En una entrada anterior de este
blog, escribía yo sobre El sueño del
aposento rojo, un delicioso relato incluido en la exquisita Antología de la literatura
fantástica, que compilaron Jorge
Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo. El tema de los sueños y la
literatura no dejó de llamar mi atención hace tiempo y en una novela mía, Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos,
ya encontré la ocasión de insertar un resumen de un cuento bellísimo, Historia de los dos que soñaron, al que
me referiré ahora, y que también está recogido en la antología mencionada.
Todas las literaturas están llenas de sueños,
desde los del babilonio Gilgamesh, en el segundo milenio antes de Cristo —o las
alucinaciones y visiones descritas en los textos bíblicos, de Nabucodonosor,
Abimelec, Jacob y Salomón—, hasta la actualidad. Sería imposible señalar con
alguna probabilidad de certeza cuáles han sido los cuentos más brillantes en
relación con este tema. Uno de los que más me gustan a mí es el que menciono más arriba, Historia de los dos que soñaron.
Es un cuento oriental, conocido en Occidente gracias a Gustav Weil (1808-1889),
un orientalista alemán que fue el primero en hacer una traducción completa a esa lengua de las Mil y una noches, en
1837. También trabajó sobre fuentes originales árabes para publicar Mahoma, el Profeta, pero su obra más
importante es Geschichte der Chalifen, en cinco volúmenes, y ahí está nuestro
cuento, según Borges et al. Lo ofrezco
muy resumido; en él se puede ver cómo el sueño de un hombre ha de enlazarse con
el de otro hombre, para revelar finalmente el lugar en que está enterrado un
tesoro:
A un hombre de El Cairo, Yakub
el Magrebí, se le apareció un genio en sueños y le dijo: “Tu fortuna está en
Persia, en Ispahan; vete a buscarla”. El hombre afrontó los peligros de los
desiertos, de los mares, de los piratas, de los ríos, de las fieras y de los
hombres. Llegó finalmente a Ispahan y allí fue tomado por ladrón, azotado casi
hasta la muerte y llevado a prisión. A los dos días recobró el sentido y el
capitán de los soldados que lo habían apresado lo interrogó. “Un sueño me ordenó venir a Ispahan, porque aquí estaba mi fortuna.
Seguramente se refería a los azotes que tan generosamente me habéis dado”, contestó
irónicamente Yakub. El capitán se rió y le dijo: “Hombre desatinado, tres veces
he soñado yo con una casa en El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el
jardín un reloj de sol, y detrás una higuera y luego una fuente y debajo de la
fuente un tesoro. Nunca he creído estas mentiras. Sin embargo, tú has ido
errando de ciudad en ciudad con sólo la fe de tu sueño. Que no te vea más por
aquí. Toma estas monedas y vete”. El hombre regresó a su patria, cavó debajo de
la fuente del jardín de su casa (era la del sueño del capitán) y desenterró el
tesoro.
Para mí, esta es la enseñanza de
la parábola: los sueños de los hombres están relacionados y se confieren
mutuamente la verdad. Mi sueño se torna verdadero cuando lo comparto, cuando lo
completo con el de otros. Y eso es lo que busco y persigo cuando escribo:
mezclar, completar mis sueños con los de mis lectores. Sólo así le veo sentido
a mi empeño. Estoy convencido de que, si a alguien le gustan mis historias, es
porque las tenía ya en su mente o en su corazón, que esto es difícil de precisar.
Lector, el relato es muy corto, pero si quieres leerlo más completo, la
antología de Borges de la que hablo está en la red.