Hay algo que deslumbra al ser humano en las bibliotecas.
De algunas, como la de Alejandría, sólo perdura el asombro, el tremor del
nombre; su destrucción fue tan repetida y total que ni puede ubicarse con
certeza su emplazamiento. Otras tienen una antigüedad de unos pocos siglos y
almacenan sus tesoros, los incunables y manuscritos, en salas innumerables,
verdaderas joyas arquitectónicas. Las más recientes ocupan altos, enormes y
audaces edificios, llenos de luz. Parece como si el hombre tuviera una clara
conciencia de la gran importancia de los libros y buscara sedes monumentales
para albergarlos y protegerlos. Entre tantas, me referiré sólo a tres, en
varias entradas.
La primera de la que quiero hablar es insólita, harto conocida
entre los interesados por la literatura y cierta clase de metafísica. Nació en
1941, en un rincón oscuro y pensante; me refiero a esa área indefinida del
cerebro, sepultada en la cripta craneal y espléndidamente capaz de crear. La
elaboró un poderoso escritor argentino, Jorge Luis Borges, y la llamó
Biblioteca de Babel. Tiene la particularidad de que se corresponde con el
Universo, de ser el Universo; se la puede nombrar de las dos maneras.
Se compone de un número indefinido —tal vez infinito,
aclara su creador— “de galerías hexagonales con vastos pozos de ventilación en
el medio, cercados por barandas bajísimas”. No escribe cámaras o recintos, sino
galerías, porque los hexágonos están conectados entre sí y son, sólo en cierto
sentido, subterráneos. No aclara si los hexágonos son regulares, los pozos de
ventilación están “en el medio”. No escribe centro, lo que implicaría la
regularidad del hexágono, o centroide, que supondría la irregularidad. Quizá
deliberadamente, no da pistas. Seguramente se trata de hexágonos regulares ya
que esta figura geométrica, junto al triángulo y el cuadrado, tiene la
ventajosa propiedad de cubrir, teselar, el espacio, sin superposiciones y sin
vacíos.
Debo simplificar, porque si no, no acabaría nunca. En
cuatro de los seis lados del hexágono, se dice que hay anaqueles llenos de
libros, cinco en cada lado. Un quinto lado del hexágono comunica con otro
hexágono, exactamente igual al primero y a todos. Hay un “angosto zaguán” entre
ambos —la racionalidad y la geometría demandan que su área provenga, sea
sustraída, de ambos— con dos gabinetes minúsculos en los extremos; uno permite
dormir de pie y el otro satisface las necesidades fecales.
Una lectura poco atenta podría suscitar la pregunta que
un día me asaltó a mí: ¿Qué hay o se guarda en el último lado del hexágono, el
que se silencia? No podía concebir que Borges olvidara ese lado libre y pensé
que el escritor buscó una cierta inconcreción en su descripción para despistar
al lector, para que no reparara en este olvido, que no puede ser casual.
Intrigado por el misterio de ese lado estéril, y lo que pudiera ocultar, me
fijé en algún detalle más. Unos párrafos más adelante, Borges escribe: “a cada
uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles”. Y ya no dice
que sólo cuatro muros están cubiertos de libros; prescinde de esa exactitud
minuciosa, tan querida por el argentino.
Leyendo después con más cuidado, se desvanece este
misterio, aunque persistan otros arcanos y dudas. El lado de cada hexágono, que
comunica con otro, reclama otro igual en el segundo para la conexión. Hay,
pues, un lado de salida y otro de entrada, porque todos los hexágonos, sin
excepción, están conectados entre sí; no hay ninguno con una conexión sola, que
pudiera considerarse inicial. Todos son iguales y tal vez eternos; pueden
crecer indefinidamente, multiplicarse sin tregua. Su número debe de ser
infinito, aunque esto no se afirma decididamente.
Cada anaquel, prosigue Borges, encierra 32 libros de 410
páginas, de 40 renglones y unas ochenta letras de color negro. Esa es la
descripción de un libro moderno, no se trata de rollos de papiro, ‘becerros’,
etc. Miro en mi biblioteca un libro de esas páginas, con tapa dura, y no llega
a una anchura de 4 cm. Así, los 32 libros ocuparían 128 cm (1.28 m). Un
hexágono de ese lado, aplicando la fórmula A=
l^2* 3*SQR(3)/2, [SQR quiere decir square
root, raíz cuadrada], tendría un área de 4.26 metros cuadrados, a los que habría que
restar el vacío del pozo de ventilación, que no puede ser pequeño, ya que un
hombre de la biblioteca afirma: “Muerto, no faltarán manos piadosas que me
tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable”. Para un tamaño del
pozo de al menos 80 cm de diámetro, el espacio habitable del hexágono sería
escaso, un pasillo circular de 88 cm de anchura en los vértices y 71 cm en el
centro de los lados (apotema); eso, sin contar la profundidad de los anaqueles.
La claustrofobia resultaría intolerable, alienante.
(continuará)
(continuará)
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