16 de enero de 2015

Efimeridad de las rosas, de la vida (VI)


Palabras clave (key words): Ronsard, La Pléiade, García Márquez, Bibliothèque de La Pléiade

Mencioné algunas obras de Ronsard. Su poesía amorosa está siempre relacionada con alguna dama o damisela. En 1552 publicó Les Amours de Cassandre, en honor de Cassandre Salviati, hija de un banquero italiano. Al conocerse en un baile de la corte, en abril de 1545, ella tenía catorce años y él veinte. Fue un amor platónico y breve; la damita se casó al año siguiente con un tal Jean Peigné.

Le second livre des Amours es de 1555 y está inspirado en la relación, esta vez no platónica, con Marie Dupin, una campesina de quince años, del valle del Loira, que no todo van a ser cortesanías. Ya hablé de Sonnets pour Hélène. Pero hay también otros sonetos dedicados a Sinope, una joven de la que se sabe poco, y sonetos y madrigales para Astrea (en la vida real Françoise Babou de la Bourdaisière). Hay más mujeres en Ronsard: Marguerite, Jeanne, Madeleine, Rose, Genèvre, Isabeau.

Ronsard formó con otros poetas franceses el grupo La pléiade, integrado por siete miembros. Hay otros grupos con ese nombre en la historia de la literatura: en el período alejandrino (siglo III a. C.); en Toulouse en el XIV, formado este por siete hombres y siete mujeres. Hay una colección, Bibliothèque de la Pléiade, creada por Jacques Schiffrin en 1931 y comprada por Gallimard en 1933, que es una especie de Olimpo literario, para autores clásicos y para algunos contemporáneos absolutamente consagrados. André Gide fue el primero de estos en 1939, seguido de muy pocos más.

Conté que estaba leyendo El amor en los tiempos del cólera; para Márquez, su obra preferida. En ella se menciona bastante a las rosas. Un personaje, Jeremiah de Saint-Amour, extraviado ya por las brumas de la muerte, le dice a su amante: “Recuérdame con una rosa”. Y el propio protagonista, Florentino Ariza, siendo joven, “trastornado por la dicha, pasó el resto de la tarde comiendo rosas y leyendo la carta […] y comiendo más rosas cuanto más la leía”. Lector, muchas flores son comestibles, entre ellas las rosas. No todas las flores lo son, desde luego; algunas son tóxicas.

En la novela, cuando murió la madre de Florentino, la enterraron en el llamado Cementerio del Cólera y él sembró sobre la tumba una mata de rosas. Luego descubrió que muy cerca estaba también enterrada Olimpia Zuleta, una antigua amante. Cuando el rosal floreció, dejaba una rosa en esa tumba, si no había nadie a la vista, y más tarde le plantó una cepa del rosal de la madre. “Ambos rosales proliferaban con tanto alborozo que […] a la vuelta de unos años los dos rosales se habían extendido como maleza por entre las tumbas y el buen cementerio de la peste fue llamado desde entonces el Cementerio de las Rosas”. Hay más citas de rosas en la novela.

Casi siempre se habla de la urgencia de cosechar las rosas en la juventud. ¿Y si se está al final del camino? Se debería apremiar también, con mayor razón, a los ancianos: Anciano, coge esa rosa, que puede ser la última, ¿no? O es que al llegar a cierta edad ya no hay rosas. Lector, oye a García Márquez, lo que dice de Fermina Daza, de setenta y dos años, viviendo su amor con Florentino Ariza, de setenta y seis: “Descubrió que las rosas olían más que antes, que los pájaros cantaban al amanecer mucho mejor que antes […] que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte”. ¿Qué te parece?

