Palabras clave (key words): Ronsard, La
Pléiade, García Márquez, Bibliothèque de La Pléiade
Mencioné algunas obras de Ronsard. Su poesía amorosa está
siempre relacionada con alguna dama o damisela. En 1552 publicó Les Amours de Cassandre, en honor de Cassandre
Salviati, hija de un banquero italiano. Al conocerse en un baile de la corte,
en abril de 1545, ella tenía catorce años y él veinte. Fue un amor platónico y
breve; la damita se casó al año siguiente con un tal Jean Peigné.
Le second livre
des Amours es de 1555 y está inspirado
en la relación, esta vez no platónica, con Marie Dupin, una campesina de quince
años, del valle del Loira, que no todo van a ser cortesanías. Ya hablé de Sonnets pour Hélène. Pero hay también
otros sonetos dedicados a Sinope, una joven de la que se sabe poco, y sonetos y
madrigales para Astrea (en la vida real Françoise Babou de la Bourdaisière).
Hay más mujeres en Ronsard: Marguerite, Jeanne, Madeleine, Rose, Genèvre, Isabeau.
Ronsard formó con
otros poetas franceses el grupo La
pléiade, integrado por siete miembros. Hay otros grupos con ese nombre en
la historia de la literatura: en el período alejandrino (siglo III a. C.); en
Toulouse en el XIV, formado este por siete hombres y siete mujeres. Hay una
colección, Bibliothèque de la Pléiade, creada por Jacques Schiffrin en
1931 y comprada por Gallimard en 1933, que es una especie de Olimpo literario,
para autores clásicos y para algunos contemporáneos absolutamente consagrados. André Gide fue el
primero de estos en 1939, seguido de muy pocos más.
Conté que estaba
leyendo El amor en los tiempos del cólera;
para Márquez, su obra preferida. En ella se menciona bastante a las rosas. Un
personaje, Jeremiah de Saint-Amour, extraviado ya por las brumas de la muerte,
le dice a su amante: “Recuérdame con una rosa”. Y el propio protagonista,
Florentino Ariza, siendo joven, “trastornado por la dicha, pasó el resto de la tarde
comiendo rosas y leyendo la carta […] y comiendo más rosas cuanto más la leía”. Lector, muchas flores son comestibles, entre ellas las
rosas. No todas las flores lo son, desde luego; algunas son tóxicas.
En la novela,
cuando murió la madre de Florentino, la enterraron en el llamado Cementerio del
Cólera y él sembró sobre la tumba una mata de rosas. Luego descubrió que muy
cerca estaba también enterrada Olimpia Zuleta, una antigua amante. Cuando el
rosal floreció, dejaba una rosa en esa tumba, si no había nadie a la vista, y
más tarde le plantó una cepa del rosal de la madre. “Ambos rosales proliferaban con
tanto alborozo que […] a la vuelta de unos años los dos rosales se habían
extendido como maleza por entre las tumbas y el buen cementerio de la peste fue
llamado desde entonces el Cementerio de las Rosas”. Hay más citas de rosas en la
novela.
Casi siempre se
habla de la urgencia de cosechar las rosas en la juventud. ¿Y si se está al
final del camino? Se debería apremiar también, con mayor razón, a los ancianos:
Anciano, coge esa rosa, que puede ser la última, ¿no? O es que al llegar a cierta
edad ya no hay rosas. Lector, oye a García Márquez, lo que dice de Fermina
Daza, de setenta y dos años, viviendo su amor con Florentino Ariza, de setenta
y seis: “Descubrió
que las rosas olían más que antes, que los pájaros cantaban al amanecer mucho
mejor que antes […] que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier
parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte”. ¿Qué te parece?
Ronsard instaba a
tomar desde el primer día las rosas de la vida. En sus póstumos Les derniers verses, plasmó la triste soledad de
sus últimos tiempos, sus noches “de anhelar dormir, esperar el alba y rezar
llamando a la Muerte”. Pero antes de llegar a esos extremos, en la vejez hay todavía
fulgores intensos. Cher Monsieur Ronsard, permettez-moi ajouter à vos verses: Cueillez encore gaiement
les dernières roses de la vie.
(continuará)