26 de junio de 2014

La astucia de Zadig, primer visir de Babilonia


Prometí hablar de Zadig, cuando me referí al español mencionado en la Biblia, pero ayer me extravié en el pasado y narré recuerdos de juventud y de mi amada Bolonia. Contaré ahora la hazaña en que Zadig muestra una vez más su clara inteligencia y también su buen sentido: eso que, debiendo ser la destilación normal de un cerebro sano, se encuentra más raramente de lo esperable. Te mostraré lector la prosa sencilla y límpida de Voltaire, que es como un arroyo amable y risueño en la montaña, frente a tanta farragosa literatura de ciénaga.

Empezaré por lo apócrifo, la dedicatoria de Sadi a la sultana Sheraa. Se dice allí: Je vous offre la traduction d'un livre d'un ancien sage qui, ayant le bonheur de n'avoir rien à faire, eut celui de s'amuser à écrire l'histoire de Zadig, ouvrage qui dit plus qu'il ne semble dire. Os ofrezco la traducción del libro de un sabio antiguo que, gozando de la felicidad de no tener nada que hacer, quiso divertirse escribiendo la historia de Zadig, obra que dice más de lo que parece decir.

En ese libro se cuenta que el rey de Babilonia nombró primer visir a Zadig y cómo este ejercía su cargo: Zadig montrait tous les jours la subtilité de son génie et la bonté de son âme; on l'admirait, et cependant on l'aimait.  Il passait pour le plus fortuné de tous les hommes, tout l'empire était rempli de son nom; toutes les femmes le lorgnaient; tous les citoyens célébraient sa justice; les savants le regardaient comme leur oracle; les prêtres même avouaient qu'il en savait plus que le vieux archimage Yébor. Zadig mostraba todos los días la sutileza de su ingenio y la bondad de su alma; se le admiraba y, sin embargo, se le amaba. Pasaba por ser el más afortunado de los hombres, todo el imperio estaba lleno con su nombre; todas las mujeres posaban sus ojos en él; todos los ciudadanos alababan su justicia; los sabios lo miraban como a un oráculo; incluso los magos admitían que sabía más que el viejo archimago Yébor.

Y ahora viene la hazaña que quería mostrar : Il y avait une grande querelle dans Babylone qui durait depuis quinze cents années, et qui partageait l'empire en deux sectes opiniâtres: l'une prétendait qu'il ne fallait jamais entrer dans le temple de Mithra que du pied gauche; l'autre avait cette coutume en abomination, et n'entrait jamais que du pied droit. On attendait le jour de la fête solennelle du feu sacré pour savoir quelle secte serait favorisée par Zadig.  L'univers avait les yeux sur ses deux pieds, et toute la ville était en agitation et en suspens.  Zadig entra dans le temple en sautant à pieds joints. […] Tout le monde fut pour lui, non pas parce qu'il était dans le bon chemin, non pas parce qu'il était raisonnable, non pas parce qu'il était aimable, mais parce qu'il était premier vizir. En Babilonia había una querella que duraba mil quinientos años y dividía el reino en dos facciones tercas: una afirmaba que siempre se debía entrar en el templo de Mitra con el pie izquierdo; la otra abominaba de esta costumbre y entraba siempre con el derecho. Se esperaba el día de la solemne fiesta del fuego sagrado, para ver a qué facción favorecía Zadig. El Universo tenía los ojos puestos en sus pies, y la ciudad entera estaba agitada y en suspense. Zadig entró en el templo saltando con los pies juntos. […] Todo el mundo estuvo a su favor, no porque mostrara el buen camino, no porque fuera razonable, no porque fuera amable, sino porque era el primer visir.

