Palabras clave (key words): El laberinto de la Fortuna,
Juan de Mena, Bomarzo.
Esta es la entrada tricentésima, la número trescientos,
del blog y quizá es un buen momento para algún cambio en su concepción y estructura,
hacer un alto y serenarse. Ya una vez quise cambiarlo y prometí entradas más
cortas y espaciadas. Las hice menos frecuentes, pero en reducir su extensión
fallé clamorosamente. En mi defensa, diré que no es fácil condensar ciertos temas
complejos en unos pocos párrafos.
Ahora es un poco distinto. Con tantas entradas, bien
podría decirse que el blog creció demasiado, que se salió de madre. Me ha
divertido escribirlo, pero hace tiempo que empecé a pensar que era una pequeña
vanidad más de las muchas que pueblan nuestras vidas; en este caso, la vanidad
de creer que uno tiene algo que decir. Lo que es verdad, de algún modo, porque
cualquiera, hasta el más humilde de los mortales, tiene que decir: de su
poquedad, de sus sueños, de su descaecer. Pero es que muchas de las cosas que
decimos son de pobre valor y podría uno ahorrárselas a los demás.
Quiero dar forma de libro a lo ya publicado, quizá con el
título de Las trescientas. Para los
que no recuerden, El laberinto de la
fortuna (o Las trezientas), fue
un poema del siglo XV, de 300 estrofas, escrito por el poeta Juan de Mena,
nacido en Córdoba. Mi título sería como una pequeña broma. Serán casi
ochocientas páginas e irá con un índice alfabético y otro cronológico para
encaminar las búsquedas.
Muchas veces he mencionado en este blog al azar. No es
que yo crea que rige muy enteramente nuestras vidas, más bien pienso lo
contrario. Pero, en ocasiones, sí modula algo nuestras conductas o nuestro
destino. En las seis últimas entradas del blog hice una exégesis de la novela
de un muy conocido escritor español moderno, al que nombro AA. Nunca me gustó
la obra, pero además mi análisis coincidió con la relectura de Bomarzo, del argentino Manuel Mujica
Láinez, uno de los muchos excelentes libros que existen en este mundo. El
cotejo resultó inevitable y demoledor para el español.
Bomarzo es una novela histórica, cuya acción ocurre en el siglo
XVI, en Italia. Lector, si has leído mis seis entradas anteriores y los retales
de prosa de AA que critiqué allí, compáralos con estos de Mujica: “Rayando de
negro el aire, el pájaro se echó a volar”; “El sol se derrumbaba sobre Bomarzo
y lo transformaba en una ascua de oro”; “Las torres de Bolonia se empinaban
como espadas enhiestas”; “El otoño saturaba las tardes de melancolía”; “Se
movía con la elegancia irreal de los personajes de los sueños”; “Los días se
encendían y se apagaban en los balcones”; “Manchas blancas, como si a la
distancia aleteara un vuelo de albatros”; “Despedazaban las aves como si
lucharan con ellas”. En la última, ¿se puede expresar mejor, con unas pocas
palabras, la glotonería y zafiedad de unos comensales?
No hay sólo música, hay también ideas: El amor es un modo
de sobrevivir. Vivir era eso: perder. No todo el mundo se atrevería a ser
inmortal; es algo quizá peor que la propia muerte. La inmortalidad puede ser la
prolongación de un tormento. Por citar unas pocas. Alguna de ellas podría
describir la trayectoria vital de un personaje o ser el argumento de una tesis
o el resumen de un relato. Son frases que incitan a pensar.
Y noticias históricas: En Bomarzo son muy numerosas las pistas de personajes notables,
gobernantes, guerreros, prelados, Papas, nombres del arte y la cultura, etc. Se
menciona a Luca Paccioli, el monje ebrio de belleza; a Plinio, que escribe en
su Historia Natural, “no hay nadie más desgraciado ni orgulloso que el hombre”;
a Bastiano de Sangallo, el Aristóteles de la Perspectiva; a Guillaume Postel,
lingüista, astrónomo y cabalista francés del siglo XVI; a Diana de Poitiers, a
la que cité en mi entrada del 17 de agosto de este año en mi blog, la mujer más
bella de Francia en su época; a Tommaso Cavalieri, pintado por Miguel Ángel en
la Sixtina; a Julia Gonzaga, la mujer más bella de Italia en sus tiempos; a
Nicolás Flamel, el famoso alquimista de París al que nombré en mi entrada del
13 de octubre; a Garcilaso de la Vega, al mismísimo Miguel de Cervantes; al
demonio Amón, al gallo rojo de Cardano, para que no falte nadie. Un mundo pleno
de ideas seminales, de cultura, de ensueños. Belleza y λóγος inundándolo todo, arrojando luz. Si eso es la literatura,
lo de AA no puede serlo. Y termino con esto.
*****
Las razones para pausar y retocar la conformación del
blog son algunas, aparte de su hipertrofia. La principal: todo cansa, también
un blog. Tout passe, tout lasse, tout se
casse, dicen los franceses (Todo pasa, todo cansa, todo se rompe). Un
proverbio alemán dice: Alles hat ein
Ende, nur die Wurst hat zwei! (Todo tiene un final, sólo la salchicha tiene
dos). El ruido turbulento e irracional del mundo se ha hecho demasiado intenso
y es difícil ya oír nada e inútil decir algo. En todo caso, se trata de una
pausa, no de un abandono. Al llegar a cierta edad, lo más sensato es permanecer
alejado en lo posible de la estulticia humana y refugiarse en una leve y discreta
misantropía.
Algunas cosas más prácticas. Ya digo que no dejo el blog. Escribiré más de
tarde en tarde y más bien sobre mis elucubraciones o recuerdos que sobre temas
ajenos. Habrá menos entradas, pero serán más personales, quizá más entrañables
y llegarán más cálidas al lector. Y todo lo escrito hasta ahora persistirá, con
los pertinentes y detallados índices. Si alguien echa de menos este pequeño
empeño mío, podrá buscar cualquier tema y encontrar la fecha en que se publicó,
con lo que le resultará fácil recuperarlo. Será interesante ver cuántos lo
revisitan para leer entradas del pasado.
Esta primera etapa del blog ha durado unos dos años y
tuvo unas quince mil visitas. Muestro una captura de pantalla con los últimos
datos estadísticos, en la que aparecen
los diez países que lo frecuentaron más, el 82,7 % del total. Los tres
primeros fueron España, Estados Unidos y Alemania, que sumaron el 67.8 %. Lo
visitaron en España el 42,5 %; en el resto del mundo el 57,5 %.
En estos días me voy a Ordesa y Pirineos, persiguiendo
otoños, aunque comprendo que los que busco, no volverán. Para entender esto,
copio el inicio de una carta desde Nueva York, de un relato mío, Cuento para mi nieto Pancho: Sé que te gustan
las historias sutiles y con artificio y te voy a contar una desde esta ciudad
inmensa, a miles de kilómetros de ti, en la que viví un tiempo, con mi carrera
recién terminada y muy joven, que tenía sólo unos pocos años más que tú ahora.
Estoy aquí otra vez, en estos primeros días de octubre, porque desde entonces
tengo que volver, aunque sea de tarde en tarde, para rever el cambiante rojo de
los arces en el otoño —los pigmentos son sensibles a la temperatura ambiente y
el color varía con las horas y con los días— y comprobar que, al menos, ese
milagro perdura, renovado e idéntico, aunque todo lo demás haya mudado tanto.
Los mundos que uno descubre de joven, como los sueños primeros que uno teje,
están destinados a durar toda la vida.