28 de diciembre de 2013

Versos alejandrinos


Con respecto a mi entrada sobre los endecasílabos, un amigo se maravilla de la relativa complejidad del asunto y confiesa que él no estudió estos detalles durante su bachillerato. Yo tampoco lo recuerdo, pero quizá no fue siempre así. Casualmente, leyendo la minuciosa biografía, publicada por una amiga mía, de un escritor de mi ciudad, nacido en 1918, que alcanzó cierto reconocimiento nacional, leo lo escrito por él mismo, recordando sus tiempos de estudiante: “en el examen final de Preceptiva Literaria no me dieron nada más que aprobado. Porque me preguntaron en qué sílabas se acentuaban los versos de catorce y esto yo no lo sabía... ni lo sé. En fin, no fui brillante, porque, aunque nunca me suspendieron, nunca me dieron tampoco ninguna Matrícula de Honor”. No cito nombres, pero conocí a la persona y digo que era verdaderamente, como se puede vislumbrar por este corto párrafo, un hombre sabio, aunque no supiera lo de los acentos de los dichosos versos de catorce, humilde y encantador.

Me ha llevado esto a estudiar algo estos versos, los alejandrinos, que toman su nombre de un poema francés del siglo XII, Roman d’Alexandre. Son versos de catorce sílabas, divididos por una cesura en dos hemistiquios de siete, y con acentos en la sexta y decimotercera. Fueron típicos de la llamada ‘cuaderna vía’ (estrofas de cuatro versos con rima única), del mester de clerecía, y han sido utilizados sin interrupción a lo largo de la historia y quizá especialmente entre los modernistas. Estos compusieron sonetos con estos versos, sustituyendo a los endecasílabos.

Los acentos en estos alejandrinos se colocan según diversos patrones. El más corriente es el que lleva los acentos en las sílabas 2ª, 6ª, 9ª y 13ª y la distribución es la misma en los dos hemistiquios. También pueden ir los acentos en las sílabas 3ª, 6ª, 10ª y 13ª, como en el conocidísimo verso de Darío: La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?, en el que también el esquema rítmico es el mismo en los dos hemistiquios. Pero esto no es obligatorio.

Como muestra de la cuaderna vía, de Gonzalo de Berceo tomo una estrofa de El ladrón devoto, uno de los Milagros de Nuestra Señora:

Entre las otras malas avié una bondat,
que li valió en cabo e dioli salvedat:
Credié en la Gloriosa de toda voluntat,
saludávala siempre contra su magestat.

Hay algún otro patrón de alejandrino, algo diferente, pero con lo dicho es suficiente. Trato simplemente de mostrar las complejidades de los estudios métricos, referidos a la poesía española, que quizá puedan ser desconocidos para algunos de los lectores.

26 de diciembre de 2013

Sobre la literatura que "te coge"


Mis más obvios intereses en este blog son de tipo literario, aunque ciertos temas de actualidad puedan desviarme de la ruta prevista. Trato de reflejar aquí mis gustos y preferencias en literatura, que podrían estar alejados de la corriente general. Una reciente conversación con un amigo, al que yo consideraba persona de buen gusto, remueve esta inquietud. Hablábamos del mar y los peces, hasta que vino a declarar que una obra concreta del autor Tal le gustaba. Cuando finalmente supe —tendría yo unos veinte años— lo de los Reyes Magos, no sufrí una desilusión mayor. ¡Cómo es posible, Dios mío! Charlamos un poco más y ya llegó aquello del “te coge”, “te engancha”.

Mi amigo contó, en esencia, que la obra no le parecía excelsa, pero era de esas que “te cogen”. Comprendí muy bien lo que me quería transmitir, que es lo que cualquiera entiende cuando se utiliza esa expresión en relación con una lectura, película o lo que sea. Se quiere decir que la acción que se narra ha logrado interesar y se está ya dispuesto a seguir hasta conocer el final, el desenlace de la trama. Todo esto se basa en la estructura mental de los seres humanos, que nos lleva a perseguir la solución de los enigmas y ha desempeñado un papel central en el continuado esfuerzo por explicar el mundo y dominarlo de paso. Como se ve, no me duelen prendas a la hora de valorar con generosidad ese afán heurístico tan arraigado. Esa irrefrenable tendencia ha sido explotada hábilmente en la preparación de series televisivas, folletones y sagas de toda índole, en las que se cuenta con la fidelidad garantizada y eterna de los auditorios. Es un fenómeno intemporal, anclado firmemente en lo más profundo de nuestra psicología.

No considero pecado el que alguna lectura te ‘coja’. Lo que ocurre es que la literatura, una de las bellas artes, ha de ser algo más. Mil historias comunes de las que se dan continuamente en la realidad son capaces de “enganchar”, y más si se enmarcan en una peripecia más o menos hábilmente diseñada. Pero, para mí, eso no es suficiente, no basta de ninguna manera. Yo busco también, y sobre todo, una emoción estética. Me resulta difícil continuar con la lectura de una obra, si no aprecio también la pura belleza formal, el juego inteligente, la alquimia interminable de las palabras.

Esa carencia parece que la soporta bien la mayoría de la gente. Los lectores se han acostumbrado a la literatura de evasión, que, en justa contrapartida, elabora retorcidos complots para interesar el lector, para cogerlo bien cogido: cadáveres que se encuentran de la manera más inesperada, manuscritos intemporales, perdidos y aparecidos en algún remoto lugar como por milagro, ambientes exóticos, esoterismos diversos; todo vale y la demanda puede ser infinita.

