Palabras clave (key words): el accidente, Pierre Menard,
nuevo estilo, musas borgianas.
Interrumpiré, sin demasiado éxito, los amores de Borges, para
contar algo que puso en peligro su vida y que se ha contado de diferentes
maneras. Me refiero a lo ocurrido en la víspera de Nochebuena del año 1938,
pocos meses después de la muerte de su padre. Borges ya no veía bien y al subir
con prisas las escaleras —el ascensor de la casa estaba averiado— no reparó en que
había una hoja de ventana abierta hacia dentro y se dio un fuerte golpe en la
frente, que empezó a sangrar. La herida se complicó luego con una infección y fiebre alta y tuvo que ser ingresado en un hospital; desarrolló una septicemia
y estuvo en peligro de muerte. Se dice que al volver a casa empezó a escribir
su primer cuento fantástico, Pierre
Menard, autor del Quijote.
Para algunos críticos, nació entonces un nuevo estilo del
escritor, una manera diferente de escribir. Su madre, doña Leonor, estaba convencida de que
tras el accidente algo había pasado en el cerebro de su hijo. El crítico
uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), autor de la obra Borges por él mismo (1979), se refiere a
este hecho: “Después del accidente, Borges reaparece transformado en un
escritor distinto, engendrado sólo por sí mismo. Antes del accidente era un
poeta, un crítico de libros; después del accidente será el redactor de arduos y
fascinantes laberintos verbales, el productor de una nueva forma literaria, el
cuento que es a la vez un ensayo”.
Es difícil atribuir a la enfermedad ese cambio de estilo.
Repasando la cronología en sus Obras
completas, compruebo que ya antes de este episodio, hay relatos, como El acercamiento a Almotásim, y otros más,
que tienen las características típicas del estilo borgiano y podrían ubicarse
entre los posteriores al accidente. Para mí, ese cambio que algunos advierten, no
fue tan radical y representa simplemente la llegada del autor a la madurez, con
los cuarenta años cumplidos y en plenitud creadora.
Se habla mucho de la poca precisión de muchos de los recuerdos
que tenemos los humanos, al evocar el pasado. Este caso es un claro ejemplo de
estas distorsiones involuntarias. James Woodall, en La
vida de Jorge Luis Borges, recoge la versión del accidente que dio la madre
del escritor y cuenta que ocurrió yendo este a recoger una invitada, para cenar
en casa: una amiga chilena, por la que alimentó esperanzas a mediados de los
años veinte, Susana Bombal. En realidad, añado yo, esta Susana era de Buenos
Aires, y muy ligada a San Rafael, en la provincia de Mendoza. Un mes antes de
la muerte del poeta ciego, lo llamó por teléfono desde Buenos Aires a Ginebra y
Borges, agradecido, le dijo: “Sos uno de los seres que más he querido en el
mundo”. ¡Cómo son de tiernas y reveladoras palabras como estas cuando uno está
por empezar el gran viaje.
Efectivamente, doña Leonor, en una
entrevista en L’Herne, dijo que Georgie
(así llamaba a su hijo), tras ir a buscar a la chica, no volvió y fue la policía
la que llamó para informar del suceso. En esa misma entrevista habla de que ella
y su marido iban al hospital a ver a Georgie; pero Borges padre había muerto en
febrero del 38. Si esas visitas fueran ciertas, el accidente tendría que haber
ocurrido en 1937. Es más probable que el recuerdo de la madre esté contaminado
por el error.
Por otra parte, el propio Borges, en su Ensayo autobiográfico (1970), habla del
accidente, pero lo sitúa en la escalera de su casa. En una entrevista con Jean
de Milleret, en 1967, también dijo que el accidente ocurrió en su escalera y
fue la invitada chilena la que abrió la puerta, porque había llegado antes y se
encontraba ya en el piso.
María Esther Vázquez, en su libro Borges, Esplendor y derrota, vuelve a afirmar que
el hecho ocurrió fuera del reducto familiar. Cita a Norah Borges, la hermana,
según la cual Borges fue a visitar a Emma Risso Platero, otra de las musas del
enamoradizo escritor, diplomática uruguaya de vida intensa, bella, culta y andariega,
que le había invitado a comer a casa y a la que llevaba un regalito. Vázquez cuenta también en el libro la visita de Borges a Emma, en Londres, en 1964. Tomados del brazo, en su
jardín, en una clara noche otoño, el argentino empezó a recitar en voz alta
versos de amor de Dante Gabriel Rosetti. “Parecían dos amantes que hubieran
continuado un diálogo iniciado mucho tiempo atrás”. En verdad, Borges había
estado enamorado de ella treinta años antes. ¡Qué cosas se dirán en estos casos,
cuando la pasión se ha remansado y queda sólo el afecto entero, la ternura
intacta, quizá crecida por el paso de los años, la constatación de la fugacidad
de las cosas y la imposibilidad de volver atrás!
José Bianco, amigo de Borges y secretario de la revista Sur durante veinte años, da todavía otra
versión distinta: El accidente no ocurrió ni en la casa de Borges, ni en una
escalera, sino en el departamento de María Luisa Bombal, escritora chilena — esta
sí, fácilmente confundible con la Susana argentina del mismo apellido—. Una
tarde, Borges, de visita en casa de María Luisa, se echó hacia atrás en la
silla y se golpeó la cabeza con el filo de una ventana entreabierta. “Como le
saliera mucha sangre, lo llevaron a la Asistencia Pública, lo curaron, lo
vendaron y le dejaron en la herida un pedazo de masilla. Consecuencia:
septicemia fulminante por la cual estuvo a punto de morir (en aquella época no
existían los antibióticos)”, escribe Bianco. Estuvo un mes entre
la vida y la muerte; esto sí parece probado. Lector, consultar varias fuentes supone, indefectiblemente, bordear el error.
Ya dije que para algunos, durante la convalecencia,
Borges decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de
lo que había escrito hasta entonces; nació así un cuento fantástico de inspiración
metafísica: Pierre Menard, autor del
Quijote. Borges, cuenta Bianco, “estaba tan preocupado por el texto que
acababa de entregarme que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había
parecido. Le dije la verdad: Nunca había leído nada semejante”.
(continuará)