Palabras clave (key words): Jaime Campmany,
El pecado de los dioses, Laura Campmany.
Hablé de algunos periodistas españoles de antes y querría
terminar este minúsculo ciclo con Jaime Campmany (1925-2005). Sobre todo,
porque fue un periodista inteligente, de fino humor casi siempre, culto, buen
conocedor de nuestro idioma y que escribió, además de múltiples artículos y
columnas en diversos medios, libros de poesía y alguna novela de más que
regular mérito. Alguien de mi familia tenía una cierta relación con él y pude
haberle conocido, pero finalmente no lo hice, lo que alguna vez me reprocho,
porque tenía fama de ser un conversador extraordinariamente ameno.
Había estudiado Derecho y Filosofía y Letras en Murcia y
luego periodismo en Madrid. Fue corresponsal en Roma de la agencia Pyresa,
director del periódico Arriba,
fundador de la revista Época,
participante en muchas tertulias de radio, etc. En toda su vida literaria
obtuvo más de ciento diez premios de variada importancia.
He releído recientemente una novela suya, la primera de
una trilogía, de título El pecado de los
dioses, de 1998, sobre el delicado tema del incesto, que es tratado con
gran contención y con indudable ternura y comprensión, evitando los aspectos
más turbios del mismo, en la medida de lo posible. Abundan las pinceladas para
retratar de un solo trazo a un personaje. De una mujer de las fáciles de
seducir, cuenta que “se tendía al primer envite”. De un jardinero, hombre
tranquilo, callado y algo filósofo, que vive su vida y no se mete en la de los
demás, acompañado siempre de sus dos perros, la señora de la mansión, situada a la orilla del lago Maggiore, en Italia, dice que “es como si tuviéramos tres
perros”. Otros caracteres de la novela están, por supuesto, mucho más
detalladamente dibujados. La prosa tiene momentos felices: “Esperaba como una
virgen temerosa y anhelante, inocente y perversa”.
Campmany maneja con soltura el castellano, como ya dije,
y sabe muy bien encontrar adjetivos de uso infrecuente, algunos no bendecidos
por la RAE. Escribía a veces sus columnas en forma de romance corrido, sin
separación gráfica de los versos. De una de estas, tomo una ristra de insultos,
referidos a un político del momento: panoli,
simple, pardillo, zambombo, gilí, bambarria, correlindes, tiracantos, tuerce
botas, majagranzas, cazador de gamusinos y pagador de fantasmas.
Es muy difícil juzgar en una líneas a una persona y no es
esa mi intención. Una hija suya, poetisa —si nadie se ofende por esta forma del
femenino, cosa que puede ocurrir ahora, sin que acierte yo a discernir la
causa—, Laura Campany, escribió un epicedio en romance, imitando a su padre, en
la tercera de ABC, de título Un año sin Campmany, al cumplirse un año
de su muerte. Aun teniendo en cuenta que es la hija la que escribe, veo en él
algunas valoraciones que me parecen compartibles y que atañen a cualidades del
escritor, que fueron evidentes en su vida.
Escribe la poetisa, en el primer párrafo: Y si hay un cielo donde el alma vibra más allá de este
cuerpo que habitamos, ese cielo le cuadra por derecho, porque en verdad fue un
ser extraordinario. Porque era un hombre bueno como pocos, porque era
inteligente y se hizo sabio, porque tuvo a raudales los amigos y ese algún
enemigo necesario...
Lector, que no te pase desapercibido el ritmo y la rima
del romance, en los dos fragmentos que te muestro, del padre y de la hija.
Están hechos un poco a vuela pluma, ya se entiende, pero son dignos. El de la
hija rebosa ternura, admiración, arrobamiento, como es lógico. Tratando de ser
imparcial, yo creo que Jaime Campmany fue un excelente periodista y una persona
sencilla, valiente, llena de humanidad. De esas con las que se puede pasar un
buen rato, en una tarde cualquiera.