Lector, he querido ofrecerte una muestra del estilo de Voltaire. Es tan sencillo, en su forma y en su contenido, que algunos han tachado al escritor de frívolo y superficial, de anecdotista. No te dejes engañar. Como figura en la dedicatoria de Zadig, la obra dice más de lo que parece. Los anacronismos son intencionados, el humor está siempre presente. El autor se refiere a veces a pueblos temibles y desgraciados, dotados para la elucubración y mistificación religiosas. Voltaire vivió un tiempo en el que algunos creyeron posible la definitiva erradicación de la superstición y la ignorancia. A mi juicio, en literatura lo fácil es la escritura alambicada y vacua; lo difícil, la ajustada y clara, sólo con la distorsión indispensable para acoger la belleza.

25 de junio de 2014

De obispos, cardenales y milagros


Amigo lector, prometí contarte una nueva hazaña del inteligentísimo Zadig, un personaje de un relato de Voltaire, y me propongo hacerlo. Déjame antes hacer una pequeña precisión. Cuando empecé este blog, ni sabía si me leería alguien. Aun así, adopté un tono coloquial, dirigiéndome a un posible lector, porque siempre escribo pensando en alguien. Ahora, si las estadísticas del blogger son fiables, tengo miles de visitantes. Sin embargo, me sigo dirigiendo al lector (o lectora, claro) en singular, porque quiero que mi charla sea íntima y privada, como murmurada por lo bajo a cada uno de los que me leen. Cuando se habla alto, parece que uno se dirige a los oídos; en cambio, hablando suave le habla uno al corazón.

Lector, esa frase inmortal la pronunció un Obispo de Jaén, en Úbeda, cuando recibí la confirmación. Yo tenía unos once años y nunca había visto hasta entonces a un obispo. Previamente, se nos había ponderado infinitamente su sabiduría, su dignidad inimaginable y, al mismo tiempo, su amabilidad, su inagotable bondad. Cuando el señor obispo dijo eso de hablarle al corazón, yo quedé maravillado y aturdido. ¡Qué mundo este en el que empezaba a vivir, en el que se decían cosas como esa! Bueno, pues me quedé con la frasecilla y guardo un cariñoso recuerdo de aquel obispo y de aquel acto, ¿por qué no? Ocurrió, como casi todo ya, hace demasiado tiempo.

Años más tarde, en circunstancias muy diversas, tuve la ocasión de saludar reverentemente a un cardenal italiano en Bolonia. No es lo mismo un cardenal italiano, en Italia, que uno español. En aquel país, en el que la Iglesia ha sido más poderosa que en ningún otro, se da en sus gentes un singular respeto hacia estos príncipes purpurados. Yo era colegial en el Real Colegio de San Clemente, fundado por el cardenal español Gil Álvarez de Albornoz (1310-1367) y vivía en un palacio del siglo XIV. Hice allí mi doctorado y forjé quizá un cierto imaginario que me permite ver mejor al joven marqués de Bradomín, cuando era guardia noble y llevó el capelo cardenalicio a Monseñor Gaetani, rector del Colegio Clementino, en la piadosa ciudad de Ligura, según cuenta Valle en su Sonata de primavera. El joven y fogoso marqués —fogoso toda su vida— se enamoró entonces, casi sacrílegamente, de María del Rosario, la hija mayor de la Princesa Gaetani, que iba a entrar en un convento en los días siguientes.

En la Festa della Madonna di San Luca, durante la procesión, el cardenal entra cada año en el Colegio para ser recibido en el recinto. Llega con el esplendor escénico propio de una corte del Renacimiento. A territorio papal, en cierto sentido, porque es el Papa el único que puede cambiar los seculares estatutos colegiales. La Virgen es bajada desde su Santuario, al que se llega a través de un pórtico de 666 arcos —un número no casual, porque el pórtico simboliza la serpiente, el demonio— y casi cuatro kilómetros, del que se dice que es el más largo del mundo. La fiesta fue instituida para conmemorar el milagro de la lluvia, ocurrido el cinco de julio de 1433. Ese día el icono de la Virgen (pintado por el apóstol San Lucas, de ahí el nombre) fue llevado en procesión para pedir el cese de las continuas lluvias que amenazaban con arruinar las cosechas. Nada más llegar a Porta Saragozza, apareció el sol en el cielo y dejó de llover.

