3 de octubre de 2014

Sobre la catatimia


En mi entrega (mi post) de ayer, anuncié que hablaría de la catatimia y me pongo a la tarea. ¡Me gustaría tanto saber cómo reaccionan mis lectores cuando hago un aviso así! ¿Habrá alguno que no pueda dormir esperando mis palabras? No querría yo eso, de ninguna manera. Pero sí me sería útil saber más de sus opiniones, de sus gustos.

Alguien dijo que explicar algo mediante ejemplos demostraba una claudicación de la inteligencia. Es que los hay muy delicados, lector amigo, amantes sólo de las puras y cristalinas ideas platónicas. Pues esta vez, como sé que te gustan las historias, yo voy a empezar con una de ellas para contarte lo de la catatimia. Aunque luego, al final, te dé una definición más cumplida y ortodoxa. Me permito estas libertades, porque escribo sólo para los amigos: non scribo cuiqam nisi amicis.

Te contaré mi historia como ya hice en un antiguo librito mío. Había un viejo rey muy poderoso —pongamos que era un rey oriental— que, sin embargo, tenía un estómago débil, que le daba la lata; estos sin sentidos, estas injusticias, se dan. Con muy buen criterio, evitó ponerse en manos de médicos, hasta que ya no tuvo más remedio y se confió a uno de ellos. Consultar a varios sería complicar infinitamente el problema, pensó con gran prudencia. El médico le preguntó muchas cosas, para que el rey viera que se tomaba en serio su profesión, y al final le recomendó que comiera un palomino tierno. Con esto, vuestra majestad curará, le dijo con gran aplomo, salvo que su dolencia sea de aquellas que no responden a este tratamiento. La Naturaleza es muy variada, avisó ya el doctor, por si acaso. Los hombres son como los ríos, sólo el destino es inmutable, añadió, porque era uno de esos médicos descarriados en la literatura.

Una paloma que habitaba en la Corte, en cuanto oyó esta alarmante noticia, se llegó inmediatamente hasta el rey y le dijo: Te suplico que no te comas a mi hijo. El rey, que era, como todos los reyes, sensible y magnánimo, le respondió: ¿Y cómo voy a reconocerlo, cómo podré saber cuál es tu hijo? Es facilísimo, respondió la paloma, es el más bello, el más sano, el más robusto, el más esbelto de todo el palomar.

Enternecido el rey por tanto amor materno, cuando llegó la hora de cumplir el tratamiento, ordenó que le cocinaran el palomino más feo, el más débil, el que tuviese menos probabilidades de convertirse en el futuro en un palomo gallardo y longevo. Así lo hicieron los servidores reales. A la mañana siguiente, la paloma se presentó de nuevo al rey, llorando, asolada por el dolor: Mi rey, te has comido al pichón más bello de todo el palomar. A mi pobre hijo.

Ya sabes, lector agudo, lo que es la catatimia; no harían falta más palabras mías, ¿verdad? Pero, para satisfacer a los exquisitos, a los académicos, definiré el término con unas pocas palabras. Se trata de la distorsión, la inadecuación, que se produce en ciertos contenidos psíquicos de la esfera cognitiva —en la percepción, en datos de conciencia, en la facultad de razonar— motivada por la afectividad de la persona. Viene del griego κατά y θῡμός, dos palabras de traducción muy polisémica. Yo escogería: ‘según el alma, el espíritu’. La deformación del conocimiento objetivo, según la conformación, el estado de nuestra alma. El wishful thinking inglés, bastante popular en la actualidad, es una de las formas de la catatimia.

La catatimia modifica la realidad según los deseos, las vivencias o los temores del sujeto. Por ella, la persona considera a los seres o cosas que aprecia como revestidos de excelsas cualidades que en realidad no poseen, mientras que a los que desprecia los considera imperfectos y defectuosos.  Si esta deformación de la percepción se hace muy general y afecta a todo el entorno vital del sujeto —lo vemos todo radiante o todo negro, como ocurre en las fases maníaca y depresiva de los trastornos bipolares— suele hablarse de holotimia. En la valoración del pasado, de nuestros recuerdos, de nuestra propia persona, y en muchos otros casos, la catatimia puede jugar un papel decisivo, y por ello me referí a ella en mi entrega anterior, Un mundo que se fue.

