17 de junio de 2016

La taimada y traviesa apóphasis (II, fin)


Un portavoz de cierto grupo del Congreso habla con el desparpajo y aplomo de un  Dios omnisciente. ¿No hay nadie que estudie sus vídeos y se lo haga ver? Otro joven líder hace la seráfica (afectar virtud y modestia, DRAE) sin tregua. Con aspecto de apóstol de algún rito extremadamente salvífico, parece próximo a levitar, a ascender limpiamente a los Cielos. Se pasó a la política, renunciando a su carrera académica en la que había llegado a ser, a sus 38 años, profesor titular interino. En Estados Unidos se sugiere esta pregunta para juzgar a un candidato: ¿le compraría usted un coche usado? A este, no le compraría yo ni un sonajero. No me lo imagino junto a gobernantes de países civilizados. Cambia de ideario según los vientos y las encuestas, y es marxista, versión Groucho: si a alguien no le gustan sus principios, ofrece enseguida otros.
Hay un candidato cuya pasión por ser Presidente de Gobierno, sin importarle los votos que consiga, se ha convertido en tal obsesión, que pudiera rozar lo patológico. Esta anomalía de la personalidad, la negativa a declararse vencido, se puede dar en deportistas. Se conoce el caso de un equipo de fútbol, de una hermosa ciudad levantina,  que jamás perdía la moral y se popularizó una frase que lo reconocía así. Y se cuenta que el jugador más pugnaz de ese equipo, no recuerdo ahora el nombre, lanzaba los córner y corría hacia la portería para rematarlos él mismo. Este político es así y parece haber seducido a otro joven líder, que se ha tornado imprevisible y voluble. No estoy en contra de las ambiciones o los sueños de nadie, pero fijaciones tan extremas pueden conducir a sus víctimas a pactar con el diablo, lo que nunca es bueno. Incluso ahora, que los diablos son todos unos pobretes, unas antiguallas, que ni pinchan ni cortan.
Hablo ya —confieso que escogí el misterioso título para incitar a la lectura— de la apóphasis o apófasis. Es una figura retórica, en la que se pretende no hablar de algo que, sin embargo, se insinúa claramente. Un ejemplo jocoso, de un orador despechado: No voy a hablar hoy de la voracidad sexual de nuestra compañera de curso Julieta, que se cepilló a media Universidad Complutense y a mí me hizo ascos la muy imbécil, que se la tengo jurada desde entonces… No, hablaré de su reciente incorporación a un prestigioso bufete de abogados. Como en esta campaña electoral se pretende abogar sólo por los aspectos positivos de la contienda, estoy seguro de que más de uno no podrá aguantarse y se refugiará, sin saberlo, en la apófasis, para herir en lo que pueda.
Los eslóganes más vulgares se celebran como frutos de genio. El soniquete “progresista-reformista” se repitió, como panacea mágica y omnipotente, en la pasada campaña. Los nuevos políticos entienden que están desvelando los secretos del mundo y que por fin han encontrado la clave oculta de la felicidad y la utopía. Se critica al Partido Popular, plagado de corrupción. No los voy a disculpar, pero en La corrupción, sus momentos clave, 1986-1996, de Ricardo de la Cierva —se me dirá que es franquista, ya lo sé— se cita al cardenal Tarancón, nada desafecto al socialismo, refiriéndose a su época de gobierno: “Jamás en España, en ningún tiempo anterior, se ha visto una corrupción comparable”. Esto ya no lo recuerda nadie. La corrupción, la de todos, ha sido por desgracia un acompañante asiduo en la moderna democracia española.
Se atribuye a J. K. Galbraith la sentencia de que “la política es el arte de elegir entre lo desagradable y lo desastroso”. Me parece oportuno recordar ahora la frasecilla, la dijera quien la dijera. Para un observador imparcial, no deja de sorprender el cerco inmisericorde al Partido Popular, el deseo de borrar todo lo que hizo. Es un juego en el que todos van contra él. Me pregunto: durante su mandato, ¿no resultó nada bien, alguna pequeña cosa? Aparte de sus pecados, lo acerbo de la censura, ¿es porque la urdimbre sociológica del país se escora a la izquierda? No lo creo. Más me parece el perverso deseo de tumbar entre todos al primero y repartirse el botín.
En casos que exigen determinación y coraje, muchas mayorías, enervadas, van casi siempre en contra de las medidas que demanden esfuerzo y sacrificio y son las minorías las que tienen razón. También estoy convencido de que la capacidad crítica desaparece cuando los hombres se reúnen en masa. Estas son elucubraciones genéricas mías y no se refieren a ningún caso concreto. Aunque pienso que, hic et nunc, muchos anteponen sus intereses personales o de partido a los de España y sus ciudadanos.
Frente a la insulsa e inevitable palabrería de las campañas, una cita del prólogo del Teatro crítico universal, de Feijoo: La grandeza del discurso está en penetrar y persuadir las verdades; la habilidad más baja del ingenio es enredar a otros con sofisterías. En esta labor ínfima y mediocre del pensar, han surgido nuevos, jóvenes, maestros. Vivimos tiempos duros y difíciles, que podrían agravarse. La estructura de un país puede resquebrajarse y hundirse en muy corto plazo; hay muchos ejemplos.
Ya conté que vi parte del famoso y esperado debate a cuatro y que oí exactamente lo que esperaba oír. Sólo resaltaré otra vez la exagerada agresividad de uno de los contendientes. No querría un presidente así. Hago constar de nuevo que no busco temas políticos para mi blog. He escrito estas dos entradas obligado, ex necessitate rei. Estoy muy preocupado por el presente de mi país y decidí exponer mis ideas o, si se quiere, mis sentimientos y temores personales, que sé que mucha gente comparte. No debatiré sobre ellos y espero no reincidir en esta temática en mucho tiempo.

