Palabras clave (key words): Jacques de
Brézé, Souillard, Relais, Delta, Newton, Diamond.
Los perros que han pasado a la historia, por unas u otras
razones, son casi infinitos. Hablaré sólo de unos pocos, algunos relacionados
con la realeza. Ya vimos en la entrada anterior que un perro, Saur, fue rey, él
mismo, en el país de Dromtheim.
Jacques de Brézé (1440-1494), gran senescal del rey Luis
XI de Francia, se casó con Charlotte de Valois, que era hija bastarda de Carlos
VII. Escribió un poema de cincuenta versos en honor del perro favorito del rey,
Les dits du bon chien Souillard (Los dichos del
buen perro Souillard). Este perro era bastante peculiar e inmodesto y se
presenta: Je suis Souillard, le blanc et le
beau chien courant, / de mon temps le meilleur et le mieux pourchassant... (Soy el blanco y bello perro corredor, / en mis tiempos
el mejor y más rápido perseguidor…).
Este gran senescal tuvo poca suerte en algunas cosas. Su
mujer era hija bastarda, de lo que se deduce que su suegra fue algo alegre,
aunque montárselo con un rey puede tener toda clase de excusas. La hija salió a
la madre; también es posible que el senescal, entre la caza y la literatura,
descuidara otros menesteres. Estos asuntos son difíciles de juzgar. El hecho es
que el 31 de mayo de 1477, en una cacería, después de cenar, el senescal se
retiró a su habitación y su mujer, Charlotte, que seguramente se había aburrido
todo el santo día con la dichosa caza y estaba interesada en otras artes,
invitó a un tal Pierre de la Vergne, un gentilhombre de Poitou, a su cámara
privada, para oír unos discos. Bueno, no había discos entonces…, lo invitó para
lo que fuera. Y Pierre, que quizá no había cobrado pieza en la caza ese día, se
dijo “esta es la mía”. Bueno, en realidad, era la de otro, pero esto puede
olvidarse a veces con cierta facilidad.
El maître d’hôtel —siempre hay acusicas en estas lides— se lo dijo al
marido y este cogió su espada, se fue al dormitorio de su cónyuge y allí mató a
Pierre. Charlotte huyó a la habitación de los hijos, pero el senescal la sacó
de allí y le hundió la espada en el pecho, mientras ella pedía por su vida de
rodillas. Venganza excesiva, inútil, cruel y estúpida. Siempre. El senescal fue
condenado a muerte, aunque su pena fue luego conmutada por una enorme multa de
100.000 ducados. Más suerte tuvo su hijo mayor, Louis de Brézé, que se casó con
Diana de Poitiers, en 1515, mucho más joven, y fueron leales el uno al otro
hasta la muerte del marido. Este negoció la boda del príncipe Henry con
Catalina de Medicis y luego su viuda, Diana, formó con ellos un triángulo, que es como
más distraído. Henry luchaba en dos frentes, lo que quizá le frenara en la
búsqueda de más romances, y Catalina y Diana se ayudarían mutuamente para
aguantar al ya rey. Una solución muy ensayada en todos los tiempos.
Todo esto vino por lo del perro Souillard. El rey Louis
XII también tuvo su perro favorito, Relais, que le había sido regalado de
cachorro, cuando era duque de Orleans. Francia entera fue testigo de las
hazañas de este animal, terror de todas las bestias a las que dio caza. “Il marchait comme un général à la tête de tous les autres […] il était
chéri de tout le monde et surtout de son roi qui lui fit l’honneur d’être son
historiographe”. O sea, el propio rey
escribió la historia del perro, fue su biógrafo.
Un descendiente de este perro, con el mismo nombre,
Relais, acompañó a su dueño, el mariscal de Gié, en su peregrinación a Santiago
y se perdió a la vuelta. Una tarde, cuando el mariscal había ido según su
costumbre a socorrer a sus vasallos pobres, lo vio en el camino y el pobre
perro murió de alegría al reencontrar a su dueño.
Tantos perros de los que hablar. En las excavaciones de
Pompeya, se encontró a uno, de nombre Delta, abrazando a un niño, como
protegiéndolo. En su collar se leía que le había salvado ya antes la vida en
tres ocasiones.
Newton quería mucho a su perro, Diamond, y contó a un
amigo que el perro le había ayudado a formular dos teoremas en una sola mañana,
aunque uno tenía un error y el otro una excepción. O sea, que el perro ayudaba,
pero se equivocaba. Claro que también pudo ser Newton el que se equivocó y le
echó la culpa a Diamond. Et cétera...
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