2 de octubre de 2014

Un mundo que se fue (fin)


Mi entrada de ayer, Un mundo que se fue, se entenderá mejor hoy. Escribí influido por la noticia de una iniciativa consensuada en el Senado para prohibir las novatadas universitarias. En la actualidad, suponen, con cierta frecuencia, tratos vejatorios, humillaciones, amenazas o maltratos. En nada se parecen a las de mis tiempos, a las de ese mundo que desapareció. Contaré algunas.

Relatar algo que a uno le hace gracia, porque lo vivió y conoció las circunstancias, comporta el riesgo de errar en la apreciación y aburrir. Espero que no sea este el caso. Lo hago para que quede constancia de una manera de vivir, de entender la vida, que, desgraciadamente, cambió. Alguien dijo que cuando se muere un viejo es como si se quemara una biblioteca, por la información que se pierde. Yo querría ahora dejar testimonio de algunas novatadas de las que fui testigo en mi juventud.

En mi Colegio Mayor las mesas del comedor eran de seis. La sirvienta ponía lo que fuera en el centro de la mesa y cada uno cogía la sexta parte. A veces alguien calculaba mal y tomaba de más, lo que originaba leves protestas. Un amigo mío decía: ¡Coño, pero si es muy fácil! Se divide por seis, se coge un poco más y ya está. Un poco más, ese era el secreto, no mucho más. Como en la vida, quizá.

En una de las bromas a los novatos, los recién llegados, nos sentábamos a la mesa, con él, cinco veteranos, uno de los cuales se había lavado escrupulosamente las manos y se ofrecía a repartir, por ejemplo, los filetes con salsa que estaban en la bandeja central. ¿Quieres salsa, nos preguntaba, a los otros veteranos primero? Decíamos que sí, y con la mano echaba la salsa sobre nuestro plato. Al novato se le preguntaba lo mismo y solía decir que no, que no quería salsa. Entonces el oficiante cogía el filete y con las dos manos lo escurría muy bien para quitarle la salsa. El novato, resignado, comía su porción, espantado sin duda por nuestros curiosos hábitos.

Otra broma, más ingeniosa, era como sigue. Llegaba el novato por primera vez a su habitación, abría su maleta y ordenaba y distribuía sus cosas. Cuando veíamos que bajaba a cenar, nos reuníamos allí unos veteranos, escondíamos cuidadosamente todo en el armario y nos poníamos a hacer algo. Volvía el novato, abría la puerta y se excusaba por haberse confundido de habitación. Cuando no encontraba su habitación por ninguna parte, su perplejidad iba en aumento. Hasta que le informábamos del asunto, siempre entre risas. Y ya quedaba insertado en el grupo, en el Colegio.

Otra, algo más macabra. El novato iba a cenar y le acompañábamos unos veteranos. Mientras, uno de nosotros se colocaba en su armario, aparentemente colgado de una cuerda en la barra para las perchas, como si se hubiera ahorcado. Volvíamos juntos, con algún pretexto, a la habitación y en el momento oportuno alguien abría el armario ante la vista del novato y aparecía el cadáver. El susto solía ser mayúsculo.

Menos elaborada, la broma más extendida era algún tipo de relato que permitiera la exageración progresiva. Los veteranos hablaban entre sí de las portentosas facultades de alguien, en cualquier actividad, mientras el novato atendía a la conversación. ¡Cómo comía Fulano!, decía un colegial viejo, por ejemplo. Se comió una vez un pollo en una sentada, en un momento. Yo le he visto, añadía otro, comerse dos pollos en quince minutos. Eso no es nada. Yo le vi… Y así hasta que el novato se daba cuenta de que todo era mentira, de que le estaban tomando el pelo. Unos tardaban más y otros menos en descubrir el engaño. Teníamos así una idea de su candidez, de su credulidad.

Nunca vi otras violencias ni humillaciones. Entonces éramos así. No éramos santos, pero no éramos agresivos, con las naturales excepciones. Era un mundo más tranquilo, más sosegado, más respetuoso, más ordenado. Teníamos que esforzarnos con ahínco para conseguir las cosas. No nos habían atiborrado de regalos, de caprichos. Un mundo que se fue. Espero no haber escrito bajo los efectos turbadores de la catatimia. De ese palabro, de la catatimia, hablaré el próximo día.

