No era la felicidad completa, claro, ¿dónde
se esconde la rara flor que la produce? Por entonces, Marta, antes de marchar
Marcela al convento, empieza a perder la vista y hacia 1628 tiene fases de
profunda melancolía y accesos de furia en la que llega a desgarrar sus
vestidos. ¿Quién creyera que tanta mansedumbre / en tan subida furia
prorrumpiera?, canta Lope en sus versos. La pobre mujer murió en la casa de
Francos, en 1632, con algo más de cuarenta años. Lope ha seguido escribiendo en
medio del infortunio. En su Égloga a Claudio se halla el
conocido fragmento en el que Lope afirma haber escrito más de 1500 fábulas y se
jacta de su rapidez componiendo: pues más de ciento, en horas
veinticuatro, / pasaron de las musas al teatro. Es doloroso comprobar que
en esa época Lope y su familia pasan estrecheces, viven en verdadera pobreza,
sin que le valgan las súplicas al Duque de Sessa, al que mendigan ropas, dinero
y sustento, que en muchas ocasiones no viene. Aparte de otros testimonios, el
propio poeta dice: “Pobre casa, igual mesa y un huertecillo cuyas flores me
divierten cuidados y me dan conceptos”. Y esto lo cuenta el Fénix de
los Ingenios. ¡De qué clase de injusticia está hecha la vida, que se acerca
en muchas ocasiones a la perfección total!
Tras la muerte de Marta, la soledad va
arrinconando poco a poco a Lope. En 1633 su hija Feliciana casa y deja el
hogar. Al año siguiente se conoce la muerte en naufragio del único hijo vivo,
Lope Félix, en los mares de Venezuela. Incluso así, el poeta es capaz de
escribir una comedia tan deliciosa como Las bizarrías de Belisa,
llena de sorpresas y trampas. ¡Qué poder tiene el arte para sustraerse a la
realidad y embellecer la vida! Sin embargo, cuenta su biógrafo Montalbán que
Lope vivía ya en un estado de melancolía continua. El golpe final es el rapto,
la seducción de su hija Antonia Clara, la que tuvo con Marta de Nevares. Esta
jugada del destino es la que me ha hecho escribir estas entradas, para mostrar
el lado triste y terrible de la seducción. La seducción, con su aura triunfal y
gozosa para el seductor, ese aroma estúpido que embriaga a don Juan Tenorio y a
los Tenorios de baratillo, puede representar también el dolor sin paliativos
para el seducido y su entorno. Sólo cuando las seducciones son mutuas y calmas
pueden desembocar en ese mal menor que es el matrimonio. Lector, no me tomes
siempre en serio, ad pédem litterae.
Antonia Clara tenía diecisiete años cuando
fue raptada. Lope lo cuenta en su égloga Filis, de 1635, publicada
después de su muerte. Un día regresó el poeta a su casa y encontró junto
a una de sus rejas a un gallardo mozo que salió corriendo al verle. Descubrió
después que el rondador era persona pendenciera y con muchas historias de amor
y abandono. Insistió con su hija para que lo dejara, la llegó a amenazar con
internarla en el convento de las Trinitarias, donde estaba su hermana. Era uno
de esos amores de adolescentes rebeldes a los consejos y las razones. La hija
terminó huyendo con el raptor, dejando a Lope en la desesperación. Los
historiadores especularon mucho sobre la identidad del seductor, sugiriendo
diversos nombres, todos del ámbito de la nobleza. Finalmente, el crítico y
académico González de Amezúa lo identificó; fue Cristóbal Tenorio, protegido de
Olivares y ayuda de cámara del rey Felipe IV.
El otrora burlador resultó burlado. Lope fue
víctima de lo que tantas veces lo tuvo a él como victimario. Cayó desde
entonces en la más profunda depresión. Antonia Clara, la última de las hijas,
la pequeña de la casa, le hacía de secretaria, era habilidosa para las letras,
alegre y muy hermosa. Lope, raptor en su juventud y madurez, padeció el mismo
turbio sobresalto al final de su vida. Antonia Clara murió soltera en 1664, en
la casa de la calle de Francos, donde había vivido, propiedad entonces de un
nieto de Lope.
Para Lope, el rapto de su hija fue un golpe
que no pudo soportar. El 25 de agosto de 1935 dijo su misa en el oratorio y
regó su huerto. Al día siguiente hizo testamento y recibió los Sacramentos. Le
dijo a su amigo y biógrafo Montalbán, tantas veces mencionado: “La verdadera
fama es ser bueno”. ¡Qué lema más sencillo, qué verdadero! El lunes 27 murió. Todo
Madrid participó en el dolor de su muerte. Las honras fúnebres duraron nueve
días. Lope durante su vida saboreó la fama, la gloria, el triunfo. Se
decía que había gentes que venían desde el extranjero sólo para comprobar si
era hombre de carne y hueso. La popularidad de Lope hay que buscarla, sobre todo,
en el pueblo llano, que llenaba sus espectáculos. Fama de la calle, la que
corre de boca en boca. Circulaba una versión del Credo —llegó a llamar la
atención de la Inquisición—, que decía: Creo en Lope todopoderoso, poeta del
cielo y de la tierra... Pero al final, cuando uno sabe de verdad de qué va la
vida, el poeta sentenció: “La verdadera fama es ser bueno”.
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