Leo en la prensa las palabras de una buena monja en un
acto de la campaña electoral para el municipio de Barcelona. Y se trasluce un
cierto rechazo del cronista frente a su intervención, que no acabo de entender
del todo. Es verdad que la monja es dominica y quizá no dedica demasiado tiempo
a la contemplación; es verdad que la monja es argentina de nación, lo que no
empece sus éxtasis al reclamar una Cataluña libre e independiente; es verdad
que la citada monja se autocalifica de ‘monja cojonera’, signifique eso lo que
se quiera; es verdad que se declara también enamorada de Artur Mas, el actual
presidente de la Generalitat y hombre casado. Todo eso es verdad.
¿Y qué?, me pregunto. La monja en cuestión, Sor Lucía
Caram de nombre, ¿es que no puede extasiarse con lo que sea y enamorarse de
quien quiera? O la querrían sus críticos siempre enfrascada en cánticos y
rezos, en el coro de su iglesia conventual eternamente. Los tiempos han
cambiado, no son los de antes. La citada monja ejerce una labor humanitaria digna
de aprecio y alabanza en la ciudad condal. Es verdad que labor parecida la
ejercitan cientos de miles de españoles y españolas, en los tiempos actuales y
en otros, sin necesidad de andar incordiando a la ciudadanía y sin pensar que
el hecho de hacer alguna cosa buena les autorice a cualquier clase de
impertinencia.
Ni siquiera los tiempos de antes eran como antes. Hubo
una famosa monja alférez, Catalina Erauso, nacida en San Sebastián en el año
1592, que en América, y ocultando su sexo, participó en bastantes guerras de
conquista y fue promovida al empleo de alférez. No diré nada más, porque su
caso es sobradamente conocido.
Y en mi mismísimo pueblo, en el 1617, hubo una novicia,
en el convento, también de dominicas, de la Coronada, de nombre Magdalena
Muñoz, de veintidós años, que según cuenta Fray Agustín de Torres, “era mujer
varonil y echaba mano de la espada y disparaba un arcabuz y hacía otras cosas
de hombre”. Trabajaba de ‘granera’ (encargada del grano) en el convento, en
tareas que demandaban gran esfuerzo físico. Es muy poco conocida, pero la
traigo aquí porque vivió en mi país, en mi nación, que es Úbeda. Por no citar
otros casos de los que quizá hable otro día.
Quiero decir, resumiendo, que Sor Lucía Caram es, a mi
juicio, muy libre de enamorarse de quien juzgue merecedor de tan extendida y banal
devoción. El amor es ciego, se perora con razón, esta monja usa gafas... Con
tal combinación, está claro que puede enamorarse perfectamente del muy
honorable Artur Mas e incluso, si fuera ciega del todo, de Oriol Junqueras. Sor
Lucía lo mismo enseña a preparar unas croquetas en la televisión que fabrica
crucigramas de ambientación bíblica. Su amor a Mas, ¿será la causa última, el
motor, de su portentosa actividad? Se conoce de antiguo la virtud ergogénica de
esa pasión irrefrenable.
Es que todo el mundo tiene su corazoncito. Me llegan unos
versos, dedicados a Artur Mas, que podrían ser escritos por la mentada monja, imitando
algo a otros de don Francisco de Quevedo y Villegas. Los copio:
Te vi en un mitin y quedé transida,
como si todo se tornase en nada,
como si el mundo no tuviera vida
cuando tú callas la consigna alada,
esa que un ángel te dejó prendida
en la suave luz de una alborada.
Yo era monja ya, e iba vencida
por la dura y áspera jornada.
El encontrarte fue la presentida
llamada del pastor a la manada.
Monja soy, Mas mío, enternecida;
monja seré, mas monja enamorada.