7 de octubre de 2016

La seducción y sus peligros


En mi entrada anterior, Seducción y Política, recogía un comentario del escritor judío-lituano Romain Gary (1914-1980) sobre el poder seductivo del general De Gaulle. Gary fue, él mismo, un gran seductor. En una obra suya, Clair de femme, alguien confiesa: “He conocido tantas mujeres que, en cierto sentido, siempre he estado solo. Muchas son nadie”, sentencia que podría retratarle. Entre tantas, quizá hubo alguna diferente, única. Myriam Anissimov, biógrafa del autor, señala que su solo amor fue la húngara Ilona Gesmay, que rechazó casarse con él: “Cuarenta años después de esa historia, le he visto sollozar al recordarla”, escribe. Eso es el amor, así de quemantes son los recuerdos. Conviene saber, no obstante, que se puede sollozar por varias.
Romain Gary llegó a Francia con catorce años y obtuvo la nacionalidad francesa con veintiuno. En 1938 ingresó en las Fuerzas Aéreas francesas y en 1940 pudo escapar y unirse a las de Francia libre, que operaban desde Inglaterra. Ha sido el único escritor que ganó dos veces el prestigioso premio Goncourt. Homme à femmes (mujeriego), confesó que “las dos cosas que le habían salvado eran la literatura y la sexualidad”. Bueno, pues hay medicaciones y remedios menos gratos que estos, pienso yo —lo digo por la literatura—. Pero nunca se salva uno del todo: terminó suicidándose de un tiro en la boca, un año después de la muerte de quien fue por cierto tiempo su esposa, la bella actriz americana Jean Seberg.
Jean Seberg nació el 13 de noviembre de 1938 en Marshalltown, Iowa. La familia provenía de Suecia y su apellido original era Carlson, pero el abuelo pensó que ya había demasiados Carlsons en el Nuevo Mundo y decidió cambiarlo. Cuando Jean hacía su segunda película, Bonjour, tristesse, dirigida por Otto Preminger en Francia, encontró al abogado francés François Moreuil. Se sedujeron mutuamente y volvieron juntos a Estados Unidos, a Nueva York; él trabajó en un taller de fotografía para que ella pudiera estudiar arte dramático. Se casaron, en Marshalltown, en 1958 (Jean no había cumplido aún los veinte años). Al año siguiente, en Los Ángeles, fueron invitados a cenar por Gary, cónsul francés allí entonces. Entró en juego otra vez la seducción, a pesar de que el escritor tenía veinticuatro años más que ella y de que los dos estaban casados. La seducción las gasta así. Jean se divorció de François y volvió a Francia con Gary. En 1962 tuvieron un hijo, Diego, que vivió parte de su niñez en España, con una niñera. El escritor renunció a su carrera diplomática, logró su divorcio y volvió a escribir. Se casaron en 1963.
En octubre de 1968, en un vuelo a Los Ángeles, Jean conoció a Hakim Jamal, un negro nacido en un gueto de Boston y relacionado con el movimiento de los Black Muslims, y fue su amante. Hakim Jamal sedujo también a Gale Ann Benson, hija de un diplomático británico. La seducción fue tan intensa que ella cambió su nombre a Hale Kimga, anagrama de Hakim y Gale. Se fueron a vivir a una comuna en Trinidad y allí, durante una ausencia de Jamal fue apuñalada y enterrada en un pozo. También Hakim Jamal fue asesinado por haberse casado con una mujer blanca.
La Seberg sedujo a muchos más —Clint Eastwood, Abdelaziz Bouteflika, Carlos Fuentes, etc.—. Este dijo de ella que era brillante, inteligente, bella y muy vulnerable. Parece que su recuerdo no le abandonó nunca, aunque vivieron un romance de apenas dos meses. Quizá fue hasta por eso mismo, maliciará alguno. En 1972, Jean encontró a Dennis Berry, hijo del director de cine John Berry, y tres semanas más tarde volaron a Las Vegas para casarse. Hacia 1977 la relación era insoportable y se separaron, aunque no se divorciaron; cuando murió Jean, Dennis seguía siendo su marido legal.
En 1979 la actriz, con cuarenta años, conoció a un argelino de diecinueve, Ahmed Hasni, que trató de apartarla del alcohol y prepararla para su nueva película. Se hizo cargo del poco dinero que tenía, se tornó posesivo y llegó a golpearla. Fue la última persona que la vio viva. Según el relato oficial de la muerte, Jean Seberg desapareció el 30 de agosto de 1979 de su apartamento parisino, envuelta sólo en una manta, entró en el asiento de atrás de su Renault aparcado en la calle y tomó una dosis letal de pastillas. La policía encontró el cadáver ocho días después, con una caja de barbitúricos, una botella vacía de agua  y una carta para su hijo: “Perdóname, no puedo vivir más con mis nervios”.  La autopsia reveló una dosis de alcohol en sangre capaz de provocar un coma en cualquier bebedor. Se consideró un suicidio. En julio había tratado de arrojarse al metro.
El otro seductor con el que empecé, Romain Gary, se suicidó el dos de diciembre de 1980 de un tiro en la boca en su apartamento de París. Tuvo una relación muy discreta con la actriz alemana Romy Schneider, que se suicidó el 29 de mayo de 1982, a los 43 años. No se hizo autopsia, pero se supone que la muerte fue por ingestión de alcohol y barbitúricos. Su hijo David había muerto trágicamente en julio del año anterior. Era de su primer matrimonio, con el actor alemán Harry Meyen, que se suicidó en abril de 1979, ahorcándose en su piso de Hamburgo.
Hay que tener cuidado con la seducción. Hegel, Kant, o una comadrona de mi pueblo muy dicharachera, no recuerdo quién ahora, dijo que “la suerte de la fea, la bonita la desea”. Podría ser.

