Palabras clave (key words):
Templo de Hera Lacinia, Capo Colonna, desolación, Agrigento
El corazón
humano es caprichoso y también certero. Tiene sus razones propias; se apasiona
y burbujea en el pecho por motivos que no aparecen claros al entendimiento. Yo
diría más bien, que fuerzan al entendimiento a esclarecerlos. Cuento esto tras
haber leído el relato de un viajero francés del siglo XIX en Calabria y ver
después una foto que me ha conmovido profundamente, que me ha hecho pensar. He
visto ruinas de muchas clases en diferentes países; sé que hay ciudades
antiguas que ni siquiera podemos localizar, que no se sabe dónde estuvieron…
Aun así, lo que muestra la foto es, para mí, mucho más desolador e inquietante.
Se trata de lo que queda del templo de Hera Lacinia, en Capo Colonna (cabo de
la columna), en la Calabria italiana.
Hasta el siglo
XVI este cabo se llamaba “Capo delle Colonne” —antes de que hubiera allí templo
alguno, su nombre era Lacinion—, porque, si hemos de creer a otro viajero de
esa época, todavía quedaban cuarenta y tres columnas en pie. Las columnas eran
de estilo dórico, de unos ocho metros de altura y las derribaban para
utilizarlas en otras construcciones. El
templo fue construido a finales del siglo VI a. C. , en lo que se ha llamado la
Magna Grecia. En 1638 ya sólo quedaban dos columnas y una de ellas fue derruida
ese año por un terremoto. Ahora queda una y, como dijo un rústico del lugar: E col tempo anche questa caderà.
Te das cuenta, lector,
sólo una columna. Ella sola, arañada por el viento, roída por el tiempo, da una
idea, por remota que pueda ser, de lo que fue el templo. Se conserva bella,
altiva, representante del supremo arte griego, testimonio de la vulnerabilidad
de las obras humanas, a la orilla misma de un mar azul intenso, como de zafiro
fundido. Tal vez es una prueba de la determinación de la diosa de no abandonar
el lugar donde fue adorada y honrada durante siglos. Y sirve como señal a los
pescadores que se buscan trabajosamente la vida en estas aguas no siempre
calmas.
Si esa columna
cae, por la razón que sea, ningún viajero encontrará ya nada que estimule su
imaginación; tendrá que recurrir a las enciclopedias o a los museos… y no es lo
mismo. Yo no siento la necesidad incoercible de descubrir ninguna de las
ciudades que se han perdido. Pero conservar esa columna sí me parece que me
concierne. Porque no es sólo la columna. Es toda la melancolía que despierta,
las enseñanzas que revela, lo aleccionador de su presencia. Contemplar esa
imagen es conocer lo que es la vida, lo que nos aguarda a todos, es descubrir
la urdimbre del tiempo y la terrenidad.
No sé si me
hago entender. Lector, te muestro otra foto de otro templo, también atribuido a
Hera, en el Valle de los Templos, en Agrigento, en Sicilia. En ella se puede
ver todavía lo que fue la fábrica original, se adivina claramente su
estructura. Nada de eso ocurre con esa columna aislada que nos habla de destrucción
sin límites y sugiere los peores augurios. El sentimiento de que esa columna
está llamada a desaparecer, que sucumbirá indefectiblemente un día, del que
sólo falta la fecha, es lo que prevalece aquí y es una emoción triste y
desesperanzada. Por eso conmueve tan sin descanso.
Otro día te
hablaré de lo que fue ese viejo templo condenado a desaparecer del todo, ese
templo del que sólo queda una columna.
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