14 de junio de 2016

La taimada y traviesa apóphasis (I)


Lector, prometo explicar lo de la apóphasis al final. Ahora digo que en la portada de mi blog se lee, tras la definición de ‘sobretarde’ (lo último de la tarde, antes de anochecer, DRAE), una sincera y rotunda declaración: Creado para tratar temas que vayan surgiendo de mis lecturas o meditaciones, sin preocuparme demasiado por la actualidad. Esta ha sido mi intención y la norma en casi todas las entradas del mismo. Entre los temas de actualidad, ningunos menos atractivos, para mí, que los de índole política. Aclaro, sin embargo, que pocos oficios me parecen tan nobles como el de político, cuando quien lo ejerce lo hace por auténtica vocación de servicio, renunciando quizá a puestos mejor remunerados y sin los inconvenientes de un cargo público. No me refiero a los que se arriman para medrar o por pura ambición de poder.
Ha empezado ya la campaña electoral del 26-J. En realidad, llevamos años de campaña ininterrumpida, si se entiende como tal la descalificación tenaz del adversario o el insulto directo a los responsables de los distintos partidos. No comentaré aspectos concretos de esa lucha sin cuartel. Simplemente, por mi edad, tiendo a comparar la situación actual con la del pasado relativamente reciente, que me tocó vivir: transición de la dictadura a la democracia, con los artífices de entonces.
Lo que escriba estará inevitablemente influido por mi edad y mis sentimientos y no siempre se ajustará a una lógica estricta. Igual que prefiero el cine y la música de antes, también creo que los nuevos políticos, los más jóvenes para entendernos, son inferiores a los antiguos. Critican la corrupción de algunos de estos, con toda razón, y presumen de incorruptibilidad. Estoy dispuesto a aceptar esa presunción; se les supone, como en el ejército el valor al soldado. Pero alardear de ella, sin haber tenido ocasión de corromperse, es otra cosa. Sobre todo cuando hay indicios de que algunos de los nuevos podrían ser muy buenos en el extendido arte del trinque y el tejemaneje.
Odio esa nueva política que se fragua cada vez más en la televisión, ventana tantas veces abierta a rincones sórdidos y estúpidos del mundo. Su influencia la confiesa en un periódico de hoy mismo, uno de los más beneficiados por esta perversión. Aparecen políticos en los más diversos programas, en los que se suele ofrecer una imagen bonancible y hasta tierna de los mismos. Se les ve sencillos, sonrientes y amables. Debería haber un límite, un equilibrio para estos cameos. Una política valenciana, desde que obtuvo un puesto de cierta relevancia, muestra una imperturbable sonrisa, de oreja a oreja; está encantada. Uno se pregunta qué puede haber en la dura y cainita vida política que la haga tan feliz. Me gustaría que en las próximas elecciones esta buena mujer siguiera, en lo que sea, para que no se malogre su inextinguible sonrisa.