1 de octubre de 2014

De un mundo que se fue


¡Qué alegría, escribir de lo que a uno le gusta, sin atender a cualquier actualidad estúpida! Me referiré hoy, con cariño y nostalgia, por lo de las novatadas en los colegios universitarios al comenzar el curso, ahora en otoño, a cosas de mi pasado, de un mundo que ya se fue, que desapareció. Todos tenemos un mundo así, el de cada uno, que no pudo aguantar el soplo poderoso y ciego del tiempo.

Hablar de uno mismo tiene varias exigencias. La primera, la más importante, la de ser veraz. Consideraría una hecatombe moral el distorsionar, el embellecer espuriamente el pasado y transmitir una idea falsa y edulcorada de la propia historia. Sólo un vanidoso y tonto e inmoral puede hacer algo así. En la vida de cualquiera ha habido episodios poco honrosos, que no querríamos que fueran conocidos. Con no contarlos basta. Pero tergiversarlos, suplantarlos, eso jamás; eso me repugna. Y conviene contar lo que sea, sin tomarse demasiado en serio, tratando de unir el humor a lo que se vaya desvelando. Por último, hablar de uno, sólo un poquito.

Conté cosas de Amsterdam hace poco. Pero no dije nada de mi llegada a un concierto allí, aupado en la bicicleta de una amsterdanesa joven y bastante guapa —no viaja uno de París a Amsterdam por una cualquiera—. La conocí, con otra amiga suya, cuando hacían autostop. Iba yo con mi R-8 (un antiguo coche Renault, para los que tenga pocos años) a París y las subí. Yo tenía poco menos de treinta años, no era exactamente un muchachito. Al terminar mi estancia en París, salí disparado para Holanda, avisando previamente. A esa edad, qué cordura se puede exigir. En cualquier caso, yo no la tenía, no la había reunido aún.

Llegué a la casa en que vivía sola la chica y no recuerdo siquiera si dormí allí. Sí recuerdo perfectamente que había comprado entradas para un concierto y me llevó en el asiento de atrás de su bicicleta. Y recuerdo muy bien que tenía en gato y que todas sus caricias fueron para él —un gato odioso, naturalmente— y que a mí me olvidó, me postergó injustamente. Fue educada y hospitalaria, pero nada más. Mi cerebro se ha vengado de tanto desafuero, olvidando su nombre y sus facciones. Sólo recuerdo mi llegada al centro de la ciudad a lomos de esta holandesa, fuerte, hábil con la bicicleta y amante suprema de gatos.

Cuando hablé ayer de mi conocido, el de la Paulina, no me extendí en ciertas consideraciones pertinentes, de índole moral. Ya dije que su esposa era muy bella; el personaje de un relato mío, Kitza, que murió en un accidente de coche, está inspirado en ella. La real, era bastante mal bicho, para entendernos. Si hubiera tenido un accidente, seguramente le habría pasado lo que a aquel conde francés que se cayó con su caballo por un terraplén y recibió cientos de llamadas interesándose por el caballo. Era guapa pero perversa, que no tiene nada que ver una cosa con la otra.

No habría metido yo esa mujer en mi vida por nada del mundo. Ahora bien, lo de acompañarla un buen fin de semana en un lugar tranquilo es muy distinto. Y mi pregunta es la siguiente: ¿Hubiera sido eso pecado? Porque yo no deseaba a esa mujer del prójimo de ninguna manera, sólo tenerla para un ratito libre.

Los diez mandamientos vienen explicitados en el Pentateuco, en Éxodo 20:2-17 y en Deuteronomio 5:6-21. En ambos, se dice claramente: no codiciarás la mujer de tu prójimo […], ni su siervo, ni su sierva. Pero no se habla de un préstamo temporal, discreto. Sí extiende la prohibición a los siervos; o sea que de la Paulina, la criada, a olvidarse. Se habla también del adulterio, pero no se veda nada a un hombre y mujer libres. Lo tengo que charlar con mi párroco; no quiero que me acusen de corruptor de los  mayores que me lean. Los jóvenes están ya suficientemente corrompidos en esto.

Quería comentar lo de las novatadas y me alargué demasiado. Son tan distintas de las de mi época, que por eso hablo del tiempo que se fue. Lo contaré todo en mi próxima entrada.

