7 de diciembre de 2013

Vecchio frak


Lector, esta entrada quiero que sea alígera, que es tiempo de descansar un poco. Pero hay que cuidar, eso sí, las palabras, escogerlas, mostrarlas quizá a alguien por primera vez; no puedo renunciar a ese afán didáctico, modesto y leve.

Hay un pequeño truco, que ya no sé si es mío o lo tomé de alguien, que me va muy bien para conseguir más libertad en mis charlas. Cuando quiero salirme un poco del guión establecido, suelo decir que jamás he permitido que el título de un discurso se interponga entre mí y el público. Bueno, es una manera quizá graciosa de decir que voy a hablar de lo que me dé la gana, aunque me salga un poco del tema previsto. La gente lo acepta bien siempre; entre otras cosas porque no tiene otro remedio.

Viene esto porque hoy, lector, quiero que oigas una canción, que a mí me encantó y me encanta. Es de 1955, de Doménico Modugno, y se llama Vecchio frak, no de las más conocidas suyas. La encuentro elegante, sobria, triste, refinada, melancólica… Pienso que hasta podría justificar su inclusión ahora, en este blog, después de varias entradas hablando de sueños, porque en la letra —que copio con alguna palabra traducida para ayudar— también se habla de un sogno mai sognato, un sueño no soñado nunca. En este mundo, cada hombre viene con unos sueños que soñar y conviene no olvidarlos, para que no se marchiten. Hay muchas cosas que no podremos hacer nunca, pero siempre podemos soñarlas. Mira cómo razonó un rey en una novela mía: “Sólo podré conseguirlo en los sueños, a través de los sueños, se dijo muy certeramente el rey, así que tendré que soñarlo. Y lo soñó, sin tregua, durante siete años, sin que fallara un solo día…” (de Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos).

Te dejo ya el vínculo para el vídeo de Modugno: http://youtu.be/l9u2gJexQfQ. Hay varios, he escogido el que me gusta más, el más sencillo de orquestación. Que lo disfrutes. Trata de oírlo leyendo las palabras que te copio.

Vecchio frak

Domenico Modugno

È giunta (ha llegado) mezzanotte,
si spengono (se apagan) i rumori,
si spegne anche l'insegna (rótulo) di quell'ultimo caffè.
Le strade son deserte,
deserte e silenziose,
un'ultima carrozza cigolando (chirriando) se ne va.
Il fiume scorre lento,
frusciando (sonando) sotto i ponti;
la luna splende in cielo,
dorme tutta la città.
Solo va un uomo in frak.

Ha il cilindro (sombrero hongo) per cappello (sombrero),
due diamanti per gemelli,
un bastone di cristallo,
la gardenia nell'occhiello (ojal)
e sul candido gilè,
un papillon (una pajarita), un papillon di seta blu.

S'avvicina lentamente
con incedere (marcha) elegante,
ha l'aspetto trasognato,
malinconico ed assente,
non si sa da dove vien,
ne dove va;
chi mai sarà,
quell'uomo in frak.

Bon nuit, bon nuit, bon nuit, bon nuit.
Buona notte
va dicendo ad ogni cosa,
ai fanali (farolas) illuminati,
ad un gatto innamorato
che randagio (vagabundo) se ne va.

È giunta ormai l'aurora,
si spengono i fanali,
si sveglia (despierta) a poco a poco tutta quanta la città;
la luna si è incantata,
sorpresa e impallidita,
pian piano scolorandosi nel cielo sparirà (desaparecerá).

Sbadiglia (bosteza) una finestra
sul fiume silenzioso
e nella luce bianca galleggiando (flotando) se ne van:
un cilindro, un fiore e un frak.

Galleggiando dolcemente,
lasciandosi cullare (dejándose acunar)
se ne scende lentamente
sotto i ponti verso il mare,
verso il mare se ne va;
chi mai sarà,
chi mai sarà quell'uomo in frak.

Adieu, adieu, adieu, adieu, addio al mondo.
Ai ricordi del passato,
ad un sogno mai sognato,
ad un attimo (instante) d'amore,
che mai più ritornerà.

6 de diciembre de 2013

La magia de los números


Querría terminar lo que podría considerarse mi ‘rodaje’ con este blog. Ya he abordado algunos de los temas que me interesan; me falta decir algo sobre otro campo que me atrae a menudo: los números. Esta entrada cumple esa misión.

