Palabras clave: Horacio, Odas, Epodos, Padres Escolapios en Úbeda.
No era la primera vez, había ocurrido ya algunas otras
veces, a la misma hora intempestiva, dos o tres de la mañana. Los diez vecinos
de la casa conocían la causa del escándalo y eran benévolos con el alborotador.
Se oía una voz infirme, temblorosa, pero potente; al principio, el discurso era
incoherente, errático, siempre desolado, de una profunda tristeza. Se notaba
claramente que el hombre que daba gritos y gemía estaba borracho, aunque jamás profería
palabras sucias o malsonantes.
Luego, poco a poco, se iba serenando, disminuían en
intensidad las voces, si bien se seguían oyendo en casi toda la casa. La
ventana de la habitación de donde provenían, un dormitorio que daba a un patio
interior común, estaba abierta y había luz. A veces hasta se podía ver al
hombre que la ocupaba, de edad bastante avanzada. Al final, como en otras
ocasiones, se oyeron nítidamente los versos latinos, pausados, solemnes:
Macies et nova febrium
terris incubuit cohors,
semotique prius tarda necessitas
Leti corripuit gradum.
(La miseria y una desconocida legión de
enfermedades sobre la tierra cayeron, y la muerte inevitable, antes lejana,
apresuró su paso).
El joven que vivía en el piso de enfrente, flamante
doctor en Filología clásica, reconoció enseguida la oda de Horacio y no pudo
evitar un estremecimiento, porque nunca la había oído recitar con tanta
hondura, con tanto sentimiento. La dicción del recitador era ya perfecta, el
ritmo delicado y exacto. Cómo debe de estar sufriendo el pobre don Gerardo,
pensó. Ni un reproche se le vino a la mente; al contrario, se llenó de
conmiseración por aquel hombre, que había sido su profesor de Latín en la
Universidad y era reconocido como un brillantísimo experto en literatura clásica;
uno de los hombres más nobles y educados de la ciudad. Hasta que vinieron las
desgracias, la muerte del único hijo en un accidente de tráfico y, poco
después, la de su esposa. No supo resistir el embate brutal del destino y se
refugió en el alcohol.
El joven latinista continuó escuchando, porque sabía que
vendrían nuevos versos. Don Gerardo comenzó otra vez, con voz grave, desgarrada
y plañidera:
Eheu fugaces, Postume, Postume,
labuntur anni, nec pietas moram
rugis et instanti senectae
adferet indomitaeque morti.
(¡Ay, qué deprisa, Póstumo, Póstumo, se van
los años!; y la piedad no hará que se retrasen las arrugas, ni la vejez que
acosa, ni la indomable muerte).
Tras una pausa, siguieron otros versos, también de
Horacio, de Epodos, 17:
Nullum ab labore me reclinat otium;
urget diem nox et dies noctem, nequest
levare tenta spiritu praecordia.
(No hay descanso que calme mis fatigas. La
noche acosa al día, el día a la noche, y no es posible aliviar la angustia de
mi pecho jadeante).
El joven pensó por un momento en acercarse al piso y
tratar de confortar al pobre viejo, pero, por lo sucedido otras veces, supuso
que todo terminaría pronto y optó por no hacer nada. Estos episodios se
repitieron por un corto tiempo.
El joven doctorado de entonces, el que me contó la
historia, que es totalmente real, fue luego catedrático de Latín en la
Universidad y acaba de jubilarse. En un acto de homenaje y despedida que se le
hizo, habló y, como era esperable, hizo algunas citas en latín, más bien
jocosas, como conviene en estas circunstancias. Al pronunciarlas, la mayoría de
los asistentes, profesores y alumnos de lenguas clásicas, reía con buen humor.
Sentí mortal envidia por no entenderlas inmediatamente como ellos.
Si fuera forzoso escoger, comprendo que los jóvenes se dirijan
a ciencias de las que depende la capacidad, no ya de inventar, sino hasta de
utilizar lo que inventen otros. Pero, por fortuna, todo es conciliable y una
buena base de latín incluso ayuda a la comprensión de términos científicos y
neologismos. El latín fue vínculo universal durante gran parte de la historia
de Occidente; en esa lengua están escritas algunas de las obras cimeras de la
cultura humana. En ella resumo mi nostalgia, mi añoranza de un tiempo ido, no
tan lejano. Leo, gracias al amable archivero don Valeriano, actas de los
Escolapios de Úbeda, de hace cien años, escritas aún en latín. Acta capituli
localis habiti in Domo Idubedensi die 17 mensis Martii anni 1912. Convenerunt
ad sonum campanulae in Aula Capitulari infrascripti Patres, Rector et Vocales… Una delicia.