Palabras clave
(key words): diálogo interior, dialogical self theory, Hubert Hermans.
Tomaré un ejemplo, de mi relato Semana Santa en Úbeda, porque se juntan
en él párrafos en que un personaje responde mentalmente al narrador omnisciente
y párrafos en los que existe un verdadero ‘diálogo interior’, con opciones
propias, distintas y encontradas, que surgen per se en la mente del personaje. La cita
va en cursivas y en azul.
Al principio, es el narrador el que alecciona
o previene al personaje, Germán, y obtiene su respuesta —mental, no verbal,
aunque sea expresada en palabras—: De Pitágoras se dijo que lo habían visto en un mismo día
y a la misma hora en Crotona y en Metaponto. Eso es lo que te asusta, que no
hay límites claros entre la realidad y la ficción y uno puede llegar a no saber
a qué atenerse. Es verdad, confesaste,
tengo miedo de esa belleza, de esa fantasía, que hace posible todo, que puede
llevarte a la disgregación y al caos. Recelo de aquellos alquímicos coptos que
descubrieron la posibilidad de retener la sombra de los animales, y aun de
personas, para operar sobre ella y curarlos… El personaje confiesa —es decir, contesta— al narrador y expone su
punto de vista.
A continuación, en el párrafo siguiente, es
el propio personaje el que expone ante sí argumentos análogos y el narrador lo
cuenta: La
vida real está también llena de misterio y arbitrariedad, te argüiste. El judío Walter Benjamin, el crítico literario más
importante de la primera mitad del siglo XX en Alemania, se quitó la vida ante
las lindes de España, una tarde de septiembre de 1940, desesperado al comprobar
que la frontera estaba cerrada..., ¡la frontera que iba a abrirse sólo un día
más tarde!
Arriba es el personaje el que arguye. Y sigue otra vez el
narrador, que pregunta: Germán, ¿no está todo hecho de alguna materia que no es
estrictamente racional, que no se deja manejar por la razón? Si una minúscula
corriente eléctrica que circula por nuestro cerebro, puede matarnos, ¿por qué
no la bala que perfora nuestra cabeza esculpida, a cientos de kilómetros?
Porque hay grados de inverosimilitud, te
respondiste, categórico. Siento un bien definido terror por los mundos
telúricos y excesivamente incomprensibles. ¡Pero si todo es incomprensible! No,
todo no, no en la misma medida. Hay que embridar la imaginación si no se quiere
bordear el desastre. Tiene que haber un orden, un logos, un sentido que lo
presida todo.
Ni siquiera se sabe muy bien quiénes son los
interlocutores. Hay un vocativo, Germán, que apunta al narrador omnisciente.
Pero también se lee: Porque hay grados de inverosimilitud, te respondiste. No queda claro quién hace la pregunta. Y así
con la conversación que sigue, un diálogo interior —confuso, si se quiere, el lector no se pierde por eso—, el
que se da en la mente de los seres humanos cuando consideran soluciones
diversas a un problema.
En apoyo de mis elucubraciones viene un
psicólogo holandés, Hubert Hermans, creador de la Dialogical Self Theory (DST) en los años noventa del pasado siglo,
que defiende la capacidad de la mente humana para sostener un diálogo interior
que mimetiza al exterior. Si siempre pensamos en el diálogo como un intercambio
de mensajes externos, esta teoría postula que podemos interiorizarlo como diálogo
interno. Se supera la dicotomía yo-el otro, trasladando la comunicación externa al interior de la mente. Se crean
así diferentes posiciones del yo que debaten en el interior del sujeto
pensante. El otro no está aislado del yo, sino que forma parte intrínseca de
él. La teoría se inspira en los
pensadores William James, americano, y Mikhail Bakhtin, ruso.
Recientes hallazgos en neurociencia postulan
una red cerebral que está activa cuando nos aislamos del mundo exterior, la default mode network (DMN), e inactiva cuando nos volcamos en él, task-positive network (TPN). La primera
se correspondería con la introspección y la segunda con la acción. En ambos
casos el cerebro está funcionando y el pensamiento sigue una línea lógica; más
laxa en el primer caso, lo que, para algunos expertos, podría estimular la creatividad.
Y dejamos ya estos temas complejos.
Resumiendo hasta casi lo intolerable, si se
narra “el médico pensó que el enfermo iba a morir…”, no hay monólogo (o
diálogo) interior: habla el narrador. Cuando los pensamientos constituyen el
flujo narrativo y llegan directamente al lector, sin intermediación, sí.