La formación cultural de los nuevos políticos deja a veces bastante que desear. En los mítines, llenos de simpatizantes más o menos desocupados, prestos a aplaudir cualquier simpleza que diga el orador, con algunos colocados detrás de él para afianzar con gestos guiñolescos las banalidades que exponga, cualquier palurdo puede llegar a la conclusión errónea de que está llamado a jugar un papel histórico en el país. Este adjetivo, histórico, se prodiga mucho ahora: hay reuniones, programas, acuerdos, así calificados, aunque sólo sean eslóganes vacuos y ocurrencias de amiguetes.
Una famosa alcaldesa dejó sin terminar una carrera sencilla: En casa no había dinero y pronto tuve que buscarme la vida, revela afligida. Oír esto, cuando he conocido casos en mis tiempos de universidad en los que se simultaneaba el trabajo y una carrera tan exigente como Medicina, me produce una leve hilaridad. Son mensajes falaces diseñados para suscitar la compasión y el arrobo entre gente no conocedora. La alcaldesa hizo bien en colgar estudios que no conducen a nada. ¿Para qué estudiar, para qué empeñarse en nada que exija esfuerzo? Sin ellos, ha llegado a donde ha llegado.
Una digresión, quizá obligada; luego seguiré con mi plan de ruta.  Ayer atendí por algún tiempo al anunciadísimo ‘debate a cuatro’ de TV, en donde volví a oír las viejas consignas y algunas botaratadas. No fue demasiado bronco, aunque en ocasiones se interrumpían los candidatos y hablaban a la vez. Daban datos muy contradictorios, sin que se esforzarse nadie en estudiar cuáles eran los correctos; cada uno soltaba los suyos y en paz. El lenguaje, decía Ortega, es por esencia diálogo y se espera, añado yo, que de él surja, si no un acuerdo, sí un esclarecimiento. El formato de este tipo de encuentros hace imposible la discusión sosegada de cualquier asunto. En El libro de Job, 28-12, se formulan las preguntas: ¿Mas en dónde se halla la sabiduría? ¿Y cuál es el lugar en que reside la inteligencia? No, ciertamente, en un plató de TV.
La mayoría de los ataques dialécticos se centraron en Rajoy. Eso ya, a los que de niños vimos en las películas del Oeste cómo el pistolero bueno, cuando varios atacaban a un hombre solo, ayudaba siempre al solitario, podría predisponer a su favor. Por otra parte, Rajoy representa la continuidad y habrá gente que piense, como escribió el francés Charles Brook Dupont-White, socialista y crítico radical del sistema capitalista, en el prólogo de La Liberté, que tradujo de Stuart Mill, que “la continuité est un droit de l’homme: elle est un hommage à tout ce qui le distingue de le bête”. Por supuesto, no se definieron los pactos postelectorales. Un candidato estuvo, como siempre, agresivo y querulante. Algún inteligente asesor le habrá aconsejado que se muestre así.
Al día siguiente, tampoco hubo sorpresas. Preguntados cargos de los diferentes partidos, todos proclamaron vencedor a su candidato; como ocurre en las elecciones, que todos las ganan. Uno de los organizadores, después de su análisis, aventuró que no creía que el debate fuera a influir significativamente en el voto final. Eso ya lo sabíamos algunos. La agobiante promoción del espectáculo, el señuelo de que un tercio del electorado decidiría su voto gracias a él, las fanfarrias del mismo, todo forma parte de ese mundo irreal y ficticio, que la televisión consigue instalar en bastantes cerebros.
(continuará, y hablaré de la apóphasis)