El cardenal Albornoz fue dos veces legado pontificio en los tiempos del cisma de Avignon y puso orden en los díscolos territorios sujetos a la Iglesia, levantiscos por la lejanía de los Papas. El agradecimiento de estos fue sincero y sus dádivas enormes. Todo lo dejó en su testamento al Colegio que, desde entonces, subsiste de esa herencia, sin ninguna ayuda de otro tipo. Su historia es interesantísima y la de su fundador también. Algo se puede conocer de ellas, buscando en Internet. Por ser útil, diré que este año el plazo para solicitar las becas termina el uno de septiembre.

Me he entretenido y tendré que hablar del gran Zadig en otro momento. Dejo unas fotos del Colegio, del palacio. En él pasé una época agradable de mi vida.
 


 

24 de junio de 2014

Un campeón español en la antigua Roma


Los españoles que se extasían con las victorias de nuestros campeones mundiales de motos, harían mal en creer que esta supremacía deportiva de compatriotas es algo único y moderno. Jorge Lorenzo, Marc Márquez, Dani Pedrosa son sólo los continuadores de hazañas realizadas por hispanos de otras épocas. En los días de la antigua Roma, en el siglo II concretamente, un hispano fue el triunfador indiscutible, durante muchos años, en las carreras de carros circenses. Me estoy refiriendo, como todo el mundo habrá adivinado, a Cayo Apuleyo Diocles.

Las carreras de carros llegaron a ser muy populares entre los romanos. Había diversas categorías, como ocurre ahora con las de motos, según el número de caballos del tiro; los carros tirados por dos eran llamados bigas, los de tres, trigas, los de cuatro, cuadrigas, etc. En alguna parte veo el resultado de una carrera con siete caballos en línea. Podía llegarse hasta los diez caballos.

Correr una carrera de carros era agitare y los conductores eran llamados agitatores o también aurigas, la palabra griega equivalente. Llegaron a ser personajes famosos, receptores de envidiables ganancias, admirados y venerados por el público. Primitivamente, la palabra auriga designaba a los esclavos de máxima confianza que conducían los carros de los comandantes militares. Luego se aplicó a cualquiera que condujera un carro. En la obra de E. K. Guhl, The life of the Greeks and Romans described from Antique Monuments, leo que los aurigas griegos corrían desnudos, mientras que los romanos lo hacían con una túnica corta ajustada al cuerpo.

Parece que con esta misma palabra se designaba también al esclavo que sostenía la corona de laurel en los famosos ‘triunfos’ romanos y estaba encargado de susurrar de vez en cuando al general victorioso estas sabias palabras: “Recuerda que eres sólo un hombre”. Para represar su posible soberbia, para que no se acostumbrase demasiado al honor y la gloria, caprichosos y fútiles. Inapreciable consejo. Quizá hasta podría haberle dicho: “Recuerda que eres sólo un pobre hombre, un ser condenado a muerte”.

De Diocles han llegado hasta nosotros dos informes epigráficos; dos lápidas, una procedente de la misma Roma y otra de Praeneste (la actual Palestrina). Por ambas sabemos que era español, de la provincia lusitana —natione hispanus lusitanus, dice la  romana—, probablemente de Emérita Augusta, aunque ninguna señala el lugar concreto del nacimiento. Nació el año 104 d. C. y abandonó el deporte hacia el 146, con cuarenta y dos años. Había obtenido 1462 victorias y había llegado a ganar treinta y cinco millones de sestercios. Sus compañeros y admiradores erigieron un monumento en su honor en las cercanías del circo de Calígula (cerca del Vaticano actual), en donde había corrido y vencido tantas veces. En estas carreras había cuatro bandos o factiones, cada una con su color distintivo, que eran verdaderas empresas con enormes capitales invertidos en caballos, carros, sueldos, etc. Eran la blanca, la verde, la azul y la roja. Diocles perteneció, cómo no, a la roja.