30 de septiembre de 2014

La Paulina, Escocia y Cataluña


Estoy persuadido de que con cualquier nacionalismo la razón se toma unas largas vacaciones. Esperar de los oficiantes del secesionismo catalán declaraciones llenas de lógica, de sentido, revelaría un optimismo absolutamente impropio. Lo que sí se puede encontrar son piezas de pensamiento tremendamente originales. Resumo unas recientes declaraciones del señor Artur Mas, refiriéndose al resto de los españoles: Nos quieren. Muy bien. Pues si nos quieren que nos respeten y dejen votar.

Tan enhebrada argumentación me hizo recordar el caso de un conocido mío, que tenía una muy bella esposa y una joven criada, de nombre Paulina, también de buen ver. El marido un día, casi sin querer y porque estaba aburrido, le tocó distraídamente el antifonario a la doncella, sin que esta diera inequívocas señales de disgusto o enfado. Animado por el resultado del experimento, continuó estas exploraciones preliminares con el resultado de que la joven perdió a los pocos días su doncellez. Desde entonces, el buen hombre repartió sus deberes entre las dos mujeres, sin grandes problemas y en una situación vital personal cercana, próxima a la felicidad.

Hasta que la legítima se enteró. Entonces se armó el consiguiente barullo y el hombre tuvo que estructurar su pensamiento, para decirle a su esposa: Afirmas que me quieres y deseas lo mejor para mí. Pues si es así, ¿por qué no aceptas que me acueste con la Paulina, sabiendo lo mucho que me gusta eso? En el fondo, mi felicidad te importa un pimiento. Si me quisieras, dejarías que siguiera disfrutando del privilegio de la Paulina. Es la misma certera lógica de Artur Mas. Bueno, pues con tan meditado razonamiento, no pudo convencer a la cónyuge. Es que nunca se avienen a razones.

Otras joyas de pensamiento se relacionan con el referéndum escocés. Algunos catalanes dicen, para molestar y enredar, que admiran y envidian la sabiduría, el fair play, del primer ministro británico, David Cameron, al permitirlo. Algunos españoles arguyen, igualmente para molestar, que admiran y envidian la sabiduría del pueblo escocés y que con pueblos así se puede ser liberal y permisivo, no con otros. En realidad, si lo miras bien —y hasta mirándolo de cualquier manera posible— el caso escocés y el catalán se parecen como un huevo a una castaña.

Jamás en mi vida me había yo ocupado de Escocia y andaba tan contento en esa ignorancia. Ahora lo he hecho y aprendí muchas cosas. Para empezar, Escocia tiene unas ochocientas islas, muchas más que Cataluña. Es un estado soberano independiente desde la alta Edad Media —de hecho, a principios del siglo XVII el rey escocés Jaime VI devino también rey de Inglaterra e Irlanda— y sólo en 1707 se unió voluntariamente a Inglaterra, para formar la Gran Bretaña. Y resulta que, con  sólo un poco más de cinco millones de escoceses, tienen diez premios Nobel —el más conocido de ellos es, sin duda, Alexander Fleming—. Las aportaciones de este pueblo han sido notabilísimas en todos los campos de la ciencia, la ingeniería, las comunicaciones, la cultura. Para quien quiera saber algo más de todo esto, le sugiero que lea, como paso inicial, un artículo de Wikipedia, Scottish Inventions and Discoveries (Invenciones y descubrimientos de los escoceses). Se trata, en verdad, de un caso extraordinario y peculiar.

No tienen en cambio un plantel de premios mundiales de motociclismo que se pueda comparar al catalán (creo yo que muchos de estos campeones son catalanes; de esto no sé nada, nunca vi una carrera de motos). Ni tienen un entrenador de fútbol que haya conseguido tantos trofeos como el que hasta hace poco lo fuera del Barça. Y que haya logrado, lo que es mucho más difícil, aburrir con el juego que postula a espectadores de toda Europa. Vayan unas cosas por otras. No se puede tener todo.

Qué fastidio tener que hablar de todo esto. Trataré de no hacerlo más, de verdad. En el fondo, el problema estricto del secesionismo catalán no me importa gran cosa. Lo que soporto mal es la irracionalidad, el engaño, la demagogia y el recurso más o menos permanente a las masas. En cuanto a sus adalides, ¿no pudieron encontrar otros?

