Amigos
lectores, en una reciente conferencia sobre Mujeres
que reescribieron el Quijote, prometí a los asistentes incluir en mi blog
un breve esquema de la misma, para que tuvieran por escrito algunos datos mencionados. Trataré de cumplir mi compromiso y haré una sucinta crónica. Ya
fue difícil resumir el tema en la ocasión y hacer ahora un resumen de
aquello (un resumen del resumen) lo es mucho más, pero lo intentaré.
Empecé
recabando mi derecho a cualquier digresión, confesando, quizá con algún gracejo,
que jamás he tolerado que el título de una charla se interponga entre lo que quiero decir y
el público. Siempre me he permitido divagar un poco, sin alejarme demasiado
del tema propuesto. Mostraré aquí sólo algunas de las diapositivas; la primera,
una lista de las cien mejores obras literarias de la historia, elaborada por escritores famosos, algunos premios Nobel. El primer puesto es para el
Quijote y, en séptima posición, hay ya una obra escrita por una mujer, Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.
Vino enseguida
mi primera digresión. Quise hablar del primer autor literario conocido, que no
fue autor, sino autora: una sacerdotisa sumeria de nombre complicado,
En-hedu-Ana, hacia el año 4300 a. de C. Lector, no diré nada más sobre ella,
pero con el nombre y cualquier buena enciclopedia —también, por supuesto,
Wikipedia— podrás encontrar detalles sobre su vida y obra. Copio unos versos
suyos.
Otra breve
digresión: me referí al libro de Harold Bloom, de 1990, El
libro de J, en el que postula que los textos más antiguos del
Pentateuco fueron también obra de una mujer, que
vivió en los tiempos de los reyes David y Salomón, hacia el siglo X a. de C. Todo ello
basado en la llamada ‘hipótesis documental’ que proclama la autoría múltiple
del escrito bíblico, formulada, entre otros, a finales del siglo XIX por Julius Wellhausen (1844-1918).
Dediqué medio minuto, como curiosidad, a la
tesis del inglés Francis Carr que afirma que el Quijote no fue escrito por
Cervantes sino por el inglés Sir Francis Bacon; tan disparatada que no merece
más comentarios, salvo señalar que por su propia extravagancia puede deslumbrar
y arrebatar a cierto tipo de espíritus.
Orillando ya el tema de mi charla, hablé
brevemente de un movimiento literario, del siglo XVII francés, al que pertenecen novelas pseudohistóricas, de ambiente galante y romántico, que permitían a los lectores contemporáneos echar
una mirada sobre las vidas de personajes importantes de la sociedad del momento
(cumpliendo una misión análoga a la de las modernas revistas del corazón). Distinguidos
miembros de la aristocracia francesa, especialmente parisina, aparecían,
levemente modificados, como soldados y doncellas persas, griegos y romanos,
pero seguían siendo reconocibles. Esta literatura tuvo gran auge entonces y sirvió para
enloquecer a los Quijotes femeninos que surgieron después. Esta distinción
es fundamental: en el Quijote cervantino lo que causa la locura del caballero es la
lectura de los libros de caballerías, mientras que en los Quijotes femeninos posteriores
la atención se dirige hacia esos romances heroicos franceses del XVII y, más
tarde, a novelas y dramas ingleses del XVIII.
En Francia, quizá la escritora más
conocida del género fue Madeleine de Scudéry (1607-1701), algunas de cuyas obras fueron muy populares. Especialmente, Clélie
(1654-1660), en diez volúmenes de unas ochocientas páginas cada uno, o Artamène
ou Le grand Cyrus (1649-1653), en doce. La propia Scudéry aparece en Artamène
como Safo, el nombre por el que la conocían sus amigos. También hay autores
masculinos en este apartado, como Gauthier de Coste, Michel de Pure, Antoine
Furetière, Pierre Marivaux, etc.
(continuará)
(continuará)
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