8 de julio de 2015

Otro periodista de antes: Jaime Campmany


Palabras clave (key words): Jaime Campmany, El pecado de los dioses, Laura Campmany.

Hablé de algunos periodistas españoles de antes y querría terminar este minúsculo ciclo con Jaime Campmany (1925-2005). Sobre todo, porque fue un periodista inteligente, de fino humor casi siempre, culto, buen conocedor de nuestro idioma y que escribió, además de múltiples artículos y columnas en diversos medios, libros de poesía y alguna novela de más que regular mérito. Alguien de mi familia tenía una cierta relación con él y pude haberle conocido, pero finalmente no lo hice, lo que alguna vez me reprocho, porque tenía fama de ser un conversador extraordinariamente ameno.

Había estudiado Derecho y Filosofía y Letras en Murcia y luego periodismo en Madrid. Fue corresponsal en Roma de la agencia Pyresa, director del periódico Arriba, fundador de la revista Época, participante en muchas tertulias de radio, etc. En toda su vida literaria obtuvo más de ciento diez premios de variada importancia.

He releído recientemente una novela suya, la primera de una trilogía, de título El pecado de los dioses, de 1998, sobre el delicado tema del incesto, que es tratado con gran contención y con indudable ternura y comprensión, evitando los aspectos más turbios del mismo, en la medida de lo posible. Abundan las pinceladas para retratar de un solo trazo a un personaje. De una mujer de las fáciles de seducir, cuenta que “se tendía al primer envite”. De un jardinero, hombre tranquilo, callado y algo filósofo, que vive su vida y no se mete en la de los demás, acompañado siempre de sus dos perros, la señora de la mansión, situada a la orilla del lago Maggiore, en Italia, dice que “es como si tuviéramos tres perros”. Otros caracteres de la novela están, por supuesto, mucho más detalladamente dibujados. La prosa tiene momentos felices: “Esperaba como una virgen temerosa y anhelante, inocente y perversa”.

Campmany maneja con soltura el castellano, como ya dije, y sabe muy bien encontrar adjetivos de uso infrecuente, algunos no bendecidos por la RAE. Escribía a veces sus columnas en forma de romance corrido, sin separación gráfica de los versos. De una de estas, tomo una ristra de insultos, referidos a un político del momento: panoli, simple, pardillo, zambombo, gilí, bambarria, correlindes, tiracantos, tuerce botas, majagranzas, cazador de gamusinos y pagador de fantasmas.

Es muy difícil juzgar en una líneas a una persona y no es esa mi intención. Una hija suya, poetisa —si nadie se ofende por esta forma del femenino, cosa que puede ocurrir ahora, sin que acierte yo a discernir la causa—, Laura Campany, escribió un epicedio en romance, imitando a su padre, en la tercera de ABC, de título Un año sin Campmany, al cumplirse un año de su muerte. Aun teniendo en cuenta que es la hija la que escribe, veo en él algunas valoraciones que me parecen compartibles y que atañen a cualidades del escritor, que fueron evidentes en su vida.

Escribe la poetisa, en el primer párrafo: Y si hay un cielo donde el alma vibra más allá de este cuerpo que habitamos, ese cielo le cuadra por derecho, porque en verdad fue un ser extraordinario. Porque era un hombre bueno como pocos, porque era inteligente y se hizo sabio, porque tuvo a raudales los amigos y ese algún enemigo necesario...

Lector, que no te pase desapercibido el ritmo y la rima del romance, en los dos fragmentos que te muestro, del padre y de la hija. Están hechos un poco a vuela pluma, ya se entiende, pero son dignos. El de la hija rebosa ternura, admiración, arrobamiento, como es lógico. Tratando de ser imparcial, yo creo que Jaime Campmany fue un excelente periodista y una persona sencilla, valiente, llena de humanidad. De esas con las que se puede pasar un buen rato, en una tarde cualquiera.