Me escribe un
amigo —uno de estos que no insertaría su comentario en ningún blog, por nada
del mundo— para decirme que le pareció algo tibia mi defensa de García Márquez,
frente al innombrado crítico de mi entrada anterior. Aprovecho la ocasión para
justificar mi actitud y decir dos palabras sobre cómo debiera entenderse la
controversia en arte o ciencia. Este es un sencillo blog sin pretensiones, pero
siempre pretendo un cierto rigor en mis afirmaciones y mis valoraciones.
El
escritor y crítico de marras, que aviso que es doctorado en la Northwestern University, Evanston, IL, afirma exactamente que
Márquez “comenzó su carrera siendo un mal escritor y la terminó siendo pésimo”.
Ya escribí yo que esto me parecía hartamente improbable, pero también dije que
no conocía enteramente su bibliografía. Miro ahora en Wikipedia y veo que la
primera obra suya que leí con toda seguridad, fue Los funerales de la Mamá
Grande, de 1962. Pues bien, antes de esa hay, desde 1947, diecinueve más,
en gran parte cuentos, de los que sólo he leído algunos en ediciones tardías (Doce
cuentos peregrinos), pero no todos. En cuanto a sus últimas obras, no
recuerdo si he leído El general en su laberinto (no la tengo en mi
biblioteca), de 1989, y no he leído, sin duda, las posteriores Del amor y
otros demonios o Memorias de mis putas tristes.
No se
puede defender con ardor lo que no se conoce bien, si uno es exigente y honesto. Los
juicios del citado crítico —del no citado crítico se podría también decir— me
parecieron excesivos. Pero más aún los calificativos de sus agresivos
detractores. Ese no es el clima en que puede desarrollarse una discusión
constructiva. Me recuerda aquel chiste en el que un conferenciante es
interrumpido varias veces en su discurso por un oyente que le grita: ¿Habrá
controversia? El paciente conferenciante le contesta siempre que sí, que la
habrá al final. Al acabar, pregunta por el señor que pedía controversia. Este
se levantó, le chilló “¡Hijo de puta!” y se marchó sin más.
Y
luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Nunca oculté mi intención de intentar ser
útil, en la medida de mis posibilidades. Aprovechando que esta entrada es más
corta de lo ordinario, contaré a mis lectores, por si no lo saben, que se
pueden descargar artículos de Wikipedia, ya en formato PDF; aparece muchas veces
una opción para ello en el margen izquierdo de la pantalla. Esto puede
simplificar algo las cosas a la hora de pasarlos a los variados dispositivos de
lectura.
Sobre la inmortalidad, de la que hablé en
anteriores entradas, acabo de leer, atribuido a Borges: “La vida es demasiado
pobre para no ser, también, inmortal”. Me permitiré disentir en esto con el
maestro. Yo diría que la vida es demasiado pobre como para ser, además,
inmortal. Todo normal. Ya escribí una vez que las grandes verdades tienen la
peculiaridad de ser verdaderas ellas mismas y sus contrarias.