Y un libro de intriga, ¿no puede ser de bellísima prosa? No es imposible, pero son mundos bien distintos, ideas alejadas de lo que deba ser la creación literaria, que no resulta fácil o inmediato superponer. Los propios escritores conocen bien con qué clase de lectores pueden contar. El que tiene como objetivo previsible un cinco por ciento del público, lo sabe y lo acepta. Ese porcentaje supone todavía una masa considerable y el autor seguramente no tiene interés en llegar a otros lectores, insensibles al concepto que él mismo tiene de lo que deba ser la literatura. No ocurre nada grave.

Lo realmente grave es que, con esta mentalidad entre los lectores —y con los editores persiguiendo denodadamente lo que el público demanda—, se empequeñece el horizonte de temas y estilos y se alimenta un tipo de quehacer literario que empobrece la creación artística y la literatura de calidad. Son imprescindibles críticos inteligentes y sensibles, que traten de promover sin  descanso las obras de auténtico mérito, olvidándose de los detalles o las ventajas comerciales.

Tengo mis dudas sobre cuánta gente comparte estos tajantes juicios míos. Pero los hago públicos, aun entre dudas. Uno tiene la sagrada obligación de dudar. La duda está en el origen de todas las controversias y asiste al nacimiento de todas las verdades. El hombre es hoy lo que es, porque ha dudado. Ha dudado, precisamente, de todo lo que parecía más evidente, más incuestionable, más indudable.

24 de diciembre de 2013

El maestro Ciruela sobre 'captcha' y 'bots'


Te digo, lector, que esto de escribir un blog es una fuente inagotable de sorpresas; para mí, y para ti mucho más, claro. Es la realidad la que manda. ¿Sabes lo que quiere decir captcha? ¿Sabes que sirve para salvaguarda de los bots? Pues sigo y voy a hacer de maestro Ciruela, aquel que no sabía leer y puso escuela. Probablemente, el dicho es una corrupción de “el maestro de Siruela, que no sabe leer y pone escuela”, referido a Siruela, un pueblo de la provincia de Badajoz. Pero a veces pienso que lo de Ciruela pudo derivar del doctísimo maestro Ciruelo, con el cambio pertinente para la rima. Quizá el pueblo creó como antónimo este maestro Ciruela, atrevido e ignorante. Una variante del dicho reza “el maestro del Campillo, que no sabía leer y tomaba niños”.

En efecto, Pedro Sánchez Ciruelo (1470-1548), fue un matemático español del siglo XVI, que vivió en París unos diez años y fue profesor en la Sorbona. A su vuelta a España se ordenó sacerdote y enseñó teología, quizá también matemáticas, en la Universidad de Alcalá, en la que gozó de gran prestigio. Más tarde fue preceptor del príncipe Felipe, hijo del César Carlos, y su sabiduría fue tan reconocida y proverbial que se acuñó el dicho de “saber más que Ciruelo”. Otro reconocidísimo sabio de la época fue el dominico Domingo de Soto (1494-1560), algo más joven que Ciruelo y discípulo suyo en Alcalá. Se le consideró un modelo de sabiduría y erudición y en la España del siglo XVI se decía: Qui scit Sotum, scit totum (el que conoce a Soto, lo conoce todo).

Lo del maestro del Campillo enlaza con otra expresión popular: “el sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo”. En realidad, en este último caso debe de ser del cantillo, como se lee en el Quijote: “y vendré a ser el sastre del cantillo”. Cantillo vale como esquina o cantón y el dicho sería “el sastre del cantillo, que cosía de balde y ponía el hilo”. Tiene que ser así, porque en los Proverbios del Marqués de Santillana ya aparece “el alfayate del cantillo, facía la costura y ponía el hilo”.

Esta introducción es para justificar que trate aquí una materia que desconozco ampliamente, pero que ha llamado mi atención. Es algo que conoce cualquiera que navegue por Internet: me refiero a esas letras y números distorsionados, que aparecen en un recuadro y que uno ha de descifrar a la hora de registrarse en ciertas webs. Constituyen lo que se conoce como ‘captcha’, un acrónimo, acuñado en el año 2000, de “Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart”. El Turing test es una prueba para comprobar la capacidad de una máquina de mostrar un comportamiento inteligente, ‘humano’. Fue desarrollada en 1950 por Alan Turing. Turing, uno de los precursores de la Informática, fue declarado culpable de conducta homosexual y despedido de su trabajo. Se suicidó con cianuro en el 1954, con 41 años de edad. Da vergüenza sólo recordarlo.

La identificación de los signos de tales recuadros cumple la función de distinguir entre los seres humanos y las computadoras. Por eso se pide la respuesta —“para que se sepa que se trata de un humano”, se explica a veces—, lo que no se entiende nada de bien y se suele tomar como una broma. Lo que se persigue es que el texto sea ilegible para los bots y fueron ideados hace tiempo para que ciertas palabras clave no pudieran ser detectadas por los sistemas automáticos de rastreo.

Un bot (aféresis de robot) es un programa informático, que imita la conducta de un ser humano. En los forums on line, algunos bots fueron utilizados para simular una persona, intentando hacer creer al ‘ciberinterlocutor’ que chateaba con alguien real. La misma Wikipedia ha sido víctima de bots maliciosos, creados para atacar y destruir de forma masiva los artículos de la misma. Así que los ‘captcha’ son una manera de luchar contra los bots. ¿Claro ahora? Espero.