Nos
encaminábamos ya hacia Murnau. Habíamos dejado atrás las congestionadas
autopistas y conducíamos por esas bellas y cuidadas carreteras secundarias
alemanas. En un mapa que estaba en el coche alquilado, vi una estrella azul,
indicando un kloster, un monasterio
de interés turístico, cercano a una pequeña ciudad, Bad-Tölz, sin indicar
exactamente cómo llegar. Quisimos visitarlo y me aventuré por una vía muy
secundaria, que se fue haciendo cada vez más estrecha. En la distancia se
dibujaba la silueta de unos edificios grandes. La carretera estaba sin asfaltar
en los últimos metros. Llegamos hasta los edificios, uno de los cuales era
claramente una modesta iglesia rural.
La puerta estaba
cerrada, pero se podía franquear. Entramos y nos encontramos con un grupo de
poco más de veinte personas que asistían a misa. La iglesia era una de tantas,
barroca, en el estilo de la zona, con profusión de santos, vírgenes y angelitos. Nos colocamos detrás del grupo, en silencio. Casi nadie notó nuestra
llegada. El sacerdote se dirigió a una pareja de ancianos
en la primera fila y les entregó un regalo. El hombre era bastante alto y la
mujer parecía una de esas viejecitas que se consumen en vida,
dándose, vaciándose, literalmente, en sus hijos, en sus nietos. Se oía una
música dulce y lenta, interpretada claramente por alguien no profesional. Había
un enorme contraste entre el ajetreo de las carreteras y aquel reducto de paz.
Una señora de la última fila le habló a mi esposa, tuteándola, lo que no es
nada frecuente en Alemania, y le dijo que la vería a la salida.
Nos quedamos
hasta el final de la celebración. El ambiente era tan sosegado y agradable, que
podríamos haber permanecido allí la mañana entera, el día entero. Después de
días viajando por Alemania, estábamos un poco cansados. Al salir, la señora que
había hablado a mi esposa se acercó y se excusó, de la manera más amable y
utilizando el usted, naturalmente, por haberla confundido con otra. Contó que
conmemoraban las bodas de oro de unos amigos. Seguimos el viaje, había que
seguir, pero lo hicimos todavía hechizados por lo vivido tan impensadamente. No
quedó tiempo para visitar la abadía de Benediktbeuern y no nos importó
demasiado. A la llegada a Murnau, y luego en España, hemos sido incapaces, a
pesar de estudiar mapas muy detallados, de localizar el lugar tan especial en
que estuvimos, la pequeña iglesia bávara.
Grabé un corto
video, con la cámara de fotos. Se oye y se ve mal, pero lo ofrezco para dar una
idea de lo trato de describir. De todo esto, sin una conexión demasiado
evidente o lógica, nació la idea del relato. Es así como ocurre normalmente.