Palabras clave (key words): Isidoro Merino, Marcel
Reich-Ranicki, Hellmuth Karasek.
Es difícil lo que pretendo hacer, sin aburrir en exceso:
comentar un par de párrafos iniciales de un artículo escrito por un novelista español
hodierno. Pero lo intentaré. Los retales de texto van en cursiva, lo estridente
en rojo. Mis anotaciones en redondas.
Quizá haya
alguien que esté de acuerdo, o que descubra que
lo está. Distinción banal: se está de
acuerdo con algo porque se ha descubierto cierta acordanza. […] La convicción que se ha
apoderado de nuestras sociedades en la práctica
de la piratería cultural. Suena mal. La
convicción es una evidencia intelectual o moral. El autor se refiere a la
convicción “de que la piratería cultural es tolerable”, pero lo expresa mal.
[…] Ese sentimiento no me ha abandonado
nunca, se me ha mantenido intacto… El me sobra.
[…] Series de televisión que, mientras han durado
o aún duran, otro distingo inútil. Es un
castellano espeso, trabado con dificultad, innecesariamente detallista.
Nada nuevo, se trata de un autor en el que los críticos
comprueban a menudo graves defectos de estilo. Tomo las cuatro primeras citas
de la lista que elaboró hace tiempo un periodista, Isidoro Merino. Son
construcciones impropias, repeticiones injustificadas, encontradas en sus
obras: Pensé que pensaría en su hijo…,
Una mirada mirando…, Al hacer este recorrido que hizo…, He sabido cuando supe…
Podría haberme ceñido a lo ya espigado por otros: expresiones mucho más chirriantes
y disléxicas que las que yo muestro. Pero quería estudiar su prosa de
articulista, como hice con una obra suya de ficción, de la que hablaré en el
futuro. Adelanto que no se trata de que el autor practique un humor extraño:
escribe así. No sé, no sabe nadie, por qué.
Ocurre, y aquí podría empezar lo sorprendente para el
lector, que este autor es miembro de la RAE, famosísimo, premiadísimo. El pasmo
de algunos críticos que analizaron su obra debió de ser parecido al mío y les
llevó a atacarle, muy desabridamente en ocasiones. También sus defensores
respondieron con ensañamiento. En mis Apuntes
sobre literatura, me referí a este autor, sin nombrarlo. Lo había leído, no
me gustó y así lo hice constar. Después vi que otros coincidían en esto. Y
luego vino, como me sucede tantas veces, el deseo, la necesidad imperiosa de
comprender, de organizar un poco el mundo, el de la literatura en este caso. Y
también intervino algo el azar.
El 18 de septiembre de 2013 murió en Frankfurt un crítico
literario alemán, de gran prestigio, Marcel Reich-Ranicki. Algún periódico
español insistió entonces en algo ya conocido: el papel que este había jugado
en la carrera de nuestro autor. Se citaba la obra concreta que le entusiasmó y
que divulgó en un programa de la TV alemana, provocando una avalancha de ventas
de la traducción. No la había leído yo y me abismé en ella, con la idea de
encontrar la oculta clave, sediento de entender, enfermo de ‘sofofilia’. Quince
días antes que el alemán, había muerto en Sevilla Manuel García-Viñó, uno de
los más acerbos críticos del polémico académico. Fenecen los amigos, los
enemigos. Todo pasa, nada queda, ¿para qué hacer nada? Pero esto no toca ahora.
La leí y seguí sin explicarme el éxito de la obra y del
autor. Es la envidia, se dirá, ya me lo imagino. Escribí entonces una larga
exégesis de la novela, que guardé cuidadosamente. Hace poco cayó también en mis
manos el artículo que menciono al principio. Finalmente, veo en un periódico
alemán que, el 29 de septiembre pasado, murió en Hamburgo Hellmuth Karasek, un
crítico colaborador de Reich-Ranicki. Por todos estos hechos, el asunto, el
atenazador enigma, se reavivó en mí.
Aún no he hecho públicas mis ideas, mi sentir, sobre el
exitoso escritor, pensé. Y he decidido hacerlo ahora. Aunque no escribo su
nombre, sé que dejo pistas para quienes conocen el tema. Pero si algún lector
lo identifica, la culpa no será enteramente mía, sino fruto también de su
perspicacia. Mis páginas sobre el tema, en unas cuantas entradas próximas,
quizá sirvan de colofón a este blog, que empieza a cansarme. Porque no deja de
ser una pequeña vanidad más, de las muchas del mundo, esas que nunca me
ofuscaron del todo.