La proyección de la magia en los números es universal y antiquísima. Pondré un ejemplo muy actual. En la Sagrada Familia de Barcelona, quizá la última catedral construida en Occidente, el escultor José María Subirachs esculpió los grupos escultóricos de la llamada Fachada de la Pasión. En la escena del beso de Judas, se puede observar un escudo tallado en piedra con dieciséis cuarteles, ocupados todos por números. En un folleto sobre esta fachada, que consta de 32 páginas, cinco están dedicadas a mostrar gráficamente, una por una, las 88 posibilidades de que estos números del escudo, en grupos de cuatro, sumen —en vertical, horizontal, diagonalmente, o de alguna otra manera— la misma cifra, exactamente 33, que se supone que fue la edad a la que murió Cristo. Frente a la belleza y fuerza, inquietantes y telúricas, de las figuras de Subirachs, el que una buena parte del folleto esté dedicada a esta buscada curiosidad numérica es un índice de la fascinación que ejercen estas elucubraciones, que en este caso se enlaza con el ambiente misterioso que ha rodeado siempre la construcción de las grandes catedrales de los tiempos pasados.

Estos ‘criptogramas’ numéricos son de muy antigua tradición. En un libro del jesuita alemán del siglo XVII, Atanasio Kircher, hombre preocupado por los más dispares saberes, ya aparecen y se dice que fueron ideados por los “sabios antiguos”, sin mayores precisiones. El correspondiente al cuadrado con 16 números (4x4) —todos ellos correlativos, como tiene que ser—, es llamado Sello de Júpiter y en él los números repiten, en las diferentes direcciones, la misma suma, que es 34.

En el escudo que se muestra de la Sagrada Familia, para que los números sumen 33, se ha alterado la continuidad numérica; como se ve, se han repetido los números 10 y 14, y faltan el 12 y el 16. Todo ello para lograr, ya digo, que la suma sea 33, en lugar de 34. Trabajo quizá innecesario, puesto que nadie sabe con certeza la edad a la que murió Cristo, que podía haber sido 34 o hasta alguno más.




Hay muchos juegos con números que incluyen problemas cuya solución demanda ingenio o habilidad y se han convertido en pasatiempos sociales. Existen muchos libros de “carnavales” o “festivales” matemáticos, que tratan sobre la materia. En la matemática india ya existían textos análogos, con planteamientos muchas veces de gran candor o ingenuidad, lo que no quiere decir que sean de solución fácil, sobre todo si no se recurre al empleo de ecuaciones.

No resisto la tentación de incluir un pequeño párrafo del libro de matemáticas que el sabio Bhaskara, un matemático y astrónomo indio (1114-1181), tituló con el nombre de su hija, Lilavati, para que se pueda apreciar el estilo, la delicadeza y la discreta complejidad del problema y de los cálculos para su solución. Dice así: La quinta parte de un enjambre de abejas se posó en la flor de Kadamba, la tercera parte en una flor de Silinda, el triple de la diferencia entre estos dos números voló sobre una flor de Krutaja, y una abeja quedó sola en el aire. Dime, bella niña, ¿cuál es el número de abejas que formaba el enjambre?

La exposición del problema, ¿no es deliciosa? La solución es 15; se trataba de un enjambre de 15 abejas. Pequeño, ¿verdad? Si hubieran quedado en el aire 10 abejas, con los otros datos invariables, la solución sería 150. Si hubieran quedado 100 abejas en el aire, el enjambre sería de 1500 abejas. Podemos tener enjambres de todos los tamaños que queramos.

No todos los problemas son igualmente inocentes y seráficos. Copiaré otro más atrevido, aunque desde el punto de vista matemático muy parecido. En plena lucha amorosa se rompió el collar de la muchacha. Una tercera parte de las perlas cayó al suelo, una quinta parte quedó sobre la cama, una sexta parte fue recuperada por la propia joven, mientras que una décima parte fue recogida por el amante. Sólo seis perlas quedaron todavía engarzadas en el hilo del collar, sin desprenderse. ¿Cuántas perlas tenía el collar? La solución, lector, es treinta, el collar tenía treinta perlas.

De este problema, se pueden sacar más conclusiones de cierta trascendencia. No se deben llevar los collares constantemente puestos, no todas las ocasiones son propicias a lucirlos y en ocasiones es mejor quitárselos, especialmente si son frágiles y delicados. También se puede constatar que la chica fue más hábil que el amante, o puso más interés, a la hora de recoger las perlas caídas y recogió casi el doble. El amante, en esto, anduvo un poco torpe, si se puede decir. Se me puede objetar que el amante no fue allí para eso, para recoger perlas. Incluso se puede argüir que el propio hecho de que el collar se rompiera parecería indicar que se logró una atmósfera de alta tensión emocional, que era al fin y al cabo de lo que se trataba, lo que hablaría en su favor. En contra, se podría sospechar que quizá fue un poco rudo. Pero también es verdad que hay muchos tipos de rudeza, no igualmente condenables todos. Muy complicado todo, como suele ocurrir en cuanto se mete uno en filosofías. En fin, para terminar, yo creo que las joyas hay que quitárselas, cuando llega su tiempo.