29 de septiembre de 2014

La pequeña y verde Holanda


Nunca oculté algunas veleidades didácticas de este blog. Ayer expliqué un poco la confusa nomenclatura de cierta parte de Europa a lo largo de la historia (Holanda, Netherlands, Países Bajos, Flandes, etc.). Seguramente no fue excesivamente divertido, pero tiene que haber de todo. También afirmé que era poco necesario escribir cualquier croniquilla de viaje, con tanta información asequible en Internet. A pesar de todo, contaré algo de mis recientes impresiones sobre Holanda.

A veces erramos en nuestras apreciaciones; tendemos a pensar que la hierba es mejor al otro lado de la verja. La imagen de valquirias rubias atravesando en bicicleta, con la melena al viento, los verdes y llanos campos de Holanda puede no ajustarse a la realidad. En las ciudades hay tantas bicicletas que el tráfico se embarulla y hay ciclistas desconsiderados, que invaden las aceras y molestan a los peatones. El clima acompaña poco y, aun considerando todas las ventajas de este modo de locomoción, no hay que olvidar que existen ciudades que por su tamaño pueden negociarse a pie, caminando. Quiero decir, que la felicidad no consiste en ir en bicicleta a todas partes.

En Amsterdam hay novecientas mil bicicletas y encontrar sitio para aparcarlas es difícil. Se roban unas doscientas mil al año, según la información de un guía. Otro guía dijo que el promedio de estos robos era de tres por ciudadano y año, lo que me parece excesivo. Incluso admitiendo que el ciclista robado recurriera al sencillo expediente de robar a su vez otra bicicleta, los holandeses pasarían una buena parte de su tiempo robándose estos vehículos unos a otros. Además, el tiempo en Holanda es muy variable. La recomendación que cabe hacer a cualquiera, al salir cada mañana de su casa, es: No olvides coger algo de abrigo, que puede hacer frío; ni la gabardina por si llueve. Y toma también el bañador, por si el tiempo se pone bien y quieres acercarte a la playa.

El paisaje sí tiene mucho de encantador y le recuerda a uno los conocidos cuadros de la pintura holandesa. La mirada se esparce en paz y sin tropiezos, la paleta de verdes es riquísima, en los canales estancados es como el jade. En primavera, cuando florecen los tulipanes, el campo es un tapiz delicado y precioso. Los animales están quietos, pastando incansables todo el día. No porque sean glotones, sino porque la hierba es un alimento pobre y son necesarias grandes cantidades para satisfacer las necesidades energéticas. Se ven sobre todo vacas, caballos y ovejas, cada uno a su bola, como se dice ahora. Al atardecer, vuelven ordenadamente al establo para su ordeño.

Ya dije que, nos guste o no, la organización social del país es a la que tienden otros países de nuestro ámbito cultural. El 67 % de los matrimonio acaba en divorcio, porcentaje no único en Europa. En La Voz de Galicia se cuenta hoy mismo que en esa comunidad se divorcian dieciocho parejas cada día. Una de las características más acusadas del ser humano es su extrema susceptibilidad al aburrimiento. Todas las fórmulas ensayadas para soslayar este inconveniente en las parejas, incluyendo la más ortodoxa y ritual, han sido un fracaso. El problema no tiene una solución fácil.

En Amsterdam se pueden comprar semillas de marihuana y hay pasteles y helados que contienen esa sustancia y se pueden adquirir libremente. Mi pregunta frente a esto, es siempre la misma. ¿Qué falta hacen en un mundo pletórico de belleza, de misterios y de interés? Entiendo que la vida puede ser también insoportable a veces. Hay que luchar para que esto no ocurra, para que no pueda ocurrir jamás. Es una tarea difícil, a la que no se coopera desde la evasión con las drogas.

A pesar de la permisividad general, hay sexo mercenario y el llamado Barrio Rojo de Amsterdam es un lugar irrenunciable para los turistas. Como el Reeperbahn de Hamburgo —los Beatles actuaron en algún club de allí antes de ser famosos—, como tantos otros. No ofrece nada nuevo, es lo mismo en todas partes. Sin embargo, hay un afán perentorio en visitarlo; también en las señoras. Para ver cómo son esas ‘otras mujeres’, qué ocultos atractivos pueden tener, estudiar algún pequeño ardid o atuendo que pueda ser honestamente copiado para encandilar de nuevo a los maridos, para mantenerlos eternamente enamorados. ¿Cómo son? ¿Son irresistibles bellezas? Hay de todo, como en todas partes. En esto, el mundo es bastante homogéneo y repetitivo. Infinitamente más interesante: el mercado de flores.




