Entrando de lleno en el tema, las
mujeres que escribieron obras influenciadas, basadas o inspiradas en el Quijote
—las que ‘reescribieron’ el Quijote— podrían ser las mencionadas en las dos
listas que muestro. En la primera hay once obras, algunas anónimas, pero de muy
probable autoría femenina. En la segunda las he reducido a cinco, aquellas de
las que hablé en mi charla. Conociendo sus nombres, es relativamente fácil llegar
a saber algo de sus vidas y obras con Internet. No puedo en este esquema,
tampoco pude en la conferencia, detenerme demasiado en esto, por razones
obvias.
Quería también señalar la
participación de las mujeres en la literatura, en general, y en la cultura de
todas las épocas, a pesar de la indudable discriminación de la que han sido
víctimas a lo largo de la historia. Cité, por nombrar a alguien, la obra del
latinista francés del XVII, Gilles Ménage, quien en su Mulierum philosopharum historia, recoge hasta sesenta y cinco
mujeres filósofas. Me detuve algo con la bellísima Novella d’Andrea, de
Bolonia, experta en Derecho y Literatura que, para no distraer a los discípulos
con sus encantos, daba lección hablando detrás de una cortina.
Para ir terminando y hacer más
liviana la charla, como debe ser obligación de todo conferenciante, hablé de
otra mujer bellísima, Friné, la amante y modelo de Praxíteles. En una última
digresión, mostré el cuadro de un pintor y retratista polaco que la representa
yendo a bañarse en la playa con motivo de las fiestas eleusinas. El nombre del
pintor es Henryk Siemiradzki (1843-1902), recordado por su arte
académico y monumental, con escenas del antiguo mundo grecorromano y del Nuevo
Testamento. Inmediatamente después, mostré el titulado Blue III, parte de un tríptico, de Joan Miró, con alguna
consideración obligada e informal sobre el arte pictórico. El arte del polaco no
es mi ideal, pero tengo que admirar el oficio, la honestidad, el afán de perfección, el amor por la
obra bien hecha en este tipo de pintura. Este de Miró, y otros pintores modernos, suscita en mí, en no pocas ocasiones, alguna
duda incómoda, algún inevitable recelo.
Terminé con las
siguientes palabras, excusándome muy insinceramente: Me he perdido un poco; hay
gente que ha nacido para perderse. Escribir es eso: perderse. Perderse en algún
confín que se sueña y se crea para compartirlo; sacar a la luz algo que surgió
en un oscuro pliegue de nuestro cerebro, gracias a una misteriosa alquimia que
en ocasiones comienza a funcionar muy caprichosamente. Pero hay que perderse
con alguien. Por ello, no me importaría haberlo hecho hoy, siempre que me haya
perdido con ustedes, que ustedes me hayan seguido y hayan disfrutado un poco
descansando en los márgenes, espero que apacibles y amenos, del camino, del
laberinto. Este es el mejor criterio para valorar este tipo de charlas. Al
final, no importa sólo a dónde va uno, sino el sendero que se escoge, el viaje
en que uno se embarca.
Ya acabo, pero nada es definitivo, permanente; las cosas se
resisten a desaparecer. Un poeta malagueño, al que he admirado largamente,
desde mi juventud, Manuel Alcántara, lo dijo muy sencilla y bellamente: Porque nunca se acaba lo que acaba, / que se
queda a vivir en la memoria. Quiera Dios que alguna historia, algún detalle
de los que he contado aquí, quede con ustedes y les ayude a recordar este
martes de abril, cuando ya nos preparamos a reestrenar el mundo: Ya ves que
ha pasado el invierno y se oye / en nuestra tierra el alboroto de golondrinas y
tórtolas, cantó Salomón ibn Gabirol (1021-1058), un poeta y filósofo
hebreo-andalusí, nacido en Málaga, al principio del siglo XI. Exactamente como
ocurre hoy, en este hermoso parque. Muchas gracias por haber venido.
Nota: Casi las tres cuartas partes de la conferencia
versaron sobre el tema del título. En mi esquema, en el que muestro sólo dos
diapositivas con los nombres de las autoras en cuestión, podría parecer que no
fue así.