Se retiró Diocles a tiempo, según mi parecer, y vivió alejado de la gran Roma, en Praeneste, disfrutando de su inmensa fortuna, de su familia y de sus recuerdos. Allí murió, dejando un hijo y una hija, Cayo Apuleyo Nimfidiano y Nimfidia, que le dedicaron una estatua.

23 de junio de 2014

Un español en la Biblia


Quedé en hablar del español mentado en la Biblia y lo hago. Era de Córdoba, como ya apunté, pero no hay que imaginárselo con el típico sombrero de ala ancha y rígida, zahones, etc.; no era la moda en su tiempo.

Corduba, como era llamada en el siglo I, no era ciudad romana, como Emérita Augusta o Metellinum, sino una ciudad hispana de la Bética, convertida en colonia romana, con una población mixta de españoles y romanos. Allí, una familia indígena romanizada, noble y culta, era la de los Séneca. Y el cordobés de la Biblia era un Séneca, uno de los muchos Sénecas distinguidos.

De los Séneca, el más conocido y famoso fue sin duda el filósofo, Lucio Anneo Séneca (Séneca el Joven, 4 a. C. – 65 d. C.), de quien no diré nada más, para no alargarme. El primer Séneca conocido fue el padre de este, Marco Anneo Séneca, que ha pasado a la historia por merecimientos propios —lo mismo que ocurrió con el padre de Trajano, una generación después—, ya que fue un elocuente orador y gran admirador de Cicerón, al que pudo escuchar en Roma. Este Marco se caso con Helvia y tuvo tres hijos: el mayor, el que nos interesa ahora, Lucio Anneo Novato; el siguiente, el ya mencionado filósofo; y el tercero, M. Anneo Mela, padre del famoso poeta Lucano. Todos nacieron en Corduba y eran cordobeses, aunque pasaron la mayor parte de su vida en Roma, donde alcanzaron altos puestos.

En Corduba vivía entonces un gran literato, Lucius Junius Gallius, íntimo amigo de Séneca padre. Tanto que, amparándose en las vigentes leyes romanas, adoptó al hijo mayor de este, que pasó así a llamarse Lucius Junius Gallius Annaeanus (Gallio), citado en los escritos de su hermano el filósofo, que lo quería mucho. También lo citan Tácito, Statius, y Suetonio, que lo calificó de egregius declamator. Fue senador, procónsul en Achaía (lo que había sido Grecia) hacia los años 51-52 d. C. y finalmente cónsul.

Durante su proconsulado, se encontró con  San Pablo, como se refiere en los Hechos de los Apóstoles, XVIII, 12-16. Pablo había dejado Atenas para venir a Corinto, en donde estuvo año y medio, perseguido por los judíos de la vieja ley, que negaban su doctrina y lo llevaron ante el Tribunal, acusado de honrar a Dios de un modo contrario a la ley. Entonces Gallio, antes de que hablara Pablo, se dirigió a los judíos y les dijo: “Siendo cuestiones de palabras, de nombres y asuntos de vuestra religión, zanjad vosotros el pleito, porque yo no quiero ser juez de estas cosas”. Se los quitó así de encima, actitud prudentísima en materia de religiones y en otros muchos casos. Como hizo también en otro tiempo el inteligentísimo Zadig, un personaje de Voltaire del que ya conté aquí una historia. Esta nueva hazaña la explicaré otro día.