 

28 de septiembre de 2014

Nombres de los Países Bajos


Querría hablar sobre lo que los holandeses, con inteligencia y esfuerzo, han hecho en su pequeño país. Cuando ya toda la información está en Internet, cuando se puede tener acceso a millones de fotos de cualquier parte del mundo, resulta casi injustificable escribir crónicas de cualquier viaje, salvo para ofrecer análisis agudísimos sobre alguna realidad especial, lo que no es ciertamente mi caso. Sin embargo, el caso de Holanda es un poco singular hasta en la nomenclatura y me permitiré alguna digresión.

Se ha dicho que todo el mundo fue creado por Dios, excepto Holanda, que fue hecha por los holandeses. En efecto, casi un 20 % del país es tierra que ha sido ganada a lagos o al mar; desde el siglo XVI, no se trata de algo reciente. Simplificando mucho, la tarea consiste en construir un dique que separe del mar y desecar luego el pólder (la palabra está en el diccionario de la RAE) conquistado. Los molinos de viento, que se ven todavía en los idílicos paisajes del país, fueron empleados para esta labor, entre otras. Holanda es un país muy bajo y llano, y sólo la mitad tiene una altitud superior a un metro sobre el nivel del mar; una cuarta parte está por debajo de ese nivel.

Daré ahora unos datos, por si ayudan a desenmarañar un asunto que es un poco lioso. En inglés se suele designar al país como Netherlands (Tierras bajas), un término que surgió en el siglo XV. Holanda (del Norte y del Sur) son dos provincias, de las doce que tiene el país. En el siglo XVII eran las más prósperas y de ahí la metonimia. El territorio entero, y lo que hoy es Bélgica, Luxemburgo y partes de Francia y Alemania, formaban los Países Bajos borgoñones, en los siglos XIV y XV. A finales del XV adquirieron su autonomía y fueron luego conocidos como las Diecisiete Provincias. La guerra de los ochenta años originó una división: Provincias Unidas, al Norte, que obtuvieron la independencia, y Países Bajos del Sur, que permanecieron  vinculados a la dinastía de los Habsburgo. Tras otras vicisitudes, en 1830 la actual Bélgica se separó de Holanda definitivamente. Hoy día, si alguien habla de los Países Bajos se refiere a Holanda. Flandes es una de las tres regiones que integran Bélgica y ha tenido también una evolución complicada a lo largo de la historia.

Por su peculiar geografía, las inundaciones han supuesto un riesgo continuo para los holandeses. En 1287, afectaron a Holanda y Alemania y causaron más de 50.000 víctimas. Mucho más recientemente, en el 1953, la rotura de varios diques en el suroeste causó más de 1.800 víctimas. A partir de entonces, el gobierno comenzó un vasto programa de protección, el llamado plan o proyecto Delta, que ha construido más de 13.000 kilómetros de diques, en el mar y en los canales y ríos interiores. El proyecto ha sido considerado por la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles como una de las siete maravillas del mundo moderno. Hay muchas fotos en la red.

Holanda es un país muy interesante. En mi opinión, y nos guste o no, representa el futuro al que se encaminan otras naciones europeas y occidentales. Tiene la décima renta per cápita mundial y ocupa el cuarto lugar en el United Nations World Happiness Report, que pretende medir la calidad de vida de los distintos países. Es una sociedad tolerante y liberal, en la que están legalizados el aborto, la prostitución, la eutanasia y el uso limitado de drogas. Fue la primera en admitir, en 2001, el matrimonio homosexual. Siendo un país pequeño, sus exportaciones de productos agrarios constituyen el 21% del total nacional, con un volumen que es el segundo en el mundo, después del de USA. Exporta también una gran cantidad de plantas, flores y bulbos, hasta las dos terceras partes del total mundial.

Los estorninos pintos holandeses (adjunto foto) son confianzudos y vi cómo te pueden quitar la comida de tu propio plato. No sé cómo serán los de otros países. No conocía yo el nombre de estos pájaros y pregunté. Me lo dijeron en holandés: spreeuw. Sobre la marcha alguien lo tradujo al alemán y de ahí al castellano: estornino pinto. Tienen la gracia de los gorriones, aunque son algo más grandes.