Lector amigo,
una confesión pertinente: nadie me ayudó a difundir mis obras. Quiero decir, alguien con
posibilidades de hacerlo de manera efectiva. Mis amigos han hecho lo que han
podido, con la mejor intención. Pero personas a las que, por diversas razones,
pude dirigirme —del mundo editorial, escritores, agentes literarios, críticos—,
de esas, ninguna. Hasta he creído notar en ellas una reacción común. Algo así
cómo: ¿qué quiere este médico, metiéndose en el mundo de la literatura? ¿No
tiene bastante con lo suyo? ¿A quién quiere epatar? Lo conté en clave de humor
en la primera entrada de este blog y ahora lo desgranaré un poco más. Antes de
seguir, diré, con el mayor candor, que todos los que han leído escritos míos
los han encontrado más que dignos: profesores, médicos, catedráticos de
literatura, etc. Eran más o menos conocidos míos, pero uno nota cuando la gente
es sincera, cuando le ha gustado lo que ha leído.
¿Concursos? Mi
novela la presenté a dos concursos, sucesivamente: el Nadal y el Ciudad de Tal (callo
el nombre, una capital de provincia importante, con antigua Universidad). La obra ganadora del primero era un engendro, sin paliativos. La leí como una penitencia y ni tomé notas, en contra de mi costumbre. Quizá
no soy imparcial, ¿verdad? Lector, te ofrezco retazos de otra obra de la misma autora, de la que sí tomé algún apunte. Casi sin
comentarios, para ajustarme a la extensión normal de mis entradas: “lejanía de la botella, ¡qué
buen título para un poema!”. [...] “a cambio de sentir y, sintiendo, sentir que
antes sintieron”. ¿Es esto una aliteración, un quiasmo, un retruécano? No hay
figura retórica que alcance a designar este monumento al mal gusto, a la
cacofonía. [...] “El peligro real nunca te pareció realmente peligroso”. [...]
“casi simultáneamente se produjo el prodigio, o se prodigió el producto”. [...]
“Evita a los demás sin evitarte”. [...] “¿Cómo podéis seguir pudiendo?”. [...]
“Su súbito arrebato les había arrebatado”.
De la obra ganadora del segundo
concurso: “Apenas tenía un beso que llevarse a la boca”. […] “Corría un reguero
de sangre coagulada”. Una sangre coagulada no puede correr. Todo faltas
menores, te oigo decir, lector. Bueno, espera. En una reunión de amiguetes, ya
metidos en años, deciden irse de farándula, de ‘putillas’. Y entonces, el que
se supone más gracioso de ellos, hace notar, no sin cierta consternación:
“Pero, amigos míos, ¿quién pondrá el vigor en nuestros miembros viriles?”. […] Ante
la muerte de un
violinista, el autor de la novela maquina que le pongan el violín en el ataúd, justamente
entre los muslos. Para que así, su viuda, en el entierro, pueda lamentarse en
presencia de todos, justificadamente: “Ay, marido mío. Lo que nos divertíamos
con lo que tienes entre las piernas; con el placer que me producía tu
instrumento”. La viuda no es procaz en absoluto; habla así, porque sabe que el
violín va a ser enterrado con su pobre marido. De todo este embrollo surge la
finísima, la sutil hilaridad del asunto.
Ínfima, pésima
literatura. ¿Y cuál es el problema? Pues que se presentaron a estos concursos
centenares de obras y esto podría arrojar las más ominosas sombras sobre
nuestra producción literaria. No es así, porque veo otras obras, desconocidas,
que están muy bien escritas y no se parecen en nada a las aquí mostradas.
Apenas se venden, sus autores son ignotos. ¿Cómo es esto posible? Pues ahí tienes, lector, la fuente de todas
mis zozobras y lo que me tiene permanente maravillado y asombrado de nuestro
mundillo literario, en el que los zorroclocos son demasiados.
Concedo a todo esto
ninguna importancia. A mí me queda ya un solo anhelo: tener otra vez
veinticinco años y conducir mi coche por la Quinta Avenida y eso no es fácil de
conseguir, aunque ando en negociaciones. ¿Que con quién? Con quién va a ser,
lector. Pero otros muchos
autores no sentirán lo mismo. Debe de ser muy triste, para un escritor joven
que empiece y quiera abrirse camino, comprobar tanta zafiedad triunfante y
tanto compadreo. Se le quitarán forzosamente las ganas de seguir. ¿Qué interés
puede tener ganar, en un juego en el que se hacen tantas trampas?
Publicar es un
problema soluble; cada vez más, porque los medios digitales acabarán
imponiéndose. Lo realmente complejo, o imposible, es lograr la difusión de lo
publicado. Uno puede dirigirse a las páginas culturales de los periódicos. En
algún caso lo hice, sin respuesta alguna. Las reseñas literarias están copadas
por las editoriales. Queda un recurso: la señora Trévins,
solterona, escribió su primera novela con unos ochenta años. Harta de que no se
la publicara nadie, hizo imprimir un ejemplar único y se lo dedicó a sí misma.
Lo cuenta Georges Perec, al que mencioné.
A lo que vamos: tras mi ducentésima entrada, cambiará el blog. Trataré de organizarlo, para facilitar
la consulta retrospectiva de las
entradas. Las nuevas serán menos frecuentes y más cortas…, si me contengo. ¿Y
qué voy a hacer con el tiempo ganado? Leer, releer… tal vez soñar.