Estoy
preocupado por el problema catalán, como otros, y me fui hace poco hasta Barcelona.
Indagué cuidadosamente, porque quería conversar con un buen conocedor de la historia
y de la política, alguien que las haya sabido ver desde arriba, reflexivamente, con
madurez. Por fin encontré un hombre así, al que se podría calificar con
justicia de sabio. Logré verle y le pregunté, de la manera más natural: ¿Por
qué queréis la independencia?
El sabio me respondió:
Tardaría diez años en explicártelo y no lo comprenderías. Al ver mi cara de
desilusión, añadió: Pero si vas a una montaña que no está muy lejos de aquí, encontrarás
a un pensador, que ha meditado su vida entera sobre esto, y te lo explicará en
cinco minutos. Me dio una dirección y nos despedimos.
Fui a la
montaña y encontré al otro sabio. ¿Por qué queréis la independencia?, le
pregunté. Porque somos diferentes, me contestó sin vacilación. ¿Cuáles son esas
diferencias que obligan tan irremediablemente a la independencia?, pregunté. Me
contestó: Tardaría diez años en explicártelo y no lo comprenderías.
Estoy siempre
dispuesto a reconocer mi incapacidad para entender muchas cosas. Pero también
recordé en esos momentos la anécdota del ladrón de oro, que se puede leer en el
Lie Tseu, uno de los tres grandes libros
clásicos del taoísmo, atribuido a Lie Yukou. Cuenta de un hombre cuya única
pasión era el oro. Una mañana fue al mercado, vio el puesto de un vendedor de
oro, cogió todo el que pudo y huyó rápidamente. Lo cogieron enseguida y el juez
le preguntó: ¿Cómo fuiste tan loco que robaste ese oro ante tanta gente que te
vio y que te conoce? Señor juez, respondió el ladrón, en ese momento no veía a
nadie, sólo veía el oro.
Sí, a veces no se entiende algo, porque el que
explica, aunque sea un hombre valioso y sabio, no tiene la verdad, la verdad
completa; está ofuscado y sólo ve una parte de la realidad, no ve más, no ve el
resto. Y una parte de la realidad no puede explicar la realidad total, la
realidad real. Es así de sencillo.
Me despedí del
sabio de la montaña de la manera más educada y estreché con fuerza su mano. En
ese momento me desperté, con mi mano agarrando fuertemente el embozo de mi ropa
de cama. Recordé que ese mismo día se discutía en el Congreso algo relacionado
con el tema catalán. Y recordé también que me había dormido leyendo un relato
del folclore judío, de alguien que quiso preguntar a unos rabinos sobre la justicia.
Con el armazón de ese relato se tejió, se hilvanó mi ensueño. Ahora, despierto,
mi viaje a Cataluña adquiere plenamente ese aire impreciso, e inquietante, que
tienen en ocasiones los sueños.
En el
frontispicio de este blog hice constar que la actualidad no sería una
preocupación del mismo. Siempre hay excepciones y alguna vez ya escribí sobre
temas del día. Hoy lo hago también, casi a disgusto, obligado por las
circunstancias.