Cuando el país está inmerso en una crisis prolongada y
profunda, con problemas que parecen insuperables; cuando, tras meses de
interinidad, el candidato de un partido consigue cierta ventaja en las
elecciones y recibe el encargo de formar gobierno, otros partidos, claves para
el proceso, no hablan de nada de esto y teorizan sin tregua sobre si el
designado ha de presentarse forzosamente
a la sesión de investidura. Opinaron ya expertos en Derecho constitucional y,
naturalmente, los periodistas y tertuliantes, que moran en los platós de
televisión. Daré mi parecer, invocando sólo la lógica y el sentido común. El
mandato de la Constitución es para formar Gobierno, una vez obtenida la
confianza de la Cámara. Si el candidato no puede obtenerla, ¿para qué acudir a
una investidura imposible, huera y condenada al fracaso? No es ni razonable ni
útil.
La racionalidad no impera en la deslucida tropa de los
políticos. No se han dado todavía cuenta de hasta qué punto la ciudadanía está
harta de estos figurantes de un vodevil aburrido y perpetuo. Alguien habla de
sostener a Rajoy, aunque no lo merezca. El problema no es sostener a Rajoy,
sino dotar de gobierno a un país que lleva muchos meses ante acuciantes
necesidades, sin un poder ejecutivo estable.
Si se estimara que el candidato queda obligado a la sesión
de investidura, la Mesa del Congreso debe arbitrar medidas para reducir su
duración, dando un minuto de la estólida farsa a cada uno de los participantes.
Oírles otra vez las mismas necedades y nequicias, atentos a intereses de
partido o personales, sin pensar en los de los españoles, roza la crueldad
mental. Conocemos a los actores hace tiempo y sólo nos preguntamos cómo siguen
todavía ahí estos bigardos altaneros, vacuos, impotentes y nefastos.
Convendría leer Psychopathology
and Politics, un clásico de 1930, del profesor Harold. D. Lasswell, muy
influido por Freud, que inició una nueva vía de abordaje para comprender mejor las
figuras públicas, mediante “el escrutinio de su personalidad, según las
técnicas de la psicopatología”. Los tratados sobre política no suelen detenerse
en la psicología profunda de los líderes. Lasswell sí valoró esos rasgos, que
afectan a miembros de los cuerpos legislativos, ejecutivos y judiciales. En
esencia, viene a decir que “los prejuicios,
preferencias y credos se formulan de manera racional, pero han crecido de forma
irracional. Cuando se ven frente al desarrollo de la persona, adquieren un
sentido nuevo”. Otro libro interesante, de
1956, es el de Wilhelm Lange-Eichbaum, Genie,
Irrsinn und Ruhm: Eine pathographie der Genies (Genio, locura y Fama: una patografía del genio). Hay más autores:
William I. Thomas, Möbius, Gould, etc.
Citaré un ejemplo algo alejado de la política, pero que
tiene la ventaja de ser muy sencillo, el de un empresario de éxito, que dedica gran
parte de su tiempo y su dinero en favor de los ciegos. El análisis de sus
vivencias remotas reveló el incidente que originó este interés por ellos:
cuando tenía tres o cuatro años, su hermana pequeña le sacó, jugando, un ojo al
gato preferido del niño, lo que le causó una angustia terrible.
Si hay investidura forzosa, también se podría remedar el
célebre debate del inglés Taumasto en París, en el que no se utilizaron
palabras, sólo gestos. Fue breve y amable y los parisinos invitaron luego al
inglés a comer y beber “a vientre desabrochado”; es decir, con las ventreras
sueltas. Trasegaron todos arrobas de vino, porque andaban sedientos, sicut terra sine aqua. Seguro que los
políticos, de elevada cultura, saben a qué me estoy refiriendo. Uno de nuestros
líderes ha hablado de izquierdas y derechas, retrotrayéndonos al final del
siglo XVIII; con Taumasto nos remontaríamos al siglo XVI. En las Mil y una noches, en el Conte
d’Abdallah de la Terre et Abdallah de la Mer, el rey nombró un visir de la
derecha y otro de la izquierda; talmente como aquí, ahora.
La atención continuada, fuera del estricto período electoral,
a los políticos en los medios de comunicación tiene que acabarse; no puede
someterse a los ciudadanos a ese suplicio pernicioso. Bastantes de ellos sólo
saben nimiedades, relacionadas, no con la Política con mayúsculas, sino con los
tejemanejes del mercadeo. Su pauperismo intelectual puede contaminar a los que
los entrevistan y consultan tan sin descanso.
En momentos como los actuales florecen intelectuales que
se aprestan gozosos a firmar cosa escrita que se les presente. De algunos de
ellos, mejor no hablar; sus obras completas ocuparían unas pocas cuartillas.
Otros sí han escrito y tienen obra, lo que, en ciertos casos, es infinitamente
más grave. Los títulos de intelectual, maestro en dominó o mus, etc., son
nombramientos auto-otorgados frecuentes entre nosotros.
Termino. Si se reclama el control psiquiátrico continuado
de colectivos como el de pilotos, que pueden poner en peligro la vida de unos
centenares de personas, ¿cómo no exigirlo para los políticos, que pueden
arruinar un país entero en una legislatura? Cuando veo a sus líderes,
acompañados siempre de sus camarillas clónicas, rebozados todos en el
pensamiento único, custodiando fielmente unas pocas y simples consignas, me parece
imposible que no lleguen a algún tipo de desequilibrio psíquico.
P. S.- Amigos lectores, he escrito esta entrada por pura
necesidad psicológica, por no poder aguantar más. Mis planes son, salvo
circunstancias excepcionales, daros, de momento, un merecido descanso este mes
de agosto. Que paséis un feliz verano, lo que queda de verano. Pronto estaremos
en Navidad; ya lo veréis, hacedme caso.
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