Palabras
clave (key words): María Esther Vázquez, Delia Ingenieros, Elsa Astete Millán.
La cuarta de las mujeres de Borges fue María Esther
Vázquez, a la que conoció cuando ella tenía veinticuatro años, y con la que
también quiso casarse. Borges ya no veía y doña Leonor, su madre, de ochenta y
cinco años, había empezado a buscarle pareja, para no dejarlo solo después de
su muerte. La joven entró a trabajar en la Biblioteca Nacional en 1957 y pasó a
ser su secretaria y lectora. Cuando lo conocí, me pareció tan viejo como las
pirámides, escribió ella. Emprendieron juntos dos proyectos: una revisión del
libro sobre literatura germánica que Borges había publicado con Delia
Ingenieros en 1951; el otro era una breve introducción a la literatura inglesa.
El escritor creía que la boda iba a celebrarse. Leo que “en general, se
consideraba que María Esther Vázquez había sido complaciente con Borges”.
Ignoro qué clase de complacencias, pero Borges le propone casamiento en 1964 y,
como otras veces, es rechazado.
El escritor, espléndidamente dotado para sufrir las penas
del desamor y poco apto para gozar sus alegrías, se refugia una vez más en la
literatura. Compone tristes versos sobre la fugacidad del amor y de todas las
cosas, como los del hermosísimo díptico, de título 1964, de la colección El
otro, el mismo: Ya no es mágico el
mundo. Te han dejado. / Ya no compartirás la clara luna / ni los lentos
jardines. […] Lo que era todo tiene que ser nada; / sólo me queda el goce de
estar triste. Trata de superar heroicamente
el destino, con la mansa aceptación de otras veces: Ya no seré feliz. Tal vez no importa. / Hay tantas otras
cosas en el mundo; / un instante cualquiera es más profundo / y diverso que el
mar. […] La muerte, ese otro mar, esa
otra flecha / que nos libra del sol y de la luna / y del amor. El estoicismo de siempre; el que le llevó a iniciar una conferencia
en la Universidad de Buenos Aires: “Platón que, como todos los hombres, fue
infeliz…”. Pero eso no es verdad, aunque sería muy difícil explicar por qué
muchos seres humanos se sienten y proclaman felices, por qué sutil y bendito
engaño.
En noviembre de 1965 María Esther le anunció su inminente
boda con Horacio Armani (1925-2013), poeta, traductor y ensayista argentino.
Borges quedó muy abatido y cuenta que se hizo extraer tres muelas que tenía
previsto arreglarse. Pidió además que lo hicieran sin anestesia, para que el
dolor físico borrara el dolor espiritual. Llegó a su despacho de la Biblioteca
Nacional con un pañuelo ensangrentado en la boca. Su amigo José Edmundo Clemente
le preguntó qué le pasaba. “Vengo del dentista. Me fui a sacar unas muelas y le
pedí que lo hiciera sin anestesia. Estoy triste por un asunto de faldas. Quería
olvidar el dolor, Clemente, pero creo que no puedo olvidarlo”. Vázquez escribió
una biografía, Borges, esplendor y
derrota.
La quinta mujer es Elsa Astete Millán, una mujer
notoriamente afable y sencilla —estos adjetivos son un mal presagio, pueden no indicar nada bueno—,
con la que Borges, soltero hasta entonces, se casó a los 67 años, lo que no
deja de ser una edad temprana, si se mira bien. Durante los años sesenta el
escritor frecuentaba a Esthercita Zemborain, una cultísima viuda, atractiva,
elegante, muy estimada en la sociedad de Buenos Aires, con quien había
trabajado en la publicación de Introducción
a la literatura norteamericana y que parecía su pareja ideal. Sin embargo,
el escritor hurgó en el pasado y buscó a una antigua novia, de cuarenta años
antes. Llamó a su hermana Alicia y supo que Elsa era viuda. Alicia organizó un
té en su casa y luego Borges llevó a Elsa a un restaurante y al cine. Ella le
acompañó a su casa, donde vivía con su madre, y se marchó sola en tren hasta su
propia casa. Hay que recordar que en esta edad Borges estaba ya ciego.
Tras algunos encuentros, un día el escritor le espetó:
“Podríamos casarnos”. La madre invitó a ocho amigas para que conocieran a la futura
nuera: parece que pasó el examen, tenía 57 años. La fiesta se celebró en la
casa del novio y cuando quedaron solos los contrayentes, doña Leonor sugirió
que fueran a dormir al hotel Dorá, muy cercano, pero Borges decidió dormir solo
en su cama y la madre acompañó a Elsa al autobús que la llevó a su casa. Esa
noche, su noche de bodas, la pasó Borges soñando que “viajaba colgado en un
tranvía”, según confesó a la mañana siguiente a Fanny, la mucama de muchos años
en la casa.
El matrimonio fue un desastre. Elsa sentía celos de todos
aquellas personas a las que su marido tenía afecto. Sus relaciones con la madre
fueron inexistentes o tormentosas; prohibió a Borges visitarla y nunca la
invitó a la casa. Elsa no compartía ninguno de los intereses de él y sólo parecía
interesada en todo lo que la fama suele traer consigo y que él despreciaba:
medallas, cócteles, etc. Cuando fue invitado a Harvard, ella exigió mayores
emolumentos para su esposo y mejores acomodaciones. Una noche un profesor
encontró a Borges en pijama y zapatillas fuera de la residencia y Borges le
contó que su mujer lo había echado. El profesor lo tuvo esa noche en su casa y
a la mañana siguiente fue a ver a Elsa y le recriminó su acción, a lo que ella contestó: “Es que usted no tiene
que verle bajo las sábanas”.
Se divorciaron en 1970, el matrimonio duró sólo tres
años. Según Fanny, antes de la boda, doña Leonor ya había dicho a Elsa: “Mira
que Georgie no quiere compartir la cama”, a lo que la mujer respondió, “Yo sé
cómo llevarme a un hombre a mi cama”. Habilidad, hay que reconocer, que no
tiene tampoco excesivo mérito, dado el carácter generalmente colaborador y
hasta entusiasta de los hombres para estas tareas, salvo en casos muy
extremados. Pero que aquí quizá falló.
(continuará)
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