Palabras clave
(key words): Bomarzo, Georg von Frundsberg, Cola di Rienzi, Gil de Albornoz.
Confesé ya otra veces que no tenía, al empezar
este blog, ningún plan o programa preconcebido con obligación de cumplirlo.
Tampoco lo he tenido después. Lo que no quiere decir que no haya una cierta
estructura en su desarrollo, alguna escondida lógica que explique la secuencia de
las entradas del mismo. En general, derivan de mis lecturas del momento y otras
lecturas más antiguas a las que aquellas me remiten.
Estoy releyendo —ahora, como le sucede a
otras personas de mi edad, releo más que leo, porque me interesa poco la
literatura contemporánea— una extraordinaria novela de Manuel Mujica Láinez, Bomarzo y aquí tengo que intercalar una
muy sentida recomendación al lector, por la que pido disculpas: Si no has leído
esta novela, deja lo que estés haciendo, abandona tu casa y tu familia —bueno,
tal vez esto no sea absolutamente necesario— y vete a la librería más próxima a
comprarla o robarla, si estás apurado.
Durante el famoso saqueo de Roma por parte de
tropas españolas y alemanas, en 1527, el Papa Clemente VII pudo huir desde el
Vaticano al castillo de Sant’Angelo por corredores secretos. En la novela se
cuenta que también huyó después del castillo hasta Orvieto “disfrazado de
buhonero, con un solo acompañante”, gracias a la ayuda del cardenal Pompeyo
Colonna. La situación era como para huir, porque al mando de las tropas
teutonas venía Georg von Frundsberg —luterano, para quien el Papa era la
encarnación del mal y el verdadero Anticristo— “blandiendo una soga con la que
juraba ahorcar al vicario de Cristo”. El irascible perseguidor murió de una apoplejía
y no pudo culminar su inocente propósito. Así es la vida, llena de
frustraciones.
La novela de Mujica es de las históricas, lo
que obliga a ser extraordinariamente cauto a la hora de creerse las cosas que
se narran en ella. El autor fue persona muy culta y las inexactitudes en su
obra no derivan de ignorancia de los hechos, sino de su intención estética y su
designio de relatar la historia de una determinada manera. Lo cierto es que Clemente
VII no huyó del castillo de Sant’Angelo, que dicha fuga no existió. En la
realidad los acontecimiento fueron como reseño a continuación.
Las habitaciones destinadas al papa y a los
cardenales estaban en el segundo piso del castillo y su custodia, educada,
respetuosa, fue encargada a veteranos españoles venidos de Nápoles, al mando de
Hernando de Alarcón. Había una gran preocupación por evitar cualquier evasión,
por las funestas consecuencias que podrían derivarse para los propios evadidos,
si caían en manos de tropas imperiales sin control, enzarzadas en el saqueo de la
ciudad. Sólo el cardenal Trivulzio intentó escaparse, disfrazado de mercader,
pero fue interceptado y reducido sin ulteriores represalias.
No hubo fuga del Papa. Clemente VII abandonó
Sant’Angelo sólo tras firmar los pertinentes acuerdos con el emperador. Sí es
verdad que salió de incógnito, mezclado con los capitanes españoles, para
evitar ser reconocido por los lansquenetes, que no habían recibido aún su
soldada y estaban muy agresivos. Pero huyó mediante trato pactado con el Príncipe de
Orange, perfectamente conocido y avalado por Carlos V.
De manera parecida, cuenta Mujica, había
intentado huir doscientos años antes Cola di Rienzi, con ropas de faquín y un
colchón sobre la cabeza, pero fue reconocido por el brazalete de oro que
llevaba. Y aquí ya surgió una de esas oscuras asociaciones que vertebran este
blog. Porque Cola di Rienzi tuvo relación con un cardenal español que me es próximo:
he comido su pan y he bebido su vino. Hablo de Gil de Albornoz, fundador del
Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia —la dotta, la grassa, la rossa—, en el que pasé algún tiempo de mi
juventud. Los dos personajes son del siglo XIV y tengo que hablar de ellos en
otra ocasión. Aviso ya de que no hay que confundir a este Albornoz con el
también cardenal Gil Carrillo de Albornoz (1579-1649), hombre de confianza de
Felipe IV y Gobernador unos años del Milanesado.
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