11 de diciembre de 2015

Comunicación entre el médico y el enfermo


En mi entrada del uno de diciembre, cité las especulaciones del doctor Fernando A. Navarro sobre la comunicación entre médico y paciente, y un posible escollo, por no adecuar el médico su vocabulario al nivel cultural del enfermo. Prometí entonces contar algo sobre un personaje de una novela corta mía, Desaparición en el túnel. Copio de ella:

Al inicio de su ejercicio profesional, D. Romualdo utilizaba algunas palabras directamente extraídas de la jerga médica, sin haberlas pasado por el cedazo del sentido común. Le gustaba usarlas cuando tenía oportunidad, los pacientes lo aceptaban así y todos tan felices. Si no se le entendía a la primera, pues se le preguntaba. Una vez estaba con un paciente que refería, retrospectivamente, un episodio de dolor agudo en el pecho, que se le había irradiado hacia el cuello y la garganta y que luego se le pasó, pero que lo dejó, con toda razón, con el suficiente miedo en el cuerpo como para acercarse a los pocos días hasta el médico, venciendo esa natural y saludable tendencia a eludirlos en lo posible, tan característica de los seres humanos.

Cuando el enfermo le contaba el penoso trance, don Romualdo, que gustaba de conocer exactamente la naturaleza de los síntomas y signos con que se presentaban las enfermedades en sus pacientes, le preguntó enseguida: Y el dolor, ¿era transfixivo? Eso no lo sé, don Romualdo, contestó el paciente; era un dolor muy jodido, eso sí se lo puedo decir. Es que, perdóneme usted, no sé lo que quiere decir eso de transfixivo.

Entonces el médico, que era muy meticuloso en sus cosas y empleaba con sus enfermos el tiempo que hiciera falta, cogió un diccionario de la lengua castellana y le leyó al paciente: “Transfixión, acción de herir pasando de parte a parte. Úsase frecuentemente hablando de los dolores de la Virgen”. Pues, mire doctor, tampoco le puedo contestar ahora, porque, la verdad, a mí nunca me han herido, ni atravesándome de parte a parte, ni de ninguna otra manera, gracias a Dios, y no puedo comparar. Y en cuanto a los dolores de la Virgen, pues qué quiere usted que le cuente. En fin, que no sé cómo será ese dolor transfixivo; lo que sí le aseguro es que era un dolor con muy mala leche, si lo puedo decir con franqueza.

Otra vez, a otro paciente, don Romualdo le dijo: Siéntate, que ahora mismo te voy a hacer la anamnesis. Poco faltó para que el paciente echara a correr del puro susto, porque entendió que el médico le iba a hacer, si no la autopsia, que fue lo primero que se le vino a la cabeza, algo no muy agradable o indoloro, porque ya se sabe cómo se las gastan estos profesionales y el reducido y casi siempre molesto repertorio de sus actuaciones. Luego resultó que la anamnesis era sólo la redacción de la historia clínica; vamos, hacer al paciente unas cuantas preguntas pertinentes. En otra ocasión le dijo a un enfermo, al que le abrió un pequeño absceso, que le estaba limpiando el material pultáceo acumulado y el paciente contestó muy dolidamente que eso no podía ser, que él jamás había andado con mujeres de mala vida y era un hombre de buenas y santas costumbres. Con el tiempo, don Romualdo, que no tenía un pelo de tonto y que usaba estas palabras, no con intención de deslumbrar a nadie, sino porque creía que su significado era obvio, se enmendó y se corrigió, hasta en exceso.

En exceso, porque empezó entonces, cuando sus pacientes eran labradores, aceituneros, ganaderos, gentes del campo, a utilizar un lenguaje más sencillo, más apropiado a sus conocimientos y a su mundo. Y los pacientes se lo agradecían y todo iba mejor así. Hasta que un día llegó un paciente nuevo al que el doctor no conocía; de uno de los pueblecitos cercanos a Úbeda. El médico le hizo algunas preguntas previas y luego, como el paciente se quejaba de dolores en las piernas, quiso saber si tenía molestias en los corvejones, si había tenido calambres por la parte de los morcillos, etc. El paciente se quedó mirando muy fijamente al médico y le dijo, muy desconsolado: Doctor, no sé lo que me pregunta, le ruego que no use el lenguaje técnico y hable para que yo le entienda. El paciente trabajaba en el Ayuntamiento, andaba bastante poco por los campos o con animales y no conocía las palabras de cuyo uso hacía gala el médico. La virtud, como tantas otras veces, tiene que encontrarse en el término medio.