29 de julio de 2018

De ciertas cosas y de la propiedad intelectual


Insisto en que este blog está oficialmente fenecido, aunque reviva alguna vez. Podría ser de esos muertos a los que alguien se refirió cuando dijo “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Escribo alguien, sin más, porque, aunque muchos crean lo contrario, estos dos octosílabos no aparecen en el Don Juan Tenorio de Zorrilla. En realidad, no se sabe quién lo dijo. Lo dejo, no sigo.
Esta es ya la primera digresión. He contado más de una vez que, con el blog ya muerto, no tengo por qué ajustarme a la extensión normal de las entradas y me pueden salir kilométricas. Antes, con el blog vivo, distribuía mis escritos más largos en varias entradas encadenadas. Ahora prefiero escribir una sola entrada y que el lector haga sus pausas cuando quiera. ¿No es mejor así? Si hago yo las particiones, obligo al lector a aceptarlas tal cual y a esperar los sucesivos días de publicación para llegar hasta el final. De esta otra manera, escribo el texto entero y que el lector se administre como quiera. Una verdad queda incuestionada e incuestionable: mi proclividad a escribir largo. Odio los tuits y los 140 caracteres. La verdad es pleomórfica y nada, por simple que sea, se puede decir con mediana exactitud en menos de dos o tres páginas.
Si me tomo estas libertades con mi blog, en cambio hay una cualidad que sí me exijo siempre para revivir al muerto: que se trate de un tema de cierta trascendencia y actualidad. En realidad es como si fuera un blog nuevo, porque en el antiguo ya se hacía notar en el pórtico que no me iba a preocupar mucho por la actualidad. Ahora es distinto, hace falta alguna razón algo urgente para exhumar un cadáver y hacerle hablar. Por ello, de mis últimas entradas muchas fueron de tema político.
Esta de hoy no lo es estrictamente, pero sí se refiere a un asunto candente. Ha surgido por una razón concreta que explicaré y que me permitirá explayarme sobre un fenómeno actual y preocupante, que todavía no menciono. Calma.
Tengo más de veinte libros publicados, la mitad de ellos sólo en digital; la otra mitad en papel y digital. No soy un experto, pero tengo la impresión de que cualquier cosa digitalizada, a no ser que esté protegida con medios extraordinarios, está completamente abierta, accesible y puede ser copiada sin más; pirateada como se dice en términos coloquiales. Yo publiqué mis textos digitales en Amazon, pero ahora me los encuentro en otros sitios y para ser descargados gratis, al menos durante un cierto tiempo de prueba. Lo he descubierto por lo que sigue.
Miro en Google uno de mis libros, Apuntes sobre literatura, de los que están sólo en soporte digital. En una dirección, en una URL, me encuentro el encabezado: Apuntes sobre Literatura (Spanish Edition), Francisco Luis Redondo Alvaro, y un texto en el que se cita un par de párrafos míos y se hace una reseña de la obra, bastante bien escrita y que la describe muy adecuadamente, en términos halagüeños. Copio el texto, que es algo largo, en un color distinto del habitual del blog, e indico claramente, entre comillas y con el color de siempre, las dos citas mías que mencioné:

Se trata de una interesante obra, peculiar en más de un sentido; parece que estuviera dirigida a un lector único, al que se le hablara al oído, amistosamente y con la más absoluta libertad. Su nota más característica es la total libertad en la redacción y en el método, junto a un humor bastante sutil, que está presente desde las primeras líneas. El propio autor explica, al principio:
“Estas notas son para mi uso personal, pero están escritas con la idea de que pudieran ser leídas, algún día, por un lector poco avisado o imprudente. Esto último no debe confundir o desvirtuar su principal objetivo o hacer injustificables las licencias que me tomo. Estas licencias se resumen, en la práctica, en una: no tengo ninguna intención —y por lo tanto ninguna obligación— de ser absolutamente completo, meticuloso o académico”.
La idea que subyace en todo el proyecto es la entusiasta convicción de que los lectores, el otro necesario extremo de la comunicación literaria, han sido descuidados por unos y otros, sin considerar que para tener buena literatura hacen falta, antes que ninguna otra cosa, buenos lectores. A partir de ahí, con esos presupuestos, el contenido y el tono de estos Apuntes sobre literatura es el pertinente. No se establece una diferencia insalvable entre el autor y el lector, sino más bien un conversación amable y fluida entre ambos.
 Se habla luego, sin un guion prefijado: de la memoria y la inteligencia, del valor de las palabras, de los contenidos de las obras, de su limpieza, de su extensión, de los mundos que describen, de la belleza y el feísmo, del extraño éxito de ciertas novelas, de los sentimientos en la literatura, de las tipos de narrador, de la ficción histórica, de la erudición, de la variable génesis de las obras, etc. En definitiva, de muchos de esos temas candentes de la literatura, que se han estudiado y discutido a lo largo de la historia. Todo a la luz de las obras que se van analizando, desde antiguas obras persas o indias hasta las más recientes, con citas textuales de las mismas.
Todo es como un gigantesco muestrario en el que se expone lo que, a juicio del autor, puede ser buena y mala literatura, de los más diversos géneros y procedencias. La ficción de contarlo todo a un lector privilegiado y atento se lleva al extremo y a veces parece asistirse a una imposible conversación entre ambos, buscando aquiescencias y complicidades. Hay algunas digresiones intercaladas, casi todas adobadas con un delicado humor. El material recogido es abundante y también las diversas opiniones sobre temas literarios, con citas escogidas, muchas de ellas nada fáciles de encontrar.
Al final, hay un índice de nombres, con más de cuatrocientas entradas, para dar una idea de los autores que vienen mencionados en la obra. También hay más de cien notas explicativas; casi todas son la traducción de pasajes que no están en español en el texto.
Para mostrar algo del ambiente general de la obra, traigo aquí un párrafo sobre el valor de las palabras, que hace referencia a un cuento de Goethe:
 “Una hermosa serpiente de color verdemar se tragó unas monedas de oro y se fue haciendo luminosa y transparente. Se metió luego en una cueva en la que había una estatua en piedra de un viejo rey. El rey, la estatua del rey, le preguntó: ¿De dónde vienes? De la sima donde habita el oro, contestó la serpiente (se sabe desde siempre que las serpientes pueden hablar y hasta ser muy convincentes). ¿Qué es más precioso que el oro?, preguntó el rey. La luz, respondió la serpiente. ¿Qué es más bello que la luz?, preguntó el rey. La palabra, respondió la serpiente”.
Un libro para leer despacio, sin prisas. Para disfrutarlo. Fin de la capción.

