Ya dije alguna vez que no
me gustaba dejar cabos sueltos. En la entrada anterior hablé de los
endecasílabos y, para completar algo lo expuesto allí, querría escribir dos
palabras sobre las diversas clases de versos.
Mostré entonces
la estrofa de Esteban Manuel de Villegas:
Dulce vecino de la
verde selva,
huésped eterno del
abril florido,
vital aliento de
la madre Venus,
céfiro blando.
Se ve claramente que no
hay rima en ella. Si alguien pensara que la rima es consustancial a la poesía, se
equivocaría. Por supuesto, hay estrofas compuestas por versos rimados. Pero
incluso en ellas puede haber algún verso que, de manera intencionada, no guarde
la rima y se le llama verso suelto. Pueden ser numerosos, como en los romances
típicos, donde todos los versos impares lo son, mientras que los pares riman. En un soneto, en cambio, todos los versos son rimados.
De estos versos
que no tienen rima, los hay que son medidos (versos blancos), como los de la estrofa
de Villegas. Tres son endecasílabos, tienen once sílabas, y el
cuarto es pentasílabo, de cinco sílabas. Porque no todos los versos de la
estrofa han de tener el mismo número de sílabas; de hecho, esto permite ciertas
combinaciones especialmente gratas al oído. Por último, hay versos que ni
tienen rima ni son medidos, los llamados versos libres. En general, los poemas
no mezclan caprichosamente versos de los diversos tipos, sino que obedecen a ciertas exigencias formales.
Se distinguen,
pues, los versos por el número de sílabas y, como vimos en mi entrada anterior,
por la colocación de los acentos fónicos, por el ritmo acentual. También por la
posición del acento en la palabra final, etc.
En la poesía
griega o latina la unidad métrica para los versos es el pie, constituido
por sílabas largas y breves, en grupos de dos, tres y cuatro elementos. Lector, si te gustan
las matemáticas, sabrás que el número de pies distintos que se pueden
formar en esos grupos es el de ‘variaciones con repetición’ de los dos tipos de sílabas en cada uno de ellos (dos elevado
al número de elementos del grupo). O sea, cuatro disílabos, ocho
trisílabos y dieciséis tetrasílabos; en total, veintiocho. Así es, en efecto, y todos
tienen sus nombres. El pie de cuatro sílabas largas es el dispondeo; el de
cuatro sílabas cortas es el tetrabraquio, también llamado, para abreviar y simplificar,
proceleusmático.
Lector, si
crees que me encuentro como el pez en el agua con todo esto, te equivocarías
muy gravemente. Estoy tan perdido como tú, pero, eso sí, trato de fijarme, me gusta
asomarme a este abismo. Es que, además, parte de todo esto es trasladable a la
poesía en castellano. Sustituyendo las sílabas largas y cortas, por las tónicas
y átonas, se pueden distinguir en ella los ritmos yámbico, anapéstico,
anfibráquico, etc.
¿Te has
aburrido? Eso puede pasarte conmigo más de una vez. Si me aburro yo, te tendrás que aburrir
tú. Pero —aquí va el mensaje— es que hay que 'aburrirse' de vez en cuando. Para valorar
a los que realmente saben de las cosas. Para no ser vano y pensar que uno sabe
de todo, con cuatro bobadinas que ha aprendido malamente. Hay que ser humilde y
comprender que el mundo es inabarcable. El saber sí ocupa lugar; lo que no
ocupa lugar es la ignorancia. Y la vanidad y el autoembeleso, si se me entiende
lo que quiero decir con esto último.