4 de diciembre de 2013

Sobre la fantasía en la ficción


A pesar de los lógicos titubeos iniciales, debe quedar claro que este en un blog con preocupaciones fundamentalmente literarias. Querría exponer en él, de la manera más sencilla, mis opiniones sobre temas de literatura, estilo, obras, escritores, etc.

En las entradas etiquetadas Cuentos y Sueños he hablado de cómo la fantasía es un componente importante del mundo de la ficción. Lo cual no quiere decir que no quepan otros enfoques más austeros y realistas en el abordaje de la creación literaria. A lo largo de la historia, la orientación realista o fantástica ha tenido diverso predicamento. Pero, incluso refiriéndonos a los trabajos más libres y ensoñadores, conviene recordar que in medio stat virtus, que la virtud está en el término medio. Frente a la imaginación desbordada cabe también recomendar la restricción, la moderación.

Me ampararé en la obra de un escritor, poco conocido en la actualidad, para abonar mis ideas al respecto. Antoine Hamilton es un escritor medio escocés, medio francés, que nació en 1645 en Escocia y siendo niño tuvo que emigrar con su familia a Francia, huyendo de la dictadura de Cromwell. Conviene recordar ahora que la primera traducción a una lengua europea de las Mil y una noches, la de Antoine Galland, es de 1704, en diez volúmenes (en 1717 aparecieron dos más).

Hubo entonces en Francia un verdadero auge de los cuentos orientales y fantásticos, que llena el principio del siglo XVIII. Como reacción frente a esa moda, y con la intención de ironizar sobre el mundo caprichoso de magias y encantamientos que se desplegaba en esas historias, en el que todo es posible y nada parece sujeto al imperio de la razón, escribió Hamilton algunos relatos, muy al final de su vida. De hecho, Hamilton murió en 1720 y sus cuentos fueron publicados sólo diez años después, en 1730, con un éxito extraordinario.

En su obra Histoire de Fleur d'épine, escribe Hamilton: Oh!, que les enchantements sont d’un grand secours pour le dénouement d’une intrigue et la fin d’un conte! (¡Oh, qué gran ayuda son los encantamientos para la solución de una intriga y el final de un cuento!). Pero su obra va mucho más allá de ese simple propósito paródico y demuestra el talento excepcional del autor, al que se le considera el iniciador del cuento libertino y satírico del siglo XVIII francés, muy imitado, por Crébillon y Voltaire, entre otros.

Tomo un fragmento curioso de Fleur d’épine. Había una princesa que, cuando miraba con sus hermosísimos ojos, causaba la muerte a los varones y dejaba ciegas a las mujeres —lector, eso no es ninguna tontería— y todo el cuento trata de la búsqueda del remedio contra esta molesta condición; molesta sobre todo para los conocidos y amigos de la princesa, víctimas involuntarias de sus miradas. La faute en est aux Dieux qui la firent si belle, / et non pas à ses yeux (la falta es de los dioses que la hicieron tan bella, / y no de sus ojos), opina Hamilton. Pues sí, puede que lleve razón, que no fuera culpa suya, que fuera de los dioses, a los que culpamos de todo tan a menudo. Pero el daño estaba ahí y era inevitable.

Me encanta la fantasía en el terreno de la ficción y trato de que esté presente en mi modesta obra. Me gusta especialmente mezclar lo real y lo imaginario, dejando al lector la tarea de desenmarañar el asunto; descubrí hace tiempo que es muy capaz de hacerlo. Busco y necesito la complicidad del lector; ese lector atento e inteligente que buscamos incansablemente todos los que escribimos.   

3 de diciembre de 2013

Más cuentos y sueños


Desde siempre me han atraído y deslumbrado las leyendas, los relatos sencillos y llenos de enjundia, de sabiduría o misterio, los sueños. Uno de los más bellos cuentos que conozco es de origen persa; viene de un poeta de entre los siglos XII y XIII, Farid ud-din Attar, farmacéutico (eso es lo que quiere decir attar), y en la tantas veces citada Antología de la literatura fantástica, de Borges et al., lleva el título de El gesto de la muerte. La versión allí es de Jean Cocteau y está quizá excesivamente abreviada. Tomo otra, un poco más larga, tal como aparece en el encabezamiento de un relato mío, Mis antiguos encuentros con la muerte. El visir se dirige a su califa:

  Esta mañana, al cruzar la plaza para venir a palacio, he
visto a la Muerte mirándome fijamente.
— ¿La Muerte?
— Sí, la Muerte. La he reconocido, toda vestida de negro
con un chal rojo. Me busca, estoy seguro. Deja que
abandone la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor
caballo y escaparé. Esta misma  noche llegaré a
Samarkanda. Permite que me vaya, te lo suplico.


