libro portentoso de Borges,
Ficciones, y encuentro allí la
afirmación: “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de
la realidad”. Se refiere al antiguo reino de Babilonia, a aquella lotería
secreta y constante que hace decir a un personaje: “Como todos los hombres de Babilonia,
he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el
oprobio, las cárceles. Miren, a mi mano derecha le falta el índice. Miren, por
este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo: es el
segundo símbolo, Beth…”. El relato se titula La lotería en Babilonia. De otro relato del libro, Pierre Menard, autor del Quijote, tomo
estas ideas: “No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una
doctrina es al principio una descripción verosímil del Universo; giran los años
y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la
filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria”.
¿Qué clase de lotería hace
posible lo que cuenta ese hombre de Babilonia, su vida a través de tan diversas
circunstancias? Parecería tratarse de algún oscuro mecanismo que distribuyera
por igual premios e infortunios. ¿No resulta todo extraordinariamente
misterioso y arcano? Bueno, es como la vida, pienso yo. Y todo adobado con una
prosa distinta a la de Valle, pero impecable. Lector, hazme caso: Deja este
blog, deja todo lo que no sea urgente, y vete a una librería o biblioteca y
sumérgete en estas páginas de Borges. Si eres el lector que yo creo, me lo
agradecerás.
Dije antes: El azar, o su otra
cara, el destino. Azar es todo lo que ocurre de manera absolutamente imprevisible;
el destino está marcado desde la eternidad. Sin embargo, Dios sabe qué número
será el primer premio hoy, dentro de unas horas, en esa lotería de la que
hablaba al principio. Para Dios no existe el azar, todo es presente, y sabe lo
que va a ocurrir en el futuro o lo que ocurrió en el pasado. Me gusta
imaginármelo —aunque soy poco dado a imaginar dioses— como conocedor, desde el
principio, de las posiciones de todas las bolas en los bombos, de sus
movimientos e interacciones al girar estos, de sus contactos, choques y
trayectorias a lo largo de la extracción. Por ello conoce las bolas que
obtendrán los premios y cumplirán así su destino. Esa sabiduría minuciosa es
inimaginable para el hombre y nos refugiamos en el estudio del azar, de sus
leyes, renunciando, sabia y humildemente, a las certezas de la predeterminación.
Lector, me perdí un poco y te perdí
a ti. No lo puedo evitar. Pero te mostré textos de bella prosa, muy distintos
de los de Valle. He escogido algún autor más y espero cumplir mi objetivo. Te
traigo ahora algo de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), un escritor gallego: “¿De qué se hace la nave más
ligera para ir a los feacios? De
palabras, Ulises. Te sientas,
apoyas el codo en la rodilla y el
mentón en la palma de la mano, sueñas y comienzas a hablar”. O también
este, un claro ejemplo de hipotiposis: “Oyó voces misteriosas en la tierra y en
el mar, y le fueron ofrecidas sidras perfumadas que daban al que las bebiera
eterna juventud, perpetua vida. Enamoradas bocas femeninas florecían junto a
sus rodillas, y los días eran todos de sol, y el mundo un gran palacio, que se
le ofrecía con todas las puertas abiertas, y en los jardines el dulce verano”.
Unos breves fragmentos de García Márquez, que
esto se va haciendo muy largo. “La sabiduría nos llega cuando ya no sirve para
nada” [...] “el terror de no encontrar a Dios en la oscuridad de la muerte”.
[...] “estaba convencido, en la soledad de su alma, de haber amado en silencio
mucho más que nadie jamás en este mundo”. [...] “lo único concreto que sentía
era una necesidad urgente de morir”. [...] “la lucidez perversa de la
nostalgia”. Son de El amor en los tiempos
del cólera. Por cierto, espigando en Márquez me encuentro con esa tremenda
afirmación, que debería desalentar a cualquiera que, como yo ahora, pretenda
orientar o sugerir lo que puede ser la buena literatura: “No le alcanzaron
todos sus años de lecturas para saber qué era bueno y qué no lo era, en lo
mucho que había leído”.
Y un último texto, del italiano Luciano de
Crescenzo, de su obra Helena, Helena,
amor mío: “Hermanos, os lo suplico, ¡no le creáis! Si Ulises os dice que
estáis vivos…, no le creáis. Si Ulises os dice que tenéis dos brazos y dos
piernas, no le creáis. Si Ulises os dice que el sol brilla en lo alto del
cielo…, no le creáis; acaso en ese mismo momento empezará a llover”. […]
“¡Mientras tengas uso de razón no creas a los maestros, e igualmente no creas a
los aedos, ni a todos aquellos que van por ahí cantando las gestas de los
héroes, sólo para procurarse una bandeja de higos gratis! Cuando adviertas la
necesidad de saber la verdad, búscala en tu propia cabeza y jamás en el
corazón. Los que tú llamas héroes son simples malhechores de nombres célebres,
que invaden las tierras ajenas con la única finalidad de saquearlas y violar a
sus mujeres. No saben lo que es el amor al prójimo, ni el respeto hacia el
débil.”
¡Cuánta belleza, cuánto anhelo de verdadera justicia,
cuánta compasión en unas pocas líneas! Párrafos así son suficientes para
adivinar una obra entera y en ellos me amparo para intentar recabar la atención
de los lectores sobre escritores que merecen la pena. Porque todo va unido: el
que sabe usar las palabras, seguro que sabe construir la acción, desarrollarla
y resolverla. Es así de sencillo.