Ya dije que no me entiendo bien con mi blog. Me propone
temas constantemente y puede llegar a ser importuno. No quería hablar de
política por algún tiempo, pero me trae a la cabeza hechos e ideas que me obligan
a hacerlo; se trata de una parcela en la que la racionalidad y el sentido común
están a menudo ausentes. Tras las recientes elecciones, el Partido Popular está
contento con sus resultados y todos los demás esgrimen su justificación, banal
casi siempre. Uno de los líderes explica que habían salido “para ganar”,
aclaración seguramente innecesaria. Y todos afirman que han venido para
quedarse —siempre que lo dicten las urnas, se supone—, que el futuro es suyo, que lo mejor está por venir y
que pronto traerán la felicidad a la Tierra, ‘la delicada flor que la produce’.
Tenía la esperanza de que, pasadas las elecciones, los
temas, los argumentos y los eslóganes cesarían. Pues, no, todo sigue igual, como si
la campaña no hubiera terminado. Alguien protesta por el sistema electoral, que
le ha restado votos —se escogió así, como en otros países, para evitar una
excesiva fragmentación del Congreso—. Muchos no saben perder, les falta la
elegancia de aceptar la derrota. Hablaron a veces del “sabio pueblo español”, pero
ahora no repiten el piropo los perdedores; precisamente en una ocasión en la que
los votantes han actuado con sensatez, huyendo de extremismos, de novedades
viejas, de líderes engreídos y tenaces hasta aburrir. El español corriente —el
que, por definición, gana las elecciones—, no se dejó seducir por ciertos
populismos simples, para que nadie pueda reprocharle después: “Sabías que soy
populista. Si te has equivocado con tu voto, la culpa es tuya, por creerme”.
Alguien, de un partido casi nacido en un plató de TV, ha criticado, no
obstante, su desmedida presencia en los medios. Estamos llegando a un punto en
que la democracia podría ser sustituida por la ‘telecracia’. Otro habla de
“extirpar las malas hierbas”, en el partido, con lenguaje beligerante que recuerda
viejas ideologías y purgas. En cuanto se descuidan, se les nota de donde vienen.
Yo no sé si los españoles son sabios o no, pero lo son
más que estos políticos profesionales. Propongo una explicación demasiado
simple para ser del todo verdadera, pero que encierra algo de verdad: en los
círculos de la política activa, el ambiente es pasional y acrítico. Cuando los
líderes, recién derrotados ahora en las elecciones, acudían ante sus seguidores, se
oían voces de “presidente”, “sí se puede”, etc., negando la realidad. En
momentos así, la racionalidad y el buen sentido individual son reemplazados por
la emoción colectiva de pertenecer a un grupo, a un clan, lo que no deja de ser
una primigenia pretensión de ciertos seres humanos. El reverbero continuo de
las propias ideas, la dedicación total a hacerlas triunfar, el abandono de la objetividad
al juzgar los complejos entramados sociales, llevan a la pérdida de la perspectiva
y a un aislamiento intelectual empobrecedor y letal.
No ha llegado el merecido descanso. Los perdedores inician
sesudos estudios para analizar los resultados, cuando una evaluación imparcial
de sus programas, sus estrategias y sus líderes, los explicaría fácilmente. Las
soluciones que encandilan a las inocentes víctimas de una crisis, no se
implantan con el mismo vigor en el conjunto del cuerpo social. Cuando un
determinado líder, por su aspecto, por su conducta, por su agresividad, no es
visto como deseable Presidente de Gobierno por un alto porcentaje de españoles,
no hacen falta más indagaciones para explicar el fracaso.
Mis reflexiones se dan en el marco de un país, y hasta de
un mundo, en situación crítica, que demanda una óptica nueva para resolver sus
problemas. No es momento de indagar si son galgos o podencos. Tampoco para las
recriminaciones interminables, la exposición de agravios, la venganza por
conductas anteriores. Hace falta altura de miras para llegar a la formación de
un gobierno. Todo el mundo lo dice, pero son palabras escritas en el agua. Hay
que embridar los egos. Se tiene la desfachatez de vetar a quien ha sido
preferido por ocho millones de españoles, invocando errores y políticas que
sólo juzgándolas intencionadas e intrínsecamente malvadas justificarían un rechazo tan frontal,
que más bien revela una incompatibilidad personal por la que se castiga a una nación
entera. Kurt Schneider, psiquiatra alemán anti-nazi, autor de Klinische Psychopathologie, escribió que
la psicopatía es una anomalía de la personalidad por la que se hace sufrir a
los demás o sufre uno mismo.
He andado por algunos países y sus políticos eran algo
distintos a estos nuestros. No creo que haya que buscar las causas de las derrotas
en la ley de D’Hondt, o en la irrupción del Bréxit
en la campaña. Recomendaría a nuestros jóvenes políticos que se estudien,
que no se sitúen au-dessus de la mêlée,
que sean humildes y observadores, que no les ciegue su autosuficiencia. Leo que
Mónica Oltra pregunta, ¿por qué todavía los ciudadanos votan a presuntos
delincuentes? ¡Y yo que la quería, que estaba embrujado por su sonrisa
levantina y eterna, mucho más vital y feliz que la de la Gioconda!