Hablaba en mi entrada anterior de la seducción y sus
peligros, de los problemas y tristezas que pueden asociársele. El asunto me
hizo recordar a un gran seductor, un hombre excepcional, un “monstruo de la
naturaleza”, como fue llamado por Cervantes, que sedujo a muchas mujeres y que
también sufrió al final de su vida, como un castigo, las amarguras de la
seducción. Me refiero, claro, a Lope Félix de Vega Carpio.
El padre, Felix de Vega Carpio, maestro bordador de
oficio, provenía del valle santanderino de Carriedo y cuando Felipe II
estableció la Corte en Madrid vino a la ciudad y se instaló en la calle Mayor.
Lope nació el 25 de noviembre de 1562 y siguieron una hermana y un hermano,
Juan —en total eran cinco—, que acompañó a Lope en la expedición naval contra
Inglaterra de 1588 (la Armada Invencible), de donde no volvió. El padre murió
cuando Lope tenía dieciséis años.
Me detendré en su poder de seducción sobre las mujeres.
Aparte de sus dos esposas, tuvo numerosas amantes, en número no determinado, y
unos catorce hijos, sin poder concretar la cifra tampoco. Sólo cuatro
sobrepasaron la infancia, un varón y tres hembras. Naturalmente, hay que
señalar que también supo seducir a la nobleza y al pueblo con su genio poético,
con su teatro y con sus versos; estaba bien dotado para seducir, simplemente.
Trataré de simplificar el complicado enredo de sus amoríos.
Diré antes que Lope fue un niño prodigio. Según su primer
biógrafo, Juan Pérez de Montalbán, dramaturgo también y amigo suyo, “de cinco
años leía en romance y en latín; y era tanta su inclinación a los versos, que,
mientras no supo escribir, repartía su almuerzo con los otros mayores para que
le escribiesen lo que él dictaba”. El propio Lope desvela, en su Arte nuevo de hacer comedias, la
precocidad de su afición a escribir piezas de teatro: Y yo las escribí
de once y doce años, de a cuatro actos, y de a cuatro pliegos, porque cada acto
un pliego contenía.
Es imposible resumir en sólo tres entradas la rica,
tumultuosa y prolífera vida de Lope y hablaré sobre todo, como ya indiqué, de
su relación con las mujeres. En 1583, a la vuelta de una expedición militar a
las Azores, en la que participó bajo el mandato de don Álvaro de Bazán, se
enamoró perdidamente de Elena Osorio, casada, aunque con el marido muy lejos,
en tierras americanas, a la que oculta en sus versos bajo el nombre de Filis. Una canción, incluida en el Romancero general (1604) empieza: Divina Filis
mía, / no basta lengua humana / para poder loarte por entero. La poca
discreción de estos amores hizo que la familia de ella iniciara un proceso
legal contra el poeta, que fue condenado a destierro, ocho años de la Corte y dos
años del Reino de Castilla. Lope tenía entonces veinte y pocos años, no la
mejor edad para ser sensato.
Fuera de Madrid, cumpliendo el destierro, decide raptar a
una mujer ‘principal’, Isabel de Urbina Alderete y Cortinas (Belisa en sus obras). La familia
denunció a Lope, pero después perdonó y este, que no puede entrar en Madrid, se
casa por poderes en la parroquia de San Ginés, el 10 de mayo de 1588. Es su
primera esposa. El 29 de ese mes se alista voluntario, con su hermano Juan, en la
Armada Invencible, en Lisboa, donde tuvo algún amorío. Regresa de la expedición
a finales de año y, como sigue su pena de destierro, se reúne con su esposa en
Toledo, para marchar enseguida a Valencia.
Felicidad y gran éxito allí, entre los dramaturgos
locales y el público valenciano. En 1590, extinguido el tiempo de destierro de
Castilla, Lope viene a Toledo, donde se hace secretario del Duque de Alba y vive
temporadas en Alba de Tormes, en la corte ducal. Son años tranquilos y, dada la
proximidad de Salamanca, es probable que asistiera a algún curso en su
Universidad. Pero las felicidades son siempre frágiles. La pareja tiene dos
hijos, que mueren de niños. En el segundo parto muere la madre, en 1594. Un año
más tarde se le levanta el destierro y Lope puede volver a la Corte.
En 1596 se empieza un proceso contra él, por
amancebamiento con una rica y hermosa
viuda, doña Antonia Trillo. También por este tiempo escribe sonetos dirigidos a
Camila Lucinda, la hermosa Micaela de
Luján en la realidad. Sin embargo, es otra mujer la que lo lleva al altar, el
25 de abril de 1598, en la iglesia madrileña de Santa Cruz. Se trata de Juana
de Guardo, hija de un rico carnicero que abastecía los mercados de Madrid.
Llevaba una dote de veintidós mil reales de plata, pero esta no se hizo
efectiva nunca y Lope tampoco la reclamó. No fue una unión por interés. En ese
año es ya secretario del marqués de Sarriá, el futuro conde de Lemos. Este
matrimonio de Lope acabó con la muerte de Juana en 1613 y sólo uno de los
cuatro hijos habidos, una mujer, Feliciana, llegó a la edad adulta.