Sigo sin saber por qué derroteros navegará
este blog. No lo quería preocupado con temas de actualidad y ya me he referido
a alguno de ellos, en una entrada sobre un político catalán. Claro que el
problema no es nada banal y quizá ha entrado ya en esas vías de irracionalidad
que privan a los humanos de la mejor parte de su cerebro.
Me gustan mucho más otros temas. Como el de
los sueños en la literatura, del que también hablé, incitado por la lectura de
un blog amigo. Del incierto y sutil entreverado de realidad y sueño trataba mi
entrada El sueño de Pao Yu. Mucho más
sencillo, y aún más inquietante, es el titulado Sueño de la mariposa, de Chuang Tzu, un filósofo chino del siglo IV
a. C. Hay diversas versiones del mismo; usaré la recogida en la Antología de la literatura fantástica,
de Borges et al. Es cortísimo: “Chuang
Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había
soñado que era una mariposa o era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”.
Lector, hay cuentos más cortos —quizá algún día hable de ellos—, pero te
aseguro que son también bastante más simples.
En la literatura, a veces los
cuentos se continúan, se complementan. En mi entrada Cuentos y Sueños, contaba yo aquella historia de un hombre de El
Cairo, Yakub el Magrebí, que soñaba y completaba luego su sueño con el de otro
hombre en Persia. Una obra absolutamente maestra de cuentos sucesivos,
enlazados, es El ciervo escondido,
escrito por Liehtsé, contemporáneo de Chuang Tzu y también de la escuela
taoísta. Es un juego delicioso, perturbador e inquietante de alternancias entre
realidad y ensueño, que llega a confundir, que es precisamente de lo que se
trata:
“Un leñador de Cheng se
encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo
descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después
olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un
sueño. Lo contó, como si fuera un sueño a toda la gente. Entre los oyentes hubo
uno que fue a buscar al ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y
dijo a su mujer:
—Un leñador soñó que había
matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado.
Ese hombre sí que es un soñador.
—Tú habrás soñado que viste un
leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero
como aquí está el ciervo, tu sueño debe de ser verdadero —dijo la mujer.
—Aun suponiendo que encontrara
al ciervo por un sueño —contestó el marido—, ¿a qué preocuparse averiguando
cuál de los dos soñó?
Aquella noche el leñador volvió
a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó
el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había
encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron
y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al
leñador:
—Realmente mataste un ciervo y
creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad.
El otro encontró al ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó
que había encontrado un ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que
os lo repartáis.
El caso llegó a oídos del rey
de Cheng y el rey de Cheng dijo:
—Y ese juez, ¿no estará soñando
que reparte un ciervo?”.
Lector, puede que yo ahora esté
soñando que te cuento una vieja historia de Liehtsé sobre un ciervo y que todo
esto sea sólo un sueño. Aunque también podría ocurrir que tú estés soñando que
alguien te cuenta la historia de un ciervo. Como se dice en el cuento —para mí,
es el clímax del relato—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de nosotros dos
está soñando?
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