Palabras clave (key words):
Kantrowitz, Yalow, Berson, Glick, radioinmunoanálisis (RIA).
En mi entrada del cuatro de febrero de este año,
mencionaba yo, muy de pasada, al doctor Adrian Kantrowitz, que realizó un
trasplante de corazón a un niño en Nueva York, el seis de diciembre de 1967,
tres días después de que Barnard hiciera el primero en el mundo. Querría ahora
extenderme algo más, porque se dio la circunstancia de que yo estaba entonces
en el centro médico neoyorquino en donde se hizo la operación y viví un poco
aquello. También porque Adrian Kantrowitz fue un personaje excepcional en más de
un sentido. Como contaba en mi entrada de febrero, todavía me embarga la
alegría y el pasmo de haber rozado en mi vida a gente verdaderamente admirable.
Para hablar de Kantrowitz tengo que hablar antes de
Solomon Berson y de Rosalyn Yalow. Yo funciono así, lector. Hablar de alguien,
refiriéndose a él desde el principio, eso lo puede hacer cualquiera; yo
necesito demorarme, perderme y recorrer antes algunos vericuetos, que creo que
son amenos. Fíjate de quiénes voy a hablar: Yalow fue premio Nobel en 1977, la
segunda mujer en recibir un Nobel en Fisiología o Medicina. Berson no pudo
serlo, porque murió inesperadamente en 1972, con cincuenta y tres años, de un
infarto masivo en Atlantic City, durante un congreso de la Federation of American Societies for Experimental Biology, y los
premios no se dan póstumamente. Al recibir el preciado galardón, Rosalyn Yalow
dijo que su única pena era que él no estuviera vivo para compartirlo. Habían
trabajado juntos casi toda una vida. También me apena a mí todavía su mala
suerte y había hablado con él una sola
vez.
¿Y por qué tengo que referirme a Yalow y Berson? Pues
porque por ellos llegué yo al hospital donde estaba Kantrowitz, el Maimonides Medical Center. Ellos habían
inventado, tras años de investigaciones fundamentales, el radioinmunoanálisis
(RIA), una técnica que revolucionó la cuantificación de muchas sustancias
biológicas, presentes en muy pequeña cantidad en el organismo. Eso permitió
estudios que eran irrealizables hasta entonces. Luego vinieron otros
procedimientos relacionados, FIA, EIA, etc. y se aplicaron al estudio de virus,
fármacos, anticuerpos, etc. Casi cualquier molécula puede ser investigada y
cuantificada con estas técnicas, lo que posibilitó estudios inimaginables hasta
entonces.
Yalow y Berson, que jamás quisieron patentar su
descubrimiento, trabajaban en el Veteran
Administration Hospital, en el
Bronx. Yo estaba en otro hospital, digamos más grande o conocido, para no
molestar a nadie. A pesar de todo, a última hora, casi sin tiempo, quise ir allí. Hablé por
teléfono con el Dr. Berson y me confirmó que era imposible, no tenían ni una
plaza libre. Pero el doctor Seymour Glick, que con Jesse Roth había trabajado
con ellos durante cierto tiempo y continuaba con sus investigaciones, estaba en
un Servicio dependiente del Maimónides. Y allí sí pude ir. Y en el Maimónides
operaba Kantrowitz, al que sólo vi alguna vez, naturalmente.
No soy un admirador fácil. Pero cuando admiro, lo hago
sin reserva, sin límites. Digo en broma que podría dedicarme a lustrarle los
zapatos a mis admirados cuando quisieran, cuantas veces quisieran. Se harían
famosos por el brillo cegador de su calzado. Siempre pienso eso. No creo en la
transmigración, pero me preocupa esa tendencia mía, esa pasión irrefrenable por
limpiarle los zapatos a las personas que admiro. Hay un día de la semana,
variable, en que finjo creer cosas en las que normalmente no creo. Esos días me
pregunto, ¿habré yo vivido alguna vida anterior haciendo de limpiabotas? No lo
sé, la verdad; si me entero, lo contaré enseguida.
(continuará)
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