2 de octubre de 2016

Seducción y política


Recién regresado a Madrid, veo que el 1 y 2 de octubre se celebra el Día Mundial de las Aves. Como, por otra parte, leyendo La travesía del pacífico, de Mark Twain, me entero de la existencia de un ave, extinta desde hace unos pocos centenares de años, que pesaba unos 250 kilos y medía casi tres metros de alta —no muy distinta de los actuales avestruces—, pensaba yo dedicar una corta entrada al bicho en cuestión.
Sin embargo, los avatares políticos me fuerzan una vez más, muy en contra de mi voluntad, a hablar de la situación del país. Ha dimitido Pedro Sánchez, después de una tormentosa reunión del Comité federal. Me entristece ver cualquier árbol caído, aunque confieso que será un alivio no ver de momento al personaje en la TV, repitiendo aquella retahíla del “gobierno progresista-reformista” y del “no es no”. En política, el uso de los tópicos y las firmezas es tolerable; lo que no se puede hacer es engañar, embaucar. Justificaba Sánchez su no abstención en la investidura de Rajoy, para que el PP “no tuviera un gobierno sin oposición”. Investido Rajoy, podrá contar sólo con sus 137 diputados; gobernar así no será ni fácil ni grato ni quizá posible. Por lo tanto, la excusa es una tontería o una perversidad. O las dos cosas. De todas maneras, el político más torpe de la panda fue Pablo Iglesias, que tuvo en sus manos la formación del “gobierno de cambio” por el que tanto clama, apoyando a Sánchez en su investidura. No hacerlo fue un error tan grande que nadie, ni él mismo, podrá perdonárselo.
Estos de Podemos también están ahora con los matices. Uno de ellos habla de la necesidad de seducir más. Lleva toda la razón. En el prólogo de Une histoire de la séduction politique, de Christian Delporte, viene una cita de Frédéric Mistral —que compartió premio Nobel en 1904 con nuestro José Echegaray—, que traduzco: Sea con las mujeres, con los reyes o con el pueblo, quien quiera reinar debe agradar (plaire: complacer, seducir, dar gusto, placer, que existe este verbo en español).
Cita Delporte al escritor Romain Gary, que dijo del general De Gaulle: Il avait l’art de séduire et en avait besoin (Tenía el arte y la necesidad de seducir). También menciona a Pompeyo, ofreciendo a los romanos juegos grandiosos; a Hitler, con su retórica grandilocuente y venenosa; a Kennedy… De todos el más directo fue Napoleón: No tengo más que una pasión, una querida (maîtresse), Francia; me acuesto con ella.
Seducere en latín quiere decir apartar, arrastrar, corromper, pervertir. Algunos de estos sememas conservan plenamente su sentido negativo en español. En el DRAE, la primera acepción de seducir es: engañar con arte y maña; persuadir suavemente al mal. La segunda acepción es más neutra: embargar o cautivar el ánimo. La seducción supone una atracción irresistible, una relación  de dominio temible para el seducido o seducida. Un peligro real.
El problema es que no seduce quien quiere sino quien puede. El seductor ha de atraer y para ello ha de planear una estrategia basada en apariencias: ha de resaltar su físico, usar con habilidad sus sentidos, su voz, sus gestos, su mirada, ha de deslumbrar con sus palabras. Me pregunto si los de Podemos estudian estos detalles y tratan de acomodarse a lo acostumbrado y atrayente en nuestra sociedad. Su palabrería, sus citas, su actitud en el Congreso, su desparpajo a veces, su convencimiento de que todo lo han descubierto, de que lo anterior es caduco y reclama la sustitución urgente, su inmadurez y soberbia, no son quizá los mejores medios para seducir a la mayoría.
Lo visto en los alrededores de la sede del PSOE en Ferraz es inadmisible y vergonzoso. El Congreso es el Congreso, una sede es una sede y la calle es la calle. Los afines a Sánchez eran vitoreados, los contrarios abucheados y tratados de traidores o golpistas. Simplemente, por pensar de otra manera. Había también simpatizantes de Podemos. No se seduce así.