Aunque en la dirección de la que hablo se contempla un período de una semana de prueba gratis, para inspeccionar o descargar la obra, uno ha de registrarse de manera obligatoria y aportar de entrada una tarjeta bancaria. Se trata, evidentemente, de una entidad que persigue algún ánimo de lucro. Pero he de reconocer que todo lo que me pareció novedoso o valorable de mi libro al escribirlo, está recogido convenientemente en la crítica y lo hago constar así.
No he investigado cuantas direcciones análogas, que atañan a otras obras mías, circulan en Internet y me resulta imposible conocer cuántos lectores he podido tener por estas vías, lo que es una contrariedad, porque un escritor gusta de saber a cuántos lectores llega. Un escritor escribe para ser leído, aunque la intensidad o urgencia de este deseo sea todo lo variable que se quiera. Aclararé que el número de webs que aparece al escribir mi nombre entre comillas —para contabilizar únicamente las citaciones precisas— es de varios miles, lo que imposibilita un seguimiento exhaustivo de las mismas. Todo esto es ya un serio inconveniente.
Naturalmente, hay algo más, mucho más grave: el desprecio por cualquier clase de propiedad intelectual y la usurpación de derechos económicos que deberían corresponder exclusivamente al autor de la obra. Esto a mí, particularmente, no me importa, porque escribo por afición y nunca pensé en posibles ventajas económicas, que además sé que son infrecuentes entre los escritores. Pero también soy consciente de que hay escritores profesionales que aspiran con toda justicia a vivir de su ocupación. Y si ya es difícil sin piratería, uno puede imaginarse cómo es con ella.
El famosísimo dicho de Pierre-Joseph Proudhon, en su obra Qu'est-ce que la propriété?, “la propiedad es el robo”, parece haberse instalado sin matizaciones o distingos en el terreno de la producción intelectual. Y eso me parece profundamente injusto, porque revela una falta de comprensión de lo que es el trabajo de creación, que demanda muchas veces un esfuerzo y una dedicación que no tiene muchos análogos en otros quehaceres. Me permitiré una última licencia, la de copiar el párrafo en el que Proudhon menciona, con cautela y seguro de no ser comprendido, la definición suya: Si j’avais à répondre à la question suivante : Qu’est-ce que l’esclavage? et que d’un seul mot je répondisse : c’est l’assassinat, ma pensée serait d’abord comprise. Je n’aurais pas besoin d’un long discours pour montrer que le pouvoir d’ôter à l’homme la pensée, la volonté, la personnalité, est un pouvoir de vie et de mort, et que faire un homme esclave, c’est l’assassinat. Pourquoi donc à cette autre demande : Qu’est-ce que la propriété? ne puis-je répondre de même : c’est le vol, sans avoir la certitude de n’être pas entendu, bien que cette seconde proposition ne soit que la première transformée? 
Un querido amigo de juventud decía, hablando sobre ese tema y con entera convicción: La propiedad surgió cuando un primer hombre tuvo la desfachatez, la desvergüenza, de decir de algo “esto es mío” y otro hombre fue lo suficientemente pusilánime para aceptarlo. Mi amigo era puro y sincero y creía en lo que decía. Hay un período de la vida en que se puede creer en cosas parecidas, que atañen a los grandes e insolubles problemas de nuestro mundo. Y hay personas que llegan con estos convencimientos hasta el final de sus vidas. Son seres puros, admirables y raros.