Palabras clave (key words): Chefs,
vulgaridad extrema y coprolalia, Camilo J. Cela.
Hace casi exactamente un año, en febrero del 2015, me
ocupaba yo en mi blog de los chefs, por los que siento una pasión difícil de
controlar, y les dedicaba algunas entradas. Se paseó el Sol por el Zodiaco
alrededor de la Tierra —o al revés, que nunca me acuerdo—, ajeno como siempre a
las veleidades y estupideces de los seres humanos, y ahora un triste suceso me devuelve
al mundo de los cocineros. Se trata de la muerte, quizá suicidio, de Benoît
Violier, famoso chef suizo del restaurante Hôtel de Ville de Crissier, en el
cantón de Vaud, en cuya principal ciudad, Lausanne, trabajé algún tiempo,
estudiando el flujo cerebral en los ancianos y su respuesta a fármacos.
Buscando inocentemente en Internet datos sobre Violier,
me encuentro con que otro famoso chef, este español, ha dicho, por no sé qué
cosa, que “nos han ‘follao’ el culo” (sic), expresión de significado
evidentísimo, pero que, sólo por culpa de no estar yo al día en esta excelsa
literatura, tuve que congelarla mentalmente un momento para entenderla bien. Lo
mismo ha dicho, con las mismas palabras, el técnico de un equipo de baloncesto.
Esto me ha desviado de mi objetivo inicial y me lleva a escribir sobre verbo
tan descriptivo, que parece gozar de mucho predicamento últimamente. Está
documentado su uso desde 1732, con el significado de “soplar con fuelle”, y
sólo a partir de 1905 designó la operación, casi siempre más distraída, de
“practicar el coito”.
Pablo Iglesias recordó no ha mucho que en el mayo aquel
famoso del 68, de hace ya siglos, los indignados de entonces preferían ‘hacer
el amor’ y no la guerra. A este Pablo esa expresión le parece cursi, kitsch, frangollona: “Nosotros no
hacemos el amor, nosotros follamos”. Lleva razón el hombre; hacer el amor es
equívoco —hasta podría referirse a escribir algún soneto apasionado—, lo que
queda felizmente resuelto con el distingo del brillante político. Ni siquiera
emplea el verbo joder, aún ambiguo. Cela hizo ver que estar jodido era muy
diferente de estar jodiendo. Sentidos opuestos que no se dan entre estar
follado y estar follando, salvo en la forzosa distinción temporal: en el primer
caso el ‘gustirrinín’ pertenece al pasado, por el carácter marcadamente efímero
del asunto, que podría haberse diseñado mejor, más prolongado. En una novela
mía, una vidente afirma que en los extraterrestres del planeta SK08, sospechosos de la abducción de un
médico en Úbeda, la culminación del amor dura noventa minutos y ocurre en dos
tiempos, con un pequeño descanso entre ambos. Tal que el fútbol, que naturalmente allí no
existe.
El estar follado es un estado en el que podrían darse
ciertas habilidades. Cela cuenta —no sé dónde, cito de memoria— el caso de una moza que,
recién follada, era capaz de atravesar nadando cierta laguna en un
santiamén, según testimonios. Aunque otro testigo lo niega y mantiene que la
rapaza no era capaz de hacerlo “ni recién follada, ni follada de vísperas”.
Un sagaz crítico literario hizo en su tiempo una
recensión del libro de un autor español contemporáneo. Apenas incide sobre su
estilo, el lenguaje, la composición de la obra, etc. Casi todo el tiempo lo
dedica a alabar con perseverancia al autor, manejando el botafumeiro a gogo, con energía y determinación.
Siendo el autor no despreciable, no me gustó nada la recensión. En otro lugar
el crítico afirmó también que “si folláramos más, escribiríamos menos”. Lo que
sería bueno para los escritores y en bastantes casos para los lectores, pienso yo.
Hay que reconocer que aquí el crítico lo
bordó, llegó con su mente hasta la misma médula del conocimiento. En efecto, si
se hace una cosa no se puede, o es muy difícil, hacer la otra. Leer es
diferente y se sabe la historia de un viajante de tejidos de Terrassa que,
alejado a veces demasiado tiempo de su amante esposa, por razón del negocio,
recalaba esporádicamente en alguna casa de tolerancia. En un caso, mientras el
viajante desfogaba su pasión largo tiempo retenida, al observar que su
compañera hojeaba el periódico, fue intolerante él, y le dijo, en plena faena:
Ya sé que por doscientas pesetas no se puede exigir un amor verdadero, pero, collons, un poco de atención al acto.
Llevaba razón. Mucho más que cuando se ponía la barretina y peroraba sobre el
derecho a decidir, que también empezaba así las sesiones con el pretexto de que
eso “le ponía”.