Palabras clave (key words): cirugía
experimental, balón intraaórtico, LVDA, Glick.
Ya conté que Adrian Kantrowitz trató de realizar un
trasplante de corazón en junio de 1966, sin que finalmente se llevara a cabo.
En noviembre de 1967 otro recién nacido, con malformaciones cardíacas
incorregibles, fue considerado un buen candidato para trasplante y se comenzó a
buscar un donante. Kantrowitz, que había hecho más de cuatrocientos trasplantes
experimentales en cachorros de perros y gatos, cuenta que, en esta espera forzosa, su
hija le despertó un tres de diciembre para anunciarle que Christiaan Barnard,
con mucha menos preparación previa, había logrado el primer trasplante de
corazón en el mundo, en Suráfrica. El cirujano del Maimónides se lo tomó con filosofía:
“No se puede ser siempre el primero. Unas carreras se pierden, otras se ganan”.
En esa carrera también perdieron los doctores Lower,
Shumway y algún otro. Kantrowitz, tres días después, cuando se encontró el
donante, un recién nacido con anencefalia, realizó el segundo trasplante
mundial, el primero en un niño y en Estados Unidos, tras aguardar a que el corazón del donante cesara de latir, como era
obligado en ese tiempo. La operación transcurrió sin incidencias y el corazón
trasplantado empezó a funcionar. El receptor tenía diecinueve días y sobrevivió
sólo seis horas y media.
A pesar del resultado de esta primera experiencia,
Kantrowitz realizó dos meses más tarde, en enero de 1968, un nuevo trasplante
—era ya el quinto en los Estados Unidos—, esta vez en un adulto, que sobrevivió
también muy poco tiempo. No hizo ya más trasplantes y pensó que había que esperar
a que surgieran fármacos anti-rechazo más efectivos. Se dedicó otra vez a las
ayudas mecánicas al corazón de pacientes con insuficiencia intratable, que era su
área de investigación de siempre y para lo quizá estaba mejor dotado. Ya en los
primeros años cincuenta, trabajando con su hermano Arthur, un físico, empezaron
a diseñar un balón intraaórtico para facilitar lo que se conoce como
contrapulsación, que impele sangre en las coronarias durante la diástole y ha
ayudado a salvar miles de vida; se han tratado así más de tres millones de
pacientes desde los años ochenta. Desarrolló igualmente más de veinte
artilugios electrónicos y mecánicos para ayudar a enfermos de corazón y también
a parapléjicos. Quizá los más conocidos son los left ventricular assist devices (LVADs), prótesis implantables que
bombean sangre del ventrículo izquierdo a la aorta y mejoran la función
cardíaca.
Kantrowitz era capaz de trabajar dieciséis horas diarias
y aún encontraba tiempo para montar en moto y pilotar su propio aeroplano.
Tenía también sentido del humor. En una conferencia, discutiendo precisamente
sobre los LVADs dijo: “Cuando empezamos a trabajar con ellos la gente pensó que
era una estupidez. No se tiene realmente una buena idea hasta que la gente
piensa que es estúpida”.
En 1970 decidió cambiar de hospital para potenciar sus
investigaciones y marchó de Nueva York a Detroit. No era un simple cambio de
barrio y, sin embargo, veinticinco miembros de su equipo, cirujanos, ingenieros
y enfermeras, se trasladaron con él a Detroit. Esto da idea de su liderazgo, de
su capacidad para entusiasmar a su gente. Dejo aquí dos fotos suyas.
No puedo extenderme más, es un tema árido. Volviendo a
Seymour Glick —yo estaba bien atento a sus progresos en RIA—, diré que él era
bastante joven cuando coincidimos en Nueva York. Miré hace días en Internet y
veo que emigró a Israel, su nombre ahora es Shimon Glick, y tiene 45 nietos y
23 bisnietos. Ha recibido un Lifetime
Achievement Award (premio por los logros de toda una vida). ¿Cómo pudo
cambiar tanto el mundo? Leo que es opuesto a las huelgas de médicos. En el judaísmo,
dice, el tratamiento a un paciente no es un contrato privado, sino una
obligación religiosa, un mandato bíblico. Aunque por otras razones, estoy
plenamente de acuerdo con él.