Prudencia que no libró al procónsul del trágico destino de los tres hermanos Séneca y de Lucano, hijo del menor. Todos acabaron suicidándose, respondiendo a perentorias invitaciones para hacerlo. La muerte del filósofo la describió Tácito; la de Gallio la cuenta Suetonio: propia se manu interficit. ¡Por Dios, qué invitaciones! A mí me llegan a veces algunas que no me hacen mucha gracia: bodas, funerales y, sobre todo, presentaciones de libros —han proliferado los escritores y los lectores son ya una especie en peligro de extinción—, pero al menos nadie invita ahora a suicidarse. La gente es que ahora, con la crisis, invita poco, la verdad.

Lo que cuento es mi pequeña contribución a la gloria de Córdoba, en momentos de justa exaltación por haber ascendido su equipo a la Primera División, después de cuarenta y dos años en el inframundo, en la nada.

22 de junio de 2014

Sobre google, googol y el conocimiento


Hablé brevemente en mi anterior entrada de Wikipedia. Ahora diré algo sobre un complemento indispensable para la búsqueda de información en Internet, sobre Google. Los fundadores de Wikipedia eran treintañeros; los de Google, Larry Page y Sergei Brin, no eran tan extremadamente viejos: nacieron los dos en 1973 y tenían veintitrés años cuando la crearon, en marzo de 1996. Brin había nacido en Rusia y llegó a USA cuando tenía seis años. Los dos eran estudiantes de doctorado en la Stanford University, una universidad privada, cuyo porcentaje de admisión es del 6.6 %; sólo uno de cada quince solicitantes ingresa. Está situada en la bahía de San Francisco, a unos cincuenta kilómetros de esa ciudad y muy cerca del Silicon Valley, uno de los corazones tecnológicos del mundo.

Analizar la mecánica, el funcionamiento de Google es mucho más complejo que hacerlo con Wikipedia. Larry Page estaba interesado en ver qué páginas web tenían vínculos a otra página determinada, conducían o llevaban a esa página, mediante backlinks o inbound links. Le importaba no sólo el número de enlaces, sino también su naturaleza o calidad. Desde el nacimiento de Internet, surgió también lo que se llama Search engine optimization (SEO), la estrategia para lograr la mayor visibilidad posible de las páginas pertinentes, para facilitar su localización por un sistema de rastreo, por un motor de búsqueda. Google ha sido capaz de desarrollar el algoritmo más eficaz para la visualización de las webs con contenidos de interés. Su objetivo está resumido en su lema: Organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil. El asunto es complejo y sugiero al lector que lo vaya desbrozando él mismo en la red.

El nombre de ‘google’ viene de un error en el deletreo de la palabra gougol. ¿Y qué es un gougol? Lector, te lo contaré con un párrafo de un relato mío de hace ya años, El secuestro del sabio: Un matemático americano de los años treinta del siglo pasado, Edward Kasner, estaba trabajando con números enormes y pensó que sería conveniente tener un nombre para la unidad seguida de cien ceros, una cifra difícil de concebir, en todo caso. Se le ocurrió preguntarle a su sobrino, Milton Sirotta, que entonces tenía nueve años, por un nombre y el chico inventó la palabra googol, que ahora es aceptada por todos los matemáticos. Los científicos también tienen su humor.

Resulta que hay un personaje de tiras cómicas, creado en 1919, llamado Barney Google. Y un payaso de nombre Google en una obra de Enid Blyton, de 1942, Circus day again. Como tantas veces: Nihil novum sub sole. La palabra ‘google’ ha sido ya admitida como verbo en el Merriam Webster Collegiate Dictionary y el Oxford English Dictionary  en el 2006, en el sentido de “usar el motor de búsqueda Google para obtener información en Internet”. En España oigo cada vez más lo de ‘guglear’.

Sergei Brin escribió algo con lo que no puedo estar más de acuerdo: “knowledge is always good, and certainly always better than ignorance” (el conocimiento siempre es bueno, y ciertamente siempre mejor que la ignorancia). Sucede que el mundo, o alguna parte del mismo, puede estar a veces en manos de ignorantes. Triste, ¿verdad?