Los españoles
que se extasían con las victorias de nuestros campeones mundiales de motos,
harían mal en creer que esta supremacía deportiva de compatriotas es algo
único y moderno. Jorge Lorenzo, Marc Márquez, Dani Pedrosa son sólo los continuadores
de hazañas realizadas por hispanos de otras épocas. En los días de la antigua
Roma, en el siglo II concretamente, un hispano fue el triunfador indiscutible,
durante muchos años, en las carreras de carros circenses. Me estoy refiriendo,
como todo el mundo habrá adivinado, a Cayo Apuleyo Diocles.
Las carreras de
carros llegaron a ser muy populares entre los romanos. Había diversas
categorías, como ocurre ahora con las de motos, según el número de caballos del
tiro; los carros tirados por dos eran llamados bigas, los de tres, trigas, los
de cuatro, cuadrigas, etc. En alguna parte veo el resultado de una carrera con
siete caballos en línea. Podía llegarse hasta los diez caballos.
Correr una carrera
de carros era agitare y los
conductores eran llamados agitatores o
también aurigas, la palabra griega
equivalente. Llegaron a ser personajes famosos, receptores de envidiables
ganancias, admirados y venerados por el público. Primitivamente, la palabra
auriga designaba a los esclavos de máxima confianza que conducían los carros de
los comandantes militares. Luego se aplicó a cualquiera que condujera un carro.
En la obra de E. K. Guhl, The life of the Greeks and Romans
described from Antique Monuments, leo que los aurigas griegos
corrían desnudos, mientras que los romanos lo hacían con una túnica corta
ajustada al cuerpo.
Parece que con
esta misma palabra se designaba también al esclavo que sostenía la corona de
laurel en los famosos ‘triunfos’ romanos y estaba encargado de susurrar de vez
en cuando al general victorioso estas sabias palabras: “Recuerda que eres sólo
un hombre”. Para represar su posible soberbia, para que no se acostumbrase
demasiado al honor y la gloria, caprichosos y fútiles. Inapreciable consejo.
Quizá hasta podría haberle dicho: “Recuerda que eres sólo un pobre hombre, un ser condenado a muerte”.
De Diocles han
llegado hasta nosotros dos informes epigráficos; dos lápidas, una procedente de
la misma Roma y otra de Praeneste (la actual Palestrina). Por ambas sabemos que
era español, de la provincia lusitana —natione
hispanus lusitanus, dice la romana—,
probablemente de Emérita Augusta, aunque ninguna señala el lugar concreto del
nacimiento. Nació el año 104 d. C. y abandonó el deporte hacia el 146, con
cuarenta y dos años. Había obtenido 1462 victorias y había llegado a ganar
treinta y cinco millones de sestercios. Sus compañeros y admiradores erigieron
un monumento en su honor en las cercanías del circo de Calígula (cerca del
Vaticano actual), en donde había corrido y vencido tantas veces. En estas
carreras había cuatro bandos o factiones,
cada una con su color distintivo, que eran verdaderas empresas con enormes
capitales invertidos en caballos, carros, sueldos, etc. Eran la blanca, la
verde, la azul y la roja. Diocles perteneció, cómo no, a la roja.
Se retiró
Diocles a tiempo, según mi parecer, y vivió alejado de la gran Roma, en
Praeneste, disfrutando de su inmensa fortuna, de su familia y de sus recuerdos.
Allí murió, dejando un hijo y una hija, Cayo Apuleyo Nimfidiano y Nimfidia, que
le dedicaron una estatua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario