Siento la
muerte de Gabriel García Márquez como si se tratara de alguien muy cercano, con
un desgarro que me cuesta soportar. Eso no me ocurre tantas veces y me lleva
ineludiblemente a preguntarme por qué. Le admiraba infinitamente y ya escribí
en este mismo blog que la admiración es más innegociable que el amor, porque es
más
tenaz, menos sujeta a nuestro capricho. Si piensas que alguien es admirable
porque hace algo como no lo hace nadie, es muy complicado arrancarle ese
mérito, desposeerle de esa cualidad. El muy aborrecible te puede tener
admirándole sin tregua toda la vida.
Pero tiene
que haber algo más. Yo creo que se trata de la discreción con que ha vivido sus
últimos años, la valentía y sinceridad de sus opiniones, su vocación irrenunciable
por la literatura, su modestia, su llaneza, su desasimiento de muchas de las
banalidades mundanas —parece que en un cierto momento, tras la concesión del
Nobel, dijo que ya no quería más premios—. En fin, como tantas veces, el
encanto, la atracción proviene no sólo de sus excelencias artísticas e intelectuales,
sino de su actitud moral y vital, de su bonhomía.
En
relación con este tristísimo suceso, veo algo que me ha sorprendido. En la página
web de Antonio Muñoz Molina, en la sección Escrito
en un instante, leo la entrada titulada Un
recuerdo, escrita el mismo día de la muerte de García Márquez. Son unas pocas
líneas, pero en ellas no hay ninguna referencia a su grandiosa obra, ni se explicita
cualquier sentimiento de tristeza o condolencia. Estoy seguro de que el sensible escritor
ubetense comparte la orfandad que sentimos todos los que amamos la literatura,
pero ha dejado de consignarlo por escrito en esta singular ocasión.
Habla
en cambio, de ahí el título de la entrada, de su recuerdo de un Congreso de la
Lengua, en Cartagena de Indias, hace siete años, y dice que “ya entonces
García Márquez era una presencia muy lejana, quizás porque la enfermedad ya
estaba afectándole”. Otra vez creo que falta algo; yo habría escrito “una
venerable (o amable o querida, etc.) presencia muy lejana…”. En cambio, hace
notar escrupulosamente que quizá la enfermedad ya estaba afectándole, aunque no
concreta en qué o cómo.
En estas horas
se han repetido bastante unas palabras del escritor fallecido sobre la muerte, extraídas
de una entrevista en TV, del año 1995: La
muerte es una trampa, es una traición, que le sueltan a uno sin ponerle
condición. Me gustaría
comentar algo sobre esto, pero conviene dejarlo para una próxima entrada.