El califa, que sentía gran afecto por su visir, lo dejó partir.
Por la tarde, salió de su palacio disfrazado,
 como hacía a veces, y él también vio a la Muerte en la plaza y le
preguntó: ¿Por qué has asustado esta mañana a mi visir?
No le asusté —contestó la Muerte— me extrañó verle aquí,
porque tengo una cita con él, esta noche en Samarkanda.


Entiendo que es difícil resumir en menos palabras la inexorabilidad del destino, la imposibilidad de evadirlo, la impotencia de los seres humanos para esquivar su sino, aciago o venturoso. Encierra todo el pathos de una tragedia griega en unas pocas líneas aladas, llenas de gracia y, presuntamente, preñadas de sabiduría. De este mismo poeta persa, su epopeya Mantiq al-tayr (La conferencia de los pájaros), de unos cuatro mil quinientos versos, viene citada en mi reciente relato El reino de Ta.

Si te gustan estos temas, si los mezclas en tus escritos, forzosamente acabas inventando cosas parecidas. En una conferencia mía sobre El nacimiento del concepto de probabilidad —que para mí podría datarse muy probablemente en la Italia del siglo XVI, con Girolamo Cardano y Ludovico Ferrari—, en un determinado momento de mi charla me dejé llevar por una ensoñación que me transportó, a mí y a mis oyentes, a la Bolonia de esa época. Copiaré ahora el fragmento en que describo mi última entrevista con Cardano, antes de mi regreso a España:

“La última vez me regaló un bellísimo libro, impreso por el viejo Manuzio, con una  amable dedicatoria, que he guardado siempre junto a los amados elzevirios que compré en Italia. Lo encontré, en la medida en que esto era posible en él, dulce, sereno, resignado y más clarividente y agudo que nunca. Se lo hice notar, con admiración y cariño, y recuerdo que me contestó, sonriendo: “Seguramente llevaba razón Hegel cuando afirmó que la lechuza de Minerva levanta el vuelo a la hora del crepúsculo”. Me quedé muy perplejo, al principio, porque, de repente, comprendí que él no podía citar entonces a Hegel, ni yo reconocer la frase, por la sencilla razón de que Hegel había de tardar todavía en nacer algo más de doscientos años.

Y, en un momento, entendí confusamente que todo aquello era un sueño, un sueño que yo tendría que soñar después, cientos de años después, cuando viviera de verdad, cuando me tocara vivir mi vida real (es una manera de hablar, porque sabía muy bien que nunca viviría tan intensa y poderosamente como estaba viviendo entonces). Aunque también pudiera ser que lo que fuera un sueño sea esto de ahora, que yo les esté soñando, en esta melancólica tarde de invierno madrileño.

Porque, cuando dentro de poco nos separemos y nos perdamos cada uno en nuestro mundo, ¿qué quedará de todo esto? ¿Y mañana? ¿Y cuando nos hayamos olvidado de hoy? Cuando se olvida, ¿qué diferencia hay entre los olvidos? ¿Qué más da un olvido de diez años u otro de cuatrocientos? Pero, sobre todo, ¿qué diferencia hay entre la realidad y los sueños? Conozco más a Cardano que a muchos de ustedes, a pesar de estar casi exclusivamente rodeado de amigos”.

Lector, cuando se ha enfrentado uno algunas veces a distintos públicos, se nota muy bien cuando se ha sabido llegar hasta ellos. Simplemente, tratando de ser sencillo, pero cuidadoso con el lenguaje, preparando con mimo lo que se va a decir. Para mí, en el fondo, la literatura es siempre oral. Hasta cuando escribo, me gusta imaginar al lector oyéndome y próximo. Y los sueños, la fantasía, lo no trillado, lo cándidamente expuesto es fundamental para no aburrir y hasta para gustar. Aquí, en este blog, dejo estos cuentos y leyendas que he ido recogiendo en mis lecturas, porque me acompañan muy a menudo también cuando me pongo a escribir.

2 de diciembre de 2013

Senador Everett M. Dirksen


En mis entradas trato de ser breve, que no anda bien de tiempo la gente. A veces pienso luego que debería completar algo de lo dicho, atar algunos cabos sueltos. Como me ocurre ahora con el senador republicano de Illinois, Everett Dirksen, al que mencioné en Un político catalán. Dije allí que era un amante apasionado de las caléndulas, sin más. La verdad es que trató de que fuera nombrada flor nacional de los Estados Unidos, lo que no logró. Dirksen había nacido en Pekin (Pekin, Illinois) y muy poco después de su muerte, ocurrida en 1969, empezó a celebrarse allí un Festival Anual de Caléndulas en memoria suya. También la ciudad se ha otorgado el título de Capital Mundial de las Caléndulas. En más de una ocasión, el veterano senador, en medio de crispados debates políticos, rebajaba la tensión hablando a sus compañeros de esta flor singular. Todos se lo toleraban y seguramente se lo agradecían; estaba enamorado de una flor. Alfred Tennyson escribió que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo.

Su oratoria era rebuscada y florida, su voz grave y persuasiva. Era muy popular. Grabó cuatro álbumes de discursos y alocuciones sobre diversos temas y uno de ellos, Gallant men, estuvo en puestos altos de las listas de ventas y hasta ganó un Premio Grammy en 1968. Aparecía a menudo en los programas de televisión e hizo también algún cameo en alguna película. Era querido y respetado, tanto por los miembros de su partido como por los de la oposición. Murió al ser intervenido (se le practicó una lobectomía) por cáncer de pulmón, un poco después de mi vuelta a España. Ocupa un lugar destacado en mis recuerdos de aquellos años, para mí felices.

Otra puntualización. He hablado en este blog de cuentos y sueños y he copiado alguno de ellos. Naturalmente, esto lo puede hacer cualquiera con la simple intención de dar a conocer pequeñas piezas de literatura que pueden resultar nuevas para algunos lectores. Como cualquiera puede construir un blog; lo escribo yo y lo puedes hacer tú, lector. Lo único que querría apuntar es que cuentos y sueños han ocupado de siempre un lugar en mis escritos y en mis charlas.

En la próxima entrada me referiré a un cuento persa, bellísimo, que es el epígrafe, el inicio de uno de mis relatos, Mis antiguos encuentros con la Muerte. Y también a una ensoñación mía, desarrollada en la Bolonia del siglo XVI, que constituyó parte de una conferencia de hace ya unos años, sobre la formación del concepto de probabilidad. Para mí, los relatos, un género variablemente valorado a lo largo del tiempo, forman una parte sustancial e imprescindible de la historia de la literatura.

1 de diciembre de 2013

El ciervo escondido





Sigo sin saber por qué derroteros navegará este blog. No lo quería preocupado con temas de actualidad y ya me he referido a alguno de ellos, en una entrada sobre un político catalán. Claro que el problema no es nada banal y quizá ha entrado ya en esas vías de irracionalidad que privan a los humanos de la mejor parte de su cerebro.

Me gustan mucho más otros temas. Como el de los sueños en la literatura, del que también hablé, incitado por la lectura de un blog amigo. Del incierto y sutil entreverado de realidad y sueño trataba mi entrada El sueño de Pao Yu. Mucho más sencillo, y aún más inquietante, es el titulado Sueño de la mariposa, de Chuang Tzu, un filósofo chino del siglo IV a. C. Hay diversas versiones del mismo; usaré la recogida en la Antología de la literatura fantástica, de Borges et al. Es cortísimo: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. Lector, hay cuentos más cortos —quizá algún día hable de ellos—, pero te aseguro que son también bastante más simples.

En la literatura, a veces los cuentos se continúan, se complementan. En mi entrada Cuentos y Sueños, contaba yo aquella historia de un hombre de El Cairo, Yakub el Magrebí, que soñaba y completaba luego su sueño con el de otro hombre en Persia. Una obra absolutamente maestra de cuentos sucesivos, enlazados, es El ciervo escondido, escrito por Liehtsé, contemporáneo de Chuang Tzu y también de la escuela taoísta. Es un juego delicioso, perturbador e inquietante de alternancias entre realidad y ensueño, que llega a confundir, que es precisamente de lo que se trata:

“Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar al ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:

—Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.

—Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe de ser verdadero —dijo la mujer.

—Aun suponiendo que encontrara al ciervo por un sueño —contestó el marido—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:

—Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró al ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que os lo repartáis.

El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:

—Y ese juez, ¿no estará soñando que reparte un ciervo?”.

Lector, puede que yo ahora esté soñando que te cuento una vieja historia de Liehtsé sobre un ciervo y que todo esto sea sólo un sueño. Aunque también podría ocurrir que tú estés soñando que alguien te cuenta la historia de un ciervo. Como se dice en el cuento —para mí, es el clímax del relato—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de nosotros dos está soñando?