Amigos lectores, permitidme unas
breves reflexiones sobre mi blog. No acabo de entenderme muy bien con él. Ya en otra
ocasión dije que quería hacer más cortas las entradas, y he fracasado
clamorosamente. No sólo eso, a veces salen en ristras de cuatro, seis o más. Es
culpa mía, que cuando toco algunos temas me gusta documentarme un tanto y no sé enmendarme. Me consuelo pensando que quizá a algunos de mis lectores no
les importe esa meticulosidad mía. De hecho el número de visitantes es bastante
invariable y de todo el mundo: España, Estados Unidos, Rusia y Alemania son las más asiduas: 8331, 4231, 1359, 806, de un total de unos 21500 (ver tabla adjunta). Es lo que más me ilusiona y me anima a perseverar. De
todas maneras, ahora estamos ya en verano y trataré de frivolizar mis prédicas.
Para que no quede demasiado corta esta entrada, añadiré
algo más, con motivo del Bréxit, que
ayer decidió Gran Bretaña. Hay algo perverso en casi todos los referendos: la
pregunta ha de ser forzosamente escueta y clara, y se ha de votar in toto. Esto, en casos complejos como el que cito, es casi
imposible de lograr. Además, como sucedió en este caso, se suele recurrir a
ellos cuando la opinión pública está muy dividida. El resultado casi siempre es
muy ajustado, deja a la población partida más o menos en dos mitades e
introduce una fractura social que deja secuelas indeseables. Una consulta así
en Cataluña, por ejemplo, produciría probablemente una división análoga. Hay pocas soluciones; una podría ser la de exigir mayorías cualificadas: 60%, dos tercios...
Para algunos políticos, sin embargo, es una forma óptima
de democracia: directa, llena de virtudes. Creo que se equivocan. Leo que Ada
Colau ha dicho que “hace vida de activista desde 2001” y que “votar cada cuatro
años es totalmente insuficiente”. Eso puede ser deseable para algunos, no para
la mayoría de los ciudadanos, que lo único que quiere es ser regida por
gobernantes honrados y capaces, que gestionen con acierto los asuntos públicos.
No fatigaré ninguna biblioteca buscando argumentos. Por nuestra idiosincrasia
peculiar, muchos españoles son dueños de un piso y deben acudir puntualmente a las
juntas de vecinos. A pesar de no ser muy frecuentes, casi todos tratan de
eludirlas, salvo en casos excepcionales de gestión pésima o fraudulenta. Esta
actitud es trasladable a la cosa pública, a pesar de la diferencia de escalas.
Asistir a los mítines puede resultar divertido para algunos, pero es complicado
para cirujanos, arquitectos, comerciantes, trabajadores empleados, etc.
No quiero decir que Ada Colau no lleve razón, desde su
punto de vista. A ella, esta su manera de ser le ha dado sus frutos. Me entero —no
sé cómo, porque leo poco la prensa— de que en Palma de Mallorca disfrutó, con
Pablo Iglesias y otros amigos, de una mariscada, en un restaurante bastante
exclusivo de la isla, a 160 euros el cubierto. No es nada intrínsecamente
pecaminoso, ya lo sé. Pero tengo el convencimiento de que Dios no aprueba el
consumo de mariscos y por eso los hizo tan endiabladamente difíciles de comer.
Y yo, a quien alguien inevitablemente calificará de derechas sin remisión,
hace siglos que no he comido por ese precio, en España.
Comprendo que estar en campaña influye en las conductas.
Susanna Grisso ha revelado que a Iglesias las campañas electorales “le ponen” y
necesita sexo en ellas —¡a santo de qué le confesaría esto a la buena señora!—.
El peligro de esta peculiaridad conductual, es que por ella corramos el riesgo
los españoles de permanecer continuamente en campaña. A ver si, por esta minucia, vamos a
tener unas terceras elecciones o erecciones, que ya no sabe uno qué palabra
usar con este hombre. Aunque hay que reconocer que sabe hacer las cosas y su
jefa de Gabinete es también su novia, lo que simplifica mucho la solución del problema. Iglesias es claro en este asunto, ya que
no en los demás. En mi entrada del 9/2/2016, conté cómo la expresión ‘hacer el
amor y no la guerra’, le parece kitsch,
frangollona: “Nosotros no hacemos el amor, nosotros follamos”, dijo. Lleva
razón el hombre; hacer el amor es equívoco —hasta podría referirse a escribir
algún sonetillo apasionado—, lo que queda felizmente resuelto con el agudo distingo
del brillante político. La precisión es importante; lástima que no la use en otros
temas, aunque no sean tan importantes como el del fornicio.