Ronsard instaba a tomar desde el primer día las rosas de la vida. En sus póstumos Les derniers verses, plasmó la triste soledad de sus últimos tiempos, sus noches “de anhelar dormir, esperar el alba y rezar llamando a la Muerte”. Pero antes de llegar a esos extremos, en la vejez hay todavía fulgores intensos. Cher Monsieur Ronsard, permettez-moi ajouter à vos verses: Cueillez encore gaiement les dernières roses de la vie.
(continuará)

14 de enero de 2015

Efimeridad de las rosas, de la vida (V)


Palabras clave (key words): Ronsard, Sonnets pour Hélène, Le second livre des amours

El principal objetivo de estas entradas en cadena es mostrar, a propósito de las metáforas sobre rosas, textos de diversos autores; algunos de ellos nada actuales o poco conocidos. Uno de los versos más citados de este elenco es de un poeta francés del siglo XVI, Pierre de Ronsard: el celebérrimo Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie (Coged ya hoy las rosas de la vida). Es, como otros expuestos, un canto al tiempo presente, una llamada angustiada a gozar de la vida y desconfiar del futuro. Ronsard conoce bien a Horacio (tradujo sus Odas epicúreas) y además vivió pronto la brutalidad y aspereza de la muerte. Con doce años entró en la corte, al servicio del Delfín, que murió tres días después, con diecisiete años. Un año más tarde fue nombrado paje de su hermana, Magdalena de Francia, casada con el rey Jacobo V de Escocia, y la reina murió a los pocos meses, sin cumplir los diecisiete. Es fácil imaginar la impresión de estos tristes sucesos en alguien asomándose al umbral de la adolescencia.

Debería ser breve, pero no puedo dejar de citar el principio del poema al que pertenece el verso de más arriba. Está en los  Sonnets pour Hélène, que Ronsard escribe, por sugerencia de la reina Catalina de Médicis, para tratar de consolar a la bella y virtuosa Hélène de Surgères, una dama de su corte que acaba de perder en la guerra al capitán Jacques de La Rivière, de quien estaba enamorada: Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle, / assise auprès du feu, dévidant et filant, / direz, chantant mes vers, en vous émerveillant: / Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle ! […] Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain: Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie (Cuando seáis anciana, al atardecer, a la luz de las velas, / sentada junto al fuego, devanando e hilando, / diréis, cantando mis versos, maravillándoos: / ¡Ronsard me celebraba en tiempos que era bella! […] Vivid, si me creéis, no esperéis al mañana: Coged ya hoy las rosas de la vida).

Todo tiene su justa medida, lector. En otro soneto de Ronsard, de título Toma esta rosa, esta palabra se repite nueve veces. El primer cuarteto es: Toma esta rosa, amable cual tú eres; / rosa entre rosas bellas, la más rosa; / diosa en flor entre flores, la más diosa, / de las Musas, la Musa de Citeres. Tanta repetición cansa y los retruécanos y juegos de palabras. Sin embargo, hay ritmo, hay música, hay ingenio: es poesía. Otro poema de Ronsard comienza Mignonne, allons voir si la rose…, a la que ya en el siglo XVI le puso música Jehan Chardavoine y figura en cancioneros desde 1575.

No me resisto a copiar un par de cuartetos, de otro poema que está en Le second livre des amours, de1555, aunque me aparte del tema. Es sobre el amor y recuerda sin duda a otro famosísimo y excepcional de Lope de Vega: C’est mille maux pour une seule œillade, / c’est estre sain, et feindre le malade, / c’est en mentant se parjurer, et faire / profession de flatter et de plaire. / C’est un grand feu couvert d’un peu de glace, / c’est un beau jeu tout remply de fallace, / c’est un despit, une guerre, une tréve, / un long penser, une parole bréve. Grafía de francés antiguo. La traducción española: Es mil males por sólo una mirada, / es estar sano y fingirse enfermo, / es perjurar mintiendo, y hacer / profesión de adular y complacer. Es un gran fuego envuelto en poco hielo, / un bello juego repleto de falacia, / es un despecho, una guerra, una tregua, / un largo pensar, una palabra breve.

Soy un fiel admirador de la gran literatura francesa. Pero si comparo estos versos con los de nuestro Lope, tengo que decir que hay gran trecho entre ambos, a favor del español. Hablaré un poco más de Ronsard y de La Pléiade en otra entrada.

