Palabras clave (key words): novias de
Borges, Concepción Guerrero, Cecilia Ingenieros.
En ese otro mundo, el que existe y bulle fuera de los
libros, mi admirado Borges quizá no fue muy feliz. Una de sus frases más
repetidas fue el conocido lamento: “He cometido el peor pecado que uno puede
cometer; no he sido feliz”. Lo cité en mi entrada del 25/8/2015, fecha de su
cumpleaños, y escribí entonces: Estoy convencido de que era una pose, una
ironía borgiana. Bastaba mirar su cara, ya de ciego, para comprender que no era
verdad. Me basaba en sus propias palabras; dijo una vez que se sentía más feliz
de mayor que de joven. Y también: “He observado que la belleza, como la
felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el
paraíso. […] Uno debe ser feliz, no por uno mismo, sino por las personas que lo
quieren”.
Pero puede que yo no sea objetivo; me conmueve y perturba
la idea de que no gozara de esa felicidad que merecía por tantas razones.
Escrutar la felicidad, en la vida de Borges o en la de cualquier ser humano, no
es tarea fácil y no lo voy a hacer yo, en una entrada de blog. Como estoy
convencido de que aquella depende en buena medida de eso que llamamos amor, en
sus variadísimas formas y variantes, me limitaré a explorar este aspecto,
espigando en entrevistas y noticias aportadas por sus biógrafos. Alguien ha
dicho de él, que fue un enamoradizo compulsivo y, según su eterno amigo Adolfo
Bioy Casares, hubo una profusa lista de mujeres a las que amó y persiguió. De
las que se podrían calificar de ‘novias’ escogeré seis: Concepción Guerrero,
Cecilia Ingenieros, Estela Canto, María Esther Vázquez, Elsa Astete Millán y
María Kodama (las dos últimas, también esposas). Otras menos pertinaces fueron
Silvina Bullrich, Daly Nelson, Beatriz Babiloni, Pipina Diehl, Haydée Lange,
Ulrike von Kuhlmann, etc.
La primera, Concepción Guerrero, fue un amor casi de
adolescente. Borges la conoció con veintidós años, al volver de la larga
estancia con su familia en Europa. En cartas a Jacobo Sureda, un amigo
mallorquín, cuenta que se enamoró de ella “totalmente, idiotamente” y la
describe como “ una niña pobre, muy hermosa, hija de padres andaluces […]
Cuando yo la abrazo, ella se estremece”. Conchita tenía dieciséis años, ojos
negros y una gran trenza negra. A principios de 1923 los Guerrero autorizan a
Borges a visitarla en su casa; él piensa volver a Ginebra, terminar el
bachillerato y regresar a Buenos Aires para casarse. Hace ese nuevo viaje, que
dura casi un año, y regresa a casa de los Guerrero y a las citas con Conchita;
la relación se va enfriando y Borges decide romper. Es quizá el primer fracaso:
no cuenta, son los dos muy jóvenes.
Pasan bastantes años y en 1939 conoce a Cecilia
Ingenieros una bella bailarina, esbelta y de facciones lánguidas, con la que
inicia un trato que dura entre 1941 y 1943. “Yo estaba perdidamente enamorado
de ella y las cosas marchaban bastante bien. Juntos planeamos un viaje a
Europa. Nos casaríamos allí; esa era la idea”. Sin embargo, todo cambia en un
momento y la felicidad se esfuma. El escritor se refirió en dos ocasiones a ese
final doloroso, con detalles algo diferentes y quiero conservar sus palabras.
Ella lo citó en la confitería St. James, cerca de la casa de Borges y le dijo:
“Dentro de dos semanas me voy a Europa”. “Nos vamos, querrás decir”, la corregí
yo. “No, me voy sola. He decidido no casarme con vos”. Y allí se acabó el
noviazgo.
En otra versión, Borges cuenta que ella lo había
convocado para anunciarle su casamiento: “Quiero decirte algo que vas a oír de
todos modos, pero quiero que lo oigas primero de mis labios: me he comprometido
y voy a casarme”. Cecilia se fue a
EE.UU. a estudiar con Martha Graham y a su vuelta forma una compañía que
empieza a presentarse en los teatros de Buenos Aires, sin afán de lucro,
abriendo un nuevo camino para la danza argentina, que continuaría varios años
más tarde en el Teatro San Martín. Luego se casó y dejó el baile para dedicarse
a la egiptología.
Así terminó su segundo noviazgo, aunque conviene señalar
que en muchos de los “noviazgos” que cosechó Borges, sus novias no los vivieron
como tales. Fue el caso de Cecilia Ingenieros. Es verdad que de estas cosas se
cura uno, pero no sin sufrir; especialmente en el caso de Borges, que empezaba
a tener serios problemas de vista, que le llevaron a la ceguera total a los
cincuenta y pocos años. En plena segunda guerra mundial, tampoco el mundo era
demasiado agradable, como sucede a menudo. Para entonces Borges es ya un
escritor de creciente prestigio, lo que tampoco ayuda mucho en estos casos.
Cecilia fue quien propuso a Borges el tema de Emma Zunz, relato de una venganza ejecutada a través de una falsa
violación. Él la escribió para complacerla.
(continuará)