(continuará)

11 de enero de 2015

Efimeridad de las rosas, de la vida (IV)


Palabras clave (key words): Eclesiastés, Horacio, Torquato Tasso, Luis Alberto de Cuenca

En todas las literaturas se encuentran metáforas o símiles que relacionan las rosas —su belleza, su caducidad— con el propio devenir de nuestras vidas. Todo responde al doloroso sentimiento de que el mundo es bello, pero imperfecto, y la vida fugaz. Algo que desgarró pronto el corazón del hombre y fue proclamado desde las más antiguas narraciones. De todos esos antiguos relatos tristes y pesimistas, uno de los más hermosos y profundos es el Eclesiastés. Sin embargo, no se encuentra en él, ni una sola vez, la palabra rosa, como ejemplo de la vanidad última de la existencia.

Como reacción frente a esa pobre realidad, una de las expresiones más conocidas es carpe diem (aprovecha el día), acuñada por el poeta latino Horacio, en su libro primero de Odas, la número once, exactamente, dirigida a Leucónoe; la que empieza: No preguntes, Leucónoe —pues saberlo es sacrilegio— qué final nos han marcado a mí y a ti los dioses. En ella no aparece tampoco la palabra rosa, aunque sí se habla de algo remotamente vegetal, un producto derivado de la uva: el vino.

La leo en la espléndida traducción de las Odas, de mi buen amigo el profesor José Luis Moralejo, que pronunció, hace ya algún tiempo, unas palabras en la presentación de uno de mis libros en Madrid. Es al final cuando Horacio escribe: Carpe diem, quam mínimum crédula postero (échale mano al día, sin fiarte para nada del mañana). En Odas I, 9 ya está prefigurada esta urgencia por sacar todo el partido posible a la vida. Tampoco hay aquí referencias a las rosas, pero sí, otra vez, al vino: Y cada día que la Fortuna te conceda, sea como sea, apúntalo en tu haber y vierte sin tasa de un ánfora sabina vino de cuatro años. Sin embargo, en Odas I, 5, sí se habla de rosas, en el apropiado contexto de un feliz encuentro amoroso: ¿Qué esbelto mozo, en medio de abundantes rosas y bañado en límpidas fragancias, te abraza, Pirra?

Otro autor de la misma tierra italiana, Torquato Tasso (1544-1595), pobre poeta lleno de dudas y de temores, atenazado por el constante terror de haber caído en la herejía y que murió atormentado por la locura, insiste en recomendar esta manera de afrontar la existencia. Y también menciona a la rosa: Mentre che v’apre il ciel puro il giorno, / cogliete, o giovinette, il vago fiore / de vostri più dolci anni. […] Verrà poi’l verno, che di bianca neve / sole i poggi vestir, coprir la rosa. Mientras que el cielo os abre puro el día, / coged, oh jovenzuelas, la flor vaga de vuestros más dulces años. […] Vendrá luego el invierno que de blanca nieve / suele vestir las cumbres, cubrir la rosa.

Querría terminar esta entrada con los versos de un poeta español contemporáneo, Luis Alberto de Cuenca, que toma el título de Ausonio: Collige, virgo, rosas. Es uno de los que con más ardor y vehemencia instan a gozar del instante, a arrancar las rosas, con una violencia casi excesiva y con una referencia final muy española y trágica a la Muerte. Dice el poema: Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana. / Córtalas a destajo, desaforadamente, / sin pararte a pensar si son malas o buenas. / Que no quede ni una. […] Y que la negra muerte te quite lo bailado. La invitación —podría escribirse la orden, el ultimátum— es clara, no tiene nada de ambigua.

Obviamente, para enfatizar la brevedad de la vida y aconsejar el disfrute de los placeres mientras se pueda, no hace falta citar a las rosas. Pero es verdad que en muchos casos, los escritores lo han hecho así. He recogido aquí algunos ejemplos, tratando de mostrar autores de diversas épocas. Quiero terminar esta pequeña antología con el poeta francés que ya mencioné, Pierre de Ronsard, y con alguien